Philosophica
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Gottfried Wilhelm Leibniz

Autor: María Socorro Fernández García

Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) es uno de los filósofos del siglo XVII, que ha ido cobrando importancia a lo largo de la historia. Polifacético, su obra y su actividad abarcaron una gran multitud de intereses que mantuvo a lo largo del tiempo: filosofía, derecho, historia, ciencias, diplomacia, matemática, lógica, ciencia, técnica, ecumenismo. Hasta tal punto esto es así que, a la hora de esbozar su biografía, podríamos desarrollarla desde cualquiera de sus proyectos, pues en todos ellos Leibniz ocupa un lugar relevante en la historia del pensamiento. Esto supone a la vez un riesgo, porque cabe el peligro de pensar que una de estas actividades ha sido la que determina toda su trayectoria, por la importancia y la repercusión que tuvieron los distintos asuntos en los que trabajó, y porque Leibniz escribió mucho más de lo que publicó, y en la medida que van saliendo a la luz sus escritos se van conociendo facetas nuevas que modifican el juicio que vamos teniendo sobre él.

En este sentido, y aún a riesgo de simplificar, pero para que sirva de punto de partida a los que se puedan interesar por este filósofo, se esbozarán en primer lugar los rasgos más sobresalientes de su biografía y en un segundo lugar se destacarán los puntos más relevantes de su pensamiento filosófico, sin entrar en otros aspectos de su actividad como diplomático, historiador, bibliotecario o científico.

Índice

1. Vida y obra

Leibniz nace en Leipzig el 1 de julio de 1646 y fallece en Hannover el 14 de noviembre de 1716. Su padre, notario y profesor de Filosofía moral en la Universidad de Leipzig, murió cuando Leibniz tenía 6 años. Su madre le permitió muy pronto el acceso a la biblioteca paterna que se convirtió en su refugio y su primer contacto con el mundo clásico. Lector ávido y precoz, se cuenta que se sumergió en las lenguas latina y griega casi sin más preceptor que la constancia y el esfuerzo por entender el sentido de los textos que tenía ante él. Sus primeros estudios los hará en la escuela de San Nicolás de Leipzig (1653-1661).

En 1661 ingresa en la Universidad de Leipzig con el aristotélico Jakob Thomasius. Tiene su primer contacto con las matemáticas a través de Johann Kühn que le introdujo en Euclides. En 1663 defiende su Disputatio metaphysica de principio individui (Disertación metafísica sobre el principio de individuación) para obtener el título de bachiller. Su interés por las matemáticas y la insatisfacción que le produjeron las clases de Kühn le llevan a Jena a profundizar en esta disciplina con Erhard Weigel.

De regreso a Leipzig en el semestre de invierno del 63 se inicia en los estudios de Derecho; obtendrá el grado de Maestro en Filosofía con un trabajo que pretende crear un puente entre filosofía y derecho: Specimen quaestionum philosophicarum ex iure collectarum. En este trabajo hay una mención expresa a Weigel. En 1664 fallece su madre Catalina Schmuck. En esa época trabajará en el escrito que le permitiría su habilitación para la Facultad de Filosofía, lo que será la introducción de su Dissertatio de arte combinatoria, donde desarrolla la idea de un alfabeto del pensamiento humano, en el que todos los conceptos sean el resultado de la combinación de unos cuantos conceptos simples. No consigue la habilitación en Leipzig, lo que le lleva a matricularse en Altdorf, ciudad próxima a Nuremberg. Allí obtendrá el grado de doctor en derecho con el trabajo sobre De casibus perplexos in iure. Este grado no será la puerta para una carrera académica, porque, movido por otros intereses, rechaza la propuesta de cátedra en la Universidad de Reichstadt. Se inicia en la alquimia en la sociedad de los Rosa-Cruz en Nuremberg, de la que será secretario, lo que le posibilita leer los libros e iniciarse en los experimentos científicos de la química que estaba comenzando.

Como su interés era conocer mundo, se va a proponer realizar su tarea intelectual a través de la experiencia directa con los intelectuales más relevantes del momento, y no someterse a la estructura cerrada del ámbito universitario. Para poder realizarlo, necesitaba apoyo financiero. La búsqueda de recursos que le permitan su tarea intelectual va a ser una constante en su biografía, que le conducirá a realizar tareas como diplomático, historiador, bibliotecario o ingeniero de minas. De este modo el lema que eligió para la Academia de Berlín: Theoria cum praxi, va a ser una constante en su biografía. Sus estudios de derecho los hizo compatibles con el ejercicio profesional gracias a un juez Ayudante del Alto Tribunal, con el que tenía amistad.

En 1668 entrará al servicio del Barón Johann Christian von Boyneburg, converso al catolicismo, que le introduce en la corte del príncipe elector de Maguncia y le pondrá en contacto con otros pensadores y científicos importantes, entre los que podemos destacar a Heinrich Oldenburg, secretario de la Royal Society de Londres, lo que posibilitará que Leibniz entre en contacto con los matemáticos ingleses; le facilitará también la correspondencia con Spinoza. El primer año se dedicó a catalogar los libros de la biblioteca del barón y a preparar un documento sobre una difícil cuestión diplomática de Polonia acerca de la elección del rey tras la abdicación de Juan Casimiro: Specimen demonstrationum politicarum pro rege Polonarum eligendo (Modelo de indicaciones políticas para la elección del Rey de Polonia). Tanto Boyneburg como Leibniz estaban interesados en la cuestión de la unificación de las iglesias luterana y católica. En estos años se interesará por cuestiones teológicas. El escrito de la Confesión de la naturaleza contra los ateos es de esta época.

En 1670 es nombrado juez del Tribunal Supremo de apelación. En 1671 publicará la Theoria motus concreti y la Theoria motus abstracti que dedicará a la Royal Society de Londres y a la Académie des sciences de París, escritos que son la expresión de la primera de la Nuevas hipótesis físicas, uno de los trabajos más relevantes de Leibniz. En 1672 se centrará en trabajar sobre el plan para la expedición a Egipto, que pretendía desviar del suelo europeo la agresiva política expansionista francesa. En ese año y con motivo de sus actividades diplomáticas viajará a París, donde permanecerá hasta 1676 lo que le posibilitó tener importantes encuentros con matemáticos como A. C. Huygens, Tschirnhaus, Mariotte o personalidades como A. Arnauld o Malebranche. Desde París viajará a Londres en 1673 donde mostrará su máquina de calcular en la Royal Society y es nombrado miembro externo.

En 1676 visita a Spinoza en la Haya y acepta la invitación del duque Juan Federico de Hannover para entrar en su servicio; se hará cargo de su biblioteca además de realizar otras misiones diplomáticas. El duque era un piadoso converso al catolicismo, lo que propiciará diálogos muy interesantes sobre la relación de las dos confesiones y sobre cuestiones que afectan a la libertad y a la unión de las Iglesias. En 1677 recibe el nombramiento de consejero privado del Duque, lo que le proporcionan unos ingresos fijos, que le permiten trabajar en sus propios campos de interés. Permanecerá hasta 1716 al servicio de la familia.

De estos años se puede destacar la correspondencia con Newton sobre el cálculo infinitesimal. En 1682 fundará un periódico de contenido filosófico y científico: el Acta eruditorum de Leipzig. En el 84 escribe las Meditationes de Cognitione, Veritate et ideis y el Nova Methodus pro maximis et minimis, itemque tangentibus, quae nec fractas nec irrationales quantitates moratur, et singulare pro illis calculi genus (Nuevo método para los máximos y los mínimos).

En 1686 escribe el Discours de Métaphysique (Discurso de Metafísica) y comienza su correspondencia con Arnauld. Del 87 al 90 viajará por el sur de Alemania, Austria e Italia para su trabajo como historiador de la casa de Brunswick. En 1695 escribirá el Système nouveau pour expliquer la nature des substances et leur communication entre elles, aussi bien que l’union de l’ame avec le corps (Nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias).

En 1698 muere el duque Ernesto y le sucede su hijo Jorge Luis. A partir de esos años Leibniz ya no gozará de la misma confianza con la familia protectora. Inicia su correspondencia con De Volder [OFC 16A], profesor de filosofía y matemáticas en Leiden.

En 1700 Funda la Academia de Ciencias de Berlín; es nombrado miembro de la Academia de Ciencias de París; en 1703 escribe los Nouveaux essais sur l’Entendement humain par l’Auteur du Système de l’Harmonie préetablie (Nuevos ensayos sobre el entendimiento Humano) que escribe para contestar a Locke. Sin embargo, la muerte de este último hace que el escrito no vea la luz.

En 1706 escribe a Des Boses y en 1710 Escribe los Essais de théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de l’homme et l’origine du mal (Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal). En 1711 John Keill acusa a Leibniz en la Royal Society de haber plagiado el cálculo de Newton. Todo apunta que Leibniz llegó a los mismos resultados siguiendo su propia investigación, pero distintas circunstancias desafortunadas propiciaron esa enemistad. Conoce al zar Pedro I el Grande, y se habla de un proyecto de realizar una academia de las Ciencias en Rusia. En 1712 es nombrado consejero imperial privado en Viena. Permanecerá allí dos años.

En 1714 Escribe los Principios de la naturaleza y de la gracia fundados en razón y su Monadologie (Monadología); muere la princesa Sofía. El duque de Hannover es proclamado Rey de Inglaterra, pero a Leibniz no se le permite viajar con la corte. En 1715 inicia su correspondencia con Clarke, que pronto se interrumpe porque el 14 de noviembre de 1716 Leibniz muere en Hannover. A su funeral no acude nadie de la corte, salvo su secretario Eckhart que en 1717 escribió su primera biografía. Fueron 70 años en los que compaginó la actividad diplomática, con investigaciones en múltiples disciplinas. La mayoría de sus escritos no fueron publicados en vida, dando trabajo a los responsables del archivo de Hannover que custodia su obra y que ha impulsado la edición canónica. El primer volumen vio la luz en 1923 y en la actualidad se cuenta con unos 50 volúmenes publicados repartidos en 8 series que comprenden los escritos de orden filosófico, político, matemático, lingüístico, científico y técnico. Parte de esta obra se puede acceder https://leibnizsozietaet.de/publikationen/leibniz-online/.

2. Introducción a su pensamiento filosófico

En Leibniz encontramos un intento de saber enciclopédico. Aunque es común situarle entre los pensadores racionalistas, su originalidad radica no tanto en someter todo a la razón, cuanto en buscar las condiciones de verificación del saber. Esto justifica la importancia que otorga a los principios del conocimiento. A diferencia de otros pensadores modernos, que quieren crear un nuevo sistema, Leibniz pretenderá abordar la casi totalidad de los problemas filosóficos que el pensamiento occidental se había planteado, dialoga con todos los interlocutores que tiene al alcance: con los antiguos a través de las lecturas que desde sus primeros años realizó en la biblioteca de su padre y con los contemporáneos a través de sus viajes y correspondencia, abierto siempre a los nuevos retos que la sociedad, o la ciencia le plantean.

Como científico, Leibniz no es ajeno a los datos y a la experiencia, pero como racionalista está persuadido de que si reduce la realidad a símbolos matemáticos podrá dar cuenta de ella de un modo global. Por eso, ante las distintas posturas que pretenden hacer de Leibniz un pensador lógico, o los que opinan que se trata de un metafísico, hay que afirmar que Leibniz trabaja con las dos disciplinas, pues dota a los principios lógicos de un carácter metafísico y quiere que la metafísica tenga el rigor propio de la lógica. Hay que añadir además que en su intento de dar una explicación global de la realidad está presente también la noción de armonía. Noción que va a ser una constante en su pensamiento y en su actividad: en su concepción metafísica de la realidad, en la búsqueda de una característica universal que proporcione un lenguaje único, en la promoción de academias científicas que permitan compartir y difundir un saber universal, en sus actuaciones como diplomático, en sus intervenciones para lograr la paz en distintos conflictos y en su afán por unir las distintas confesiones religiosas.

Esto justifica que todo intento de dar una visión global que no deje traslucir su perspectivismo monadológico y quiera someter a Leibniz a un solo punto de vista sea una empresa abocada al fracaso. Sus aportaciones en física, matemáticas y en derecho son relevantes: sus intereses diplomáticos y su preocupación por alcanzar la unidad en las distintas confesiones religiosas de la época es real. No se puede perder de vista —como ha quedado apuntado en el apunte biográfico inicial— la gran capacidad que tenía Leibniz de ocuparse de distintos asuntos a la vez, con profundidad y rigor.

Pluralismo, armonía, saber universal. Teoría y práctica. Especulación metafísica y actividad diplomática. Ciencia y técnica. Todas las actividades se dieron cita en el Filósofo de Hannover. Aunque en su época no se reconoció, el tiempo se ha encargado de colocar en su lugar la repercusión que ha tenido este pensador.

La pluralidad de sus escritos e intereses ha justificado que, en la medida que los investigadores se han acercado a su pensamiento, hayan dado lugar a distintas interpretaciones que han querido calificar a Leibniz desde un solo punto de vista, basados en los textos encontrados y conjugados con las características propias de cada investigador. Como ya se ha mencionado, en esta voz se van a señalar los aspectos más relevantes de Leibniz como filósofo, teniendo en cuenta que todos lo demás aspectos del conocimiento en los que se interesó son relevantes y avalan las distintas interpretaciones que a lo largo de la historia se han hecho de este pensador; por ejemplo, es conocida la posición de Bertrand Russell y Louis Couturat que sostuvieron que toda la obra de Leibniz es resultado de su lógica [Russell 1900; Couturat 1901]. Ernst Cassirer, por su parte, sostiene que es la dimensión científica de su metafísica la que refleja el auténtico Leibniz [Cassirer 1902]. Por el contrario, Jean Baruzi y Georges Friedmann sostendrán que Leibniz es un pensador religioso, preocupado por el ecumenismo y la unificación de las Iglesias [Baruzi 1907; Friedmann 1946]. Otros muchos estudiosos apuntan al carácter metafísico de su filosofía como Joseph Moreau, Maurice Blondel, Gottfried Martin, André Robinet, Yvon Belaval, Martial Gueroult [Moreau 1956; Blondel 1930; Martin 1966; Robinet 1962; Belaval 1960; Gueroult 1967]. Estas interpretaciones que datan de las investigaciones realizadas en el siglo XX tienen sus antecedentes en épocas anteriores, ya que Christian Wolff fue el primero que absorbió el pensamiento leibniciano, a través del cual pasará a la obra de Kant. Otros trabajos hablan de la influencia de Leibniz en Hegel, [Butao Wang 1988], Joachin Ringleben, [Ringleben 2014], Cristiano Bonneau [Bonneau 2015].

Todas estas posturas han propiciado que importantes escritos vieran la luz y han puesto de relieve aspectos verdaderos del pensamiento leibniciano; el peligro está en pretender que cada propuesta sea la única interpretación válida para explicar el sistema del Filósofo de Hannover, que precisamente se caracteriza por la pluralidad. Esto no significa que Leibniz no tenga un pensamiento definido, pero éste no se somete a un solo libro o documento escrito, sino que se encuentra disperso a lo largo de toda su obra. Su interés por alcanzar un lenguaje universal, que a semejanza de las matemáticas pudiera conseguir la exactitud. La preocupación por salir de un mecanicismo que no explicaba de modo satisfactorio las realidades físicas, que le llevó a importantes descubrimientos en dinámica, como la noción de fuerza. El cálculo infinitesimal, que tantos quebraderos de cabeza le produjo porque le enfrentaría a Newton. Todos son preocupaciones constantes que se pueden rastrear a lo largo de su vida.

Para hacernos cargo de los distintos aspectos de su pensamiento, y en orden a la claridad puede ser útil relacionarlos con algunas obras de referencia, pero es importante insistir, para no faltar a la verdad, que su pensamiento se encuentra disperso a lo largo de toda su obra, que como se ha señalado, comprende además de las monografías, su abundante correspondencia y pequeños escritos.

3. Teoría del conocimiento

La obra de referencia son los Nuevos Ensayos sobre el entendimiento humano. Publicado póstumamente por Raspe (1765); este escrito se convirtió pronto en un clásico de la filosofía universal. Es una respuesta al trabajo de Locke de 1690 Essay Concerning Human Understanding (Ensayo sobre el entendimiento humano). Leibniz está en desacuerdo con las tesis empiristas de Locke, pero la negativa de Locke por debatir con Leibniz sobre sus puntos de vista y su muerte impidieron que se publicara en vida. La obra está escrita en forma de diálogo.

Las aportaciones de Leibniz en este campo no aparecen sólo en esta obra. Su noción peculiar de innatismo, la relevancia que dota a los principios del conocimiento, la distinción entre verdades de razón y verdades de hecho y la característica universal como proyecto de unificación de todo saber, son aspectos que podremos encontrar a lo largo de toda su producción filosófica.

Por lo que se refiere al innatismo, la postura leibniciana se sitúa frente a Locke y a Descartes: sostiene que «el alma no es una tabla rasa, sino que las ideas y las verdades son innatas y se manifiestan como inclinaciones, disposiciones, hábitos y potencialidades naturales y no como acciones» [Nouveaux Essais, Preface, GP V: 45], que la experiencia hace salir a la luz. Frente al adagio aristotélico que usan los empiristas: «nihil est in intellectu quod no fuerit in sensu», Leibniz añadirá una corrección: «nisi ipse intellectus».

Como se ha señalado, en el racionalismo leibniciano los principios juegan un papel central ya que no sólo tienen validez lógica, sino que de algún modo constituyen la estructura interna de la realidad. Como él mismo dirá «que nada existe sin razón (por lo que yo sé) fui el primero en demostrar que es el fundamento de las ciencias del espíritu y del movimiento» [Demonstratio propositionum primarum (1671-1672) AA VI-2: n. 57, 480; Olaso 2003: 106.].

Los textos de la Monadología, obra madura y que de algún modo recoge todo su sistema son muy explícitos y muestran cómo al final de su sistema siguen estando presentes:

Nuestros razonamientos se fundan en dos grandes principios; uno es el de contradicción, en virtud del cual juzgamos falso lo que encierra contradicción y verdadero lo que se opone a lo falso o es contradictorio con lo falso.

El otro es el de razón suficiente, en virtud del cual consideramos que no puede hallarse ningún hecho verdadero o existente ni ninguna enunciación verdadera sin que haya una razón para que sea así y no de otro modo, aun cuando esas razones nos puedan resultar, en la mayoría de los casos, desconocidas [Monadologie, GP VI: nn. 31 y 32].

Estos principios se relacionan con otra de sus aportaciones fundamentales que es la distinción entre verdades de razón y verdades de hecho:

El principio fundamental del raciocinio es: nada hay sin razón, es decir, no hay ninguna verdad a la que no sustente una razón. La razón de una verdad consiste en el nexo del predicado con el sujeto, esto es, que el predicado está incluido en el sujeto, ya sea manifiestamente, como en las verdades idénticas, ya sea encubiertamente, pero de tal modo, que el nexo pueda ponerse en evidencia por el análisis de sus nociones [Conséquences métaphysiques du principe de raison (1708), Couturat: 11].

Las verdades de razón son necesarias y su opuesto es imposible; las de hecho son contingentes y su opuesto es posible. Cuando una verdad es necesaria se puede hallar su razón por medio del análisis, resolviéndola en ideas y verdades más simples hasta llegar a las primitivas [Monadologie, GP VI: n. 33].

Las verdades de razón son necesarias, se conocen a través de la razón con independencia de los sentidos. Son las verdades de la lógica y de las matemáticas. Son proposiciones evidentes o que pueden reducirse a proposiciones evidentes. Se fundamentan en el principio de no contradicción, ya que son verdades cuyo opuesto no es posible. Las verdades de hecho se conocen a través de los sentidos, son contingentes y complejas. Se pueden descomponer en verdades simples a través del análisis de sus elementos. Están fundadas en el principio de razón suficiente. Su opuesto es posible, aunque hay una razón que hace que sean así. Esta razón remite a una inteligencia superior para la cual todas las proposiciones son analíticas, porque comprende todas sus relaciones. Las verdades de hecho necesitan un método y las verdades de razón otro.

La racionalidad interna de la realidad y del conocimiento justifica el proyecto leibniciano de lograr un conocimiento universal en el que todo pueda ser deducido y que sea asequible a todos. Es el proyecto de la característica universal, que ya está presente en sus primeros escritos: La Característica universal y su Disertación sobre el arte combinatorio, y que estará presente durante toda su vida, y de algún modo constituye el hilo conductor de sus trabajos de ciencias formales. Su proyecto era reducir todas las proposiciones a unas cuantas primitivas y combinarlas de tal modo que fruto de esa combinación salieran todas las proposiciones posibles de tal modo que razonar sea lo mismo que calcular.

Para ello necesita construir un lenguaje simbólico universal, que consiste en expresar todas las proposiciones mediante símbolos gráficos denominados caracteres similar al método del álgebra. En segundo lugar, mediante el cálculo lógico podría pasar de unas proposiciones a otras. Al igual que las palabras y frases se componen de letras, las proposiciones también pueden descomponerse en términos simples.

4. Metafísica

En Leibniz la metafísica ocupa un lugar muy destacado. Ya en la temprana edad, después de inclinarse por las matemáticas y mientras se debatía si conservar o no las formas substanciales de Aristóteles, vio que no podría encontrar en el mecanicismo las razones últimas que explicaran la realidad. En un texto de su correspondencia habla de esta dificultad: «Recuerdo que, a la edad de 15 años, paseaba solo por un bosque cercano a Leipzig llamado Rosenthal, para deliberar si conservaría las formas substanciales. Finalmente prevaleció el mecanicismo que me llevó a dedicarme a las matemáticas (…). Pero cuando buscaba las razones últimas del mecanicismo y de las leyes mismas del movimiento, me sorprendió ver que era imposible encontrarlas en las matemáticas y que había que volver a la metafísica. Esto fue lo que me recondujo a las entelequias y de lo material a lo formal, y me hizo comprender al fin, después de muchas correcciones y progresos en mis nociones, que las mónadas o substancias simples, son las únicas verdaderas substancias y que las cosas materiales no son más que fenómenos, pero bien fundados y bien ligados» [Carta a Remond 10.1.1714, GP III: 606].

Este texto pone de manifiesto los elementos que van a estar presentes en su metafísica. Por una parte, su relación con la realidad. En Leibniz y en general en toda la época, la separación entre los distintos saberes era más artificial que lo que podemos entender hoy en día. En este sentido, es difícil hablar de la metafísica y no mencionar su origen en la física o en lo que él denominó y acuñó como dinámica.

La noción de sustancia individual, la mónada, la recuperación de la finalidad, la armonía preestablecida y la originalidad de su concepción de la posibilidad son algunas de las claves que constituyen su pensamiento metafísico.

4.1. La mónada y la noción de fuerza (de la dinámica a la metafísica)

Leibniz, a diferencia de Descartes, del que se distanció públicamente en diversas ocasiones, vio que el mecanicismo no es suficiente para dar cuenta de lo real. La extensión no puede constituir la esencia de las cosas, ya que no es capaz de dar razón de todas las propiedades. Frente a la extensión, Leibniz aporta la noción de fuerza primitiva que es algo que va más allá de la naturaleza geométrica y mecanicista del universo.

Leibniz va a proponer un sistema en el que se recupera la finalidad y la noción de substancia. La realidad responde a un proyecto divino, al mejor de los posibles que, aunque en su estructura responda también a las leyes de la física, su explicación transciende estas leyes y remiten a una inteligencia creadora y sabia, que ha elegido lo mejor.

En oposición al sistema cartesiano que proponía que lo permanente es la cantidad de movimiento, Leibniz propondrá la noción de fuerza viva, resultado del producto de la masa por la aceleración. Esta fuerza viva tiene mucho que ver con la entelequia aristotélica.

La noción de mónada como unidad dotada de vida con dos funciones básicas percepción y apetito viene a ser el constitutivo formal que explica toda la realidad; la percepción permite representar el universo y el apetito es lo que hace que tienda hacia otras mónadas. La percepción no es una representación consciente, sino que viene a ser la primera percepción; la consciencia es lo que va a distinguir entre “percepción” y “apercepción”, y lo que va a justificar que haya una jerarquía entre las mónadas.

Las realidades materiales vienen a ser agregados de mónadas unidas por una mónada principal. En el caso de los seres vivos esa mónada central dotada de “apercepción” viene a ser el alma y en el caso de los humanos es el espíritu; la capacidad de representar es lo que diferencia a las almas, con la particularidad de que los espíritus además de representar el universo son capaces de representar a Dios, mientras que el resto sólo son capaces de representar el universo. Las mónadas son creadas por Dios que viene a ser la Mónada de las mónadas que contiene en sí todas las infinitas posibilidades. Cada mónada creada representa el universo desde su perspectiva. El espíritu humano es capaz de representar el universo y a Dios.

Esta noción de perspectiva es lo que diferencia a las mónadas y dará lugar al llamado principio de identidad de los indiscernibles, que viene a formularse diciendo que no puede haber dos mónadas iguales por las infinitas perspectivas de sus percepciones ya que si fueran las mismas sería la misma substancia. Esto justifica la individualidad de cada substancia y la infinita variedad de todas las substancias.

La ley de los indiscernibles se relaciona con otro principio que es el de la continuidad, que viene a ser su complemento. Entre dos substancias no hay espacio vacío, que es un fenómeno relativo. Esta noción metafísica será el fundamento del cálculo infinitesimal.

4.2. Armonía preestablecida

Las mónadas no interactúan porque tiene en sí mismas todo lo que necesitan. Para explicar la relación entre ellas, así como para explicar el orden en el universo, Leibniz recurrirá a la teoría de la “armonía preestablecida”, que pretende dar respuesta a la cuestión inacabada de Descartes sobre la influencia y relación del alma y el cuerpo y quiere salir al paso del ocasionalismo de Malebranche.

Esta doctrina leibniciana tiene una relevancia singular no sólo en física sino sobre todo en metafísica. Desde el inicio de su producción estuvo presente. Se puede afirmar que la armonía es una de las ideas centrales que sustentan todo el sistema de Leibniz. Sirvan de ejemplo algunos textos:

Siendo Dios la mente perfectísima, es imposible que Él mismo no se vea afectado por la armonía perfectísima, y en consecuencia que sea llevado necesariamente a lo mejor por la misma idealidad de las cosas [Leibniz a Magnus Wedderkoff (1671), AA II-1: n. 60, 186; OFC 2: 20].

Pues la armonía universal, la única con cuya existencia Dios se deleita absolutamente, no es una disposición de las partes, sino la totalidad de la serie [Profesión de fe del Filósofo (1672), AA VI: 3, n. 7, 124; OFC 2: 35; Olaso 2003: 130].

Y así como nada casi hay más grato a los sentidos humanos que la armonía musical, así, también nada es más grato que la maravillosa armonía de la naturaleza, de la que la música da sólo un gusto anticipado y una pequeña muestra [Del Destino (1690), Olaso 2003: 445].

Estos principios me han permitido explicar naturalmente la unión o, más bien, la conformidad del alma y el cuerpo orgánico. El alma sigue sus propias leyes, y los cuerpos también las suyas, y se encuentran en virtud de la armonía preestablecida entre todas las sustancias, puesto que todas ellas son representaciones de un mismo universo [Monadologie, GP VI: n. 78].

4.3. Posibilidad, Esencia y existencia

Dentro de la metafísica leibniciana es preciso destacar también su original concepción de la posibilidad. La prioridad de la esencia y las características particulares que ésta tiene con relación a la existencia, hacen que el filósofo de Hannover sea un exponente privilegiado y paradigmático de la metafísica esencialista.

Para Leibniz, lo verdaderamente real es la esencia. La existencia viene a ser una exigencia de la esencia que, en su estructura interna, se caracteriza por dos notas: la ausencia de contradicción y una tendencia a la existencia, que dota a la esencia de un dinamismo interno peculiar. La ausencia de contradicción es lo que dota a la esencia de contenido y la capacita para luchar con otras esencias en la pugna por existir. Esto le permite a Leibniz afirmar que el mundo que existe es el mejor de los posibles, porque es el que contiene mayor cantidad de esencia.

La articulación de la posibilidad, la necesidad y la existencia hacen que Leibniz sea un referente de la metafísica modal. El concepto de “composibilidad” como la cantidad de esencia compatible que permite la existencia es un término importante para determinar lo que va a existir sobre el conjunto de posibilidades. Lo que existe es lo posible “composible” que ha ganado, por así decir, la batalla entre todos los todos los posibles. Es la “composibilidad” la que une la posibilidad y la necesidad. Lo que existe es lo mejor que puede existir, pero eso no significa que sea necesario, a excepción de Dios que, al contener toda la posibilidad, no puede no existir. De ese modo Leibniz intenta salir airoso del difícil equilibrio entre el necesitarismo de Espinosa o la arbitrariedad cartesiana, que hace depender la existencia de la sola voluntad de Dios.

La creación será también el gran tema de la metafísica. ¿Por qué hay ser y no más bien nada? En El origen radical de las cosas explicita esta cuestión, que también aparece en el Discurso de Metafísica, en el Resumen de Metafísica y en Los principios de la Naturaleza y de la gracia fundados en razón.

5. Dios y el problema del mal

El epígrafe se titula Dios y el problema del mal porque para Leibniz es de suma importancia poder articular la gran cuestión presente a lo largo de la historia del pensamiento de hacer compatible la omnipotencia, sabiduría y bondad divinas con la existencia del mal en el mundo. De hecho, esta preocupación dará lugar a una de las grandes obras leibnicianas: Essais de Theódicée cuyo título completo continua: sur la bonté de Dieu, la liberté de l’homme et l’origine du mal (1710) [GP VI: 1-471].

Todo el esfuerzo por demostrar la existencia de Dios y describir sus atributos, tiene como finalidad este propósito de conciliar y justificar la presencia del mal en sus diversas modalidades y hacerlo compatible con un Dios que necesariamente debe ser bueno, sabio y perfecto.

A diferencia de la compatibilidad de Dios y la existencia del mal, el pensamiento de Leibniz acerca de la existencia de Dios no tiene una obra de referencia, sino que a lo largo de los distintos escritos se encuentran formulaciones de la existencia de Dios y de sus atributos. Esto es así porque para Leibniz, Dios es el ser Necesario cuya esencia implica la existencia, ya que en Él no hay ningún tipo de contradicción. Es la necesidad de su existencia la que justifica que las distintas formulaciones que Leibniz propone para demostrar la existencia de Dios no estén recogidas en ninguna obra determinada. Esto no es obstáculo para poder afirmar que el filósofo de Hannover contempla cinco tipos de argumentación para demostrar la existencia del Absoluto: el argumento cosmológico, la prueba por las verdades eternas, la armonía preestablecida, el argumento ontológico y la prueba modal. Cada una de estas pruebas requiere un estudio detenido que ya se ha hecho y que se puede consultar en la bibliografía [González 2004]. Cada prueba se encuentra expresada en distintas formulaciones y tiene una especificidad propia respecto a las otras pruebas, aunque todas ellas tienen elementos comunes, como son el principio de razón suficiente, sobre el que se articulan todas las formulaciones, y la necesidad de la existencia divina como punto de llegada, lo que pone de manifiesto por una parte, la dimensión metafísica del principio de razón, así como la necesidad de la existencia divina, como exigencia que justifica la validez de todo el sistema leibniciano.

Todas las pruebas concluyen en un Dios cuya esencia hace necesaria su existencia, por el peso de su propia posibilidad, porque contiene todas las verdades eternas, porque es la razón de la armonía preestablecida, porque es la necesidad absoluta que justifica cualquier contingencia y porque su posibilidad, al ser total, le hace ser necesario. La necesidad de la existencia del Ser absoluto hace que las pruebas de su existencia concluyan en esa afirmación. Distintas vías que concluyen en un Absoluto necesario, que es el que posibilita la existencia de todo lo existente y real, pues sin Él no habría nada existente, ni nada posible.

A modo de ejemplo sirva una formulación de la argumentación que demuestra la existencia de Dios por las verdades eternas.

Respondo que ni estas esencias ni las que llaman verdades eternas que se refieren a ellas son ficticias, sino que existen, por decirlo así, en cierta región de las ideas, es decir en Dios mismo, fuente de toda esencia y de la existencia de los demás seres. Y para que no se crea que se ha dicho esto gratuitamente, la existencia misma de la serie actual de las cosas lo demuestra. Pues como en la serie, según mostramos antes, no se encuentra la razón, sino que debe buscarse en las necesidades metafísicas o sea en las verdades eternas, y como a su vez las cosas existentes, según lo hemos advertido antes, es preciso que las verdades eternas tengan existencia en un cierto sujeto absoluto o metafísicamente necesario, esto es Dios, por el cual —para hablar vulgar, pero significativamente— se realizarían todas las cosas que de otra manera serían imaginarias [De rerum originatione radicali (1697), GP VII: 305; OFC 2: 281].

En esta formulación se encuentran los elementos más relevantes de la estructura de la argumentación. En primer lugar, establece la posibilidad de la existencia de las posibilidades o esencias. En segundo lugar, sostiene que estas esencias existen en cierta región de las Ideas que coincide con Dios mismo. A partir de este momento y con el apoyo del principio de razón suficiente concluye en la demostración de la existencia necesaria de Dios. Dicho de otro modo: como en la serie actual de las cosas no se encuentra su razón, ésta debe buscarse en las verdades eternas y como lo existente sólo puede proceder de lo existente, hay que concluir necesariamente que estas verdades tienen la razón de su existencia en un ser existente que es Dios.

Una vez establecido la necesidad del Ser Necesario, hay que justificar que elige lo mejor, que es libre y que el mal es algo que acompaña de un modo colateral a la elección del mejor de los mundos posibles. Si el continuo y los indiscernibles era uno de los dos laberintos leibnicianos, el segundo laberinto debe resolver cómo se articulan necesidad y libertad. Por una parte, si todo lo posible exige existir en función de su cantidad de esencia, parece ser que sea éste un criterio en el que la libertad poco tiene que hacer y, sin embargo, en el pensamiento leibniciano, la elección del mejor de los mundos es algo que justifica no sólo la libertad sino la bondad y la sabiduría divinas. La cantidad de esencia y la ausencia de contradicción serán los criterios de selección que hagan que algo exista en lugar de otra cosa:

Incluso es patente cómo actúa Dios no sólo física sino también libremente, y cómo está en Él no sólo la causa eficiente sino también la causa final, y cómo Él muestra no sólo su grandeza y poder en la máquina del universo ya establecida sino también su bondad o sabiduría al realizarla [De rerum originatione radicali (1697), GP VII: 305; OFC 2: 282].

Como hemos señalado, una vez que la existencia de Dios es necesaria, Leibniz necesita justificar cómo se articula la libertad divina, su justicia y su bondad con el origen del mal. Los Ensayos de Teodicea tuvieron como primer objetivo responder a las objeciones que Pierre Bayle planteó en su Dictionnaire Critique et Historique sobre la bondad y sabiduría de Dios.

El problema especulativo que presenta la conciliación del mal con los atributos divinos es una constante en la historia de la Filosofía. Leibniz no es ajeno a ello. En continuidad con la tradición, distingue el mal metafísico que proviene de la limitación esencial de la criatura, el mal físico que consiste en el sufrimiento y el mal moral que es el pecado. Leibniz conoce las controversias de las distintas escuelas que tuvieron lugar a raíz de la Reforma protestante. El mal metafísico no es causado por Dios porque proviene de una limitación esencial, limitación contenida en la misma posibilidad de las cosas que son anteriores a la creación y que se encuentran en la mente divina. En la elección del mejor de los mundos posibles hay ya implícito una dosis de mal que Dios no puede evitar, aunque no lo quiera. Este mal es la causa del mal físico o sufrimiento. Con relación al mal moral cuya causa está en la voluntad libre del hombre, Dios sólo lo permite, aunque tampoco lo quiera.

Un texto de los Ensayos sirva para ilustrar una cuestión que requeriría un tratamiento extenso que por otra parte ya está hecho y al que será necesario acudir si se quiere tener un conocimiento acabado de la original postura leibniciana en esta cuestión [Echavarría 2011]:

¿Dónde encontraremos el origen del mal? La respuesta es, que debe buscarse en la naturaleza ideal de la criatura, en tanto que esta naturaleza está encerrada en las verdades eternas que están en el entendimiento de Dios, independientemente de su voluntad […] Dios será el entendimiento y la necesidad, es decir la naturaleza esencial de las cosas será el objeto del entendimiento, en tanto que consiste en las verdades eternas. Pero este objeto es interno, y se encuentra en el entendimiento divino. Es ahí dentro donde se encuentra no sólo la forma primitiva del bien sino también el origen del mal: es la Región de las verdades eternas la que hay que colocar en el lugar de la materia, cuando se trata de buscar el origen de las cosas. Esta región es la causa ideal del mal (por así decir) lo mismo que del bien… [Essais de Theodicée (1710), GP VI: premiere partie, nº 20; OFC 10: 109-110].

Es necesario que haya limitaciones porque hay grados de perfección, pero eso no implica atribuir a Dios la causa del mal, en todo caso el problema se centrará en la permisión del mal.

6. Ética y Política

La relación de Dios con el mundo y el estatuto privilegiado que tienen los espíritus en el conjunto de la creación son las coordenadas que permiten abordar las cuestiones de ética. Un texto de la Causa Dei ilustra esta relación:

Hasta aquí hemos hablado por separado de la grandeza y la bondad; ahora examinaremos lo pertinente a una y a otra consideradas en conjunto. Las cosas comunes a la grandeza y a la bondad son las que no proceden de la bondad sola sino también de la grandeza (esto es, de la sabiduría y el poder): pues la grandeza hace que la bondad alcance su efecto. Y la bondad se refiere a las criaturas en general, o bien en especial a las inteligentes. En el primer caso junto con la grandeza constituyen la providencia en la creación y gobierno del universo, en el último caso, la justicia en el gobierno especial de las sustancias dotadas de razón [Causa Dei (1710), GP VI: n. 40; OFC 10: 450].

En la relación de Dios con el mundo, Leibniz habla de Dios como arquitecto y en su relación con los espíritus, Dios se presenta como Monarca. Como arquitecto, el Absoluto leibniciano ha sabido combinar la mayor perfección posible en un mundo armónico. La creación es el resultado de la elección del conjunto de posibles “composibles” más perfecto que responde a la sabiduría y poder divinos. Por otra parte, la bondad divina que es la perfección de su voluntad y que tiene como carácter esencial el ser libre es uno de los principios que debe orientar la ética.

La sabiduría del arquitecto se manifiesta en el cálculo, en la armonía que está presente en la creación, aunque no siempre es asequible al entendimiento humano. Para Leibniz la armonía que existe en el universo es expresión de Dios y la felicidad no es otra cosa que la contemplación de esa armonía.

Con relación a los espíritus, Dios se manifiesta como un monarca que establece un orden y como juez distingue y eleva a los más dignos y perdona o castiga a los culpables. Dios se presenta así, como el más perfecto arquitecto del mundo físico y como el mejor monarca de la ciudad de los espíritus. Las sustancias inteligentes constituyen el fin por el que Dios realiza la creación ya que pueden conocer la grandeza y la bondad divinas y por lo tanto ofrecerle el tributo de su amor. La grandeza del hombre en este sentido se apoya en la confianza en la existencia de Dios y en que él mismo es imagen de Dios.

Los espíritus son las sustancias más parecidas a Dios, puesto que son capaces de reconocer y descubrir el orden y disposición del universo. Esto justifica la confianza que Leibniz deposita en la razón. Para Leibniz el espíritu humano imita al divino, pero en su medida. Los espíritus, que son superiores al resto de los seres, tienen una relación especial con Dios que aparece como monarca del Universo, es el Monarca absoluto de la república de los espíritus, al igual que el mejor arquitecto del mejor de los mundos posibles.

Esta república de los espíritus es llamada también “reino de la gracia”. Distingue dos ámbitos: el mundo natural y el mundo moral en continuidad y armonía. Cuando habla del “reino de la gracia” no hay distinción entre gracia y ámbito de lo moral. En este sentido Leibniz sería el prototipo de la secularización, en cuanto que pretende racionalizar todo lo sobrenatural. En virtud de la armonía, el reino de la naturaleza debe servir al de la gracia, pero como todo está unido en el gran proyecto de Dios, es necesario creer que el reino de la gracia está acomodado de algún modo al de la naturaleza. Dios como legislador está supeditado a Dios como arquitecto.

Leibniz desarrollará una teoría de la religión natural. La razón es la voz natural de Dios, es la que debe justificar la revelación divina y dar legitimidad a la fe. Admite que la razón no puede entenderlo todo, pero no por una diferencia cualitativa con el entendimiento divino, sino por una diferencia cuantitativa. Dios contiene más, pero nuestra alma es también arquitectónica en las acciones voluntarias, y al descubrir las ciencias según las cuales Dios ha regulado las cosas, imita en su pequeño mundo lo que Dios hace en el grande. Tanto el espíritu humano como el entendimiento divino están sometidos a los principios de identidad y de razón suficiente; ambos piensan fines y medios y eligen lo mejor. En el caso de Dios el conocimiento y la elección es infinitamente más perfecta, pero en el fondo la racionalidad divina no encierra sorpresas para el espíritu humano.

Estos principios teóricos justifican que en su actividad diplomática y política tuviera como horizonte la pacificación y la unión de las Iglesias. En virtud de la armonía y de la racionalidad que está presente en el universo y fiel a su lema de Theoria cum praxi, es lógico que la pacificación de los pueblos, la unión de las Iglesias, o la creación de academias que permitan el acceso a un conocimiento universal sean los proyectos que ocuparon la actividad de este filósofo.

7. Bibliografía

Si, como se ha señalado, todavía hay numerosos escritos de Leibniz que no han visto la luz, la bibliografía que ha suscitado el filósofo de Hannover es muy abundante y muy activa, por lo que intentar acceder a la bibliografía completa excedería el propósito de esta voz. Aquí se van a señalar en primer lugar, una tabla de las principales abreviaturas de las ediciones más utilizadas de las obras de Leibniz; referencias clásicas en las que se puede acceder a las obras originales. En segundo lugar, las traducciones en español, y en tercer lugar, una selección de la bibliografía relevante y relacionada con los aspectos filosóficos señalado en el cuerpo del texto.

7.1. Ediciones de las obras de Leibniz y su tabla de abreviaturas

Abreviatura

Obra

AA

G.W. Leibniz: Samtliche Schriften und Briefe, Deutschen Akademie der Wissenschaften zu Berlin (ed.) Darmstad, Berlín, 1923 ss.

BODEMANN

Der Briefwechsel des Gottfried Wilhelm Leibniz: in der Königlichen öffentlichen Bibliothek zu Hannover, E. Bodemann; mit Ergänzungen und Register von G. Kronert und H. Lackmann: sowie einen Vorwort von K.H. Weimann, Hildesheim 1966.

CAREIL,I,II

G.W. Leibniz, Lettres et opuscules inédits précédés d’une introduction par l.A. Foucher de Careil, Hildesheim (1975).

COUTURAT

Opuscules et fragments inédits de Leibniz, L. couturat (ed.), París, 1903 (reimp. Hildesheim, 1961).

DUTENS

G.G. Leibnitii Opera Omnia, L. Dutens (ed.), 6 vols, Ginebra 1768, (reimp. Hildesheim 1989).

ERDMANN

G.G. Leibnitii opera philosophica, J.E. Erdmann (ed.), Berlín, 1840 (reimp. Aalen, 1959).

GP

G.W. Leibniz: Die philosophischen Schriften, C.J. Gerhardt (ed.), 7 vols, Berlín, 1875-90 (reimp. Hildesheim, 1960-61)

GM

G.W. Leibniz: Mathematische Schriften, C.J. Gerhardt (ed.), 7 vols, Berlín 1849-64 (reimp, Hildesheim, 1962).

GRUA

G:W. Leibniz: Textes inédits d’après les manuscrits de la bibliothèque provinciales de Hanovre, G. Grua (ed.), 2 vols, París 1948 (reim. Nueva York, 1987).

KlOPP

Die Werke von Leibniz, O. Klopp (ed.), I serie, 11 vols, Hannover, 1864-84.

JAGODINSKI

Leibnitiana: elementa philosophiae arcanae de summa rerum, I. Jagodinski, Kazan (1913)

LM

C.I. Gerhard, Der Briefwechsel von G.W. Leibniz mit Mathematikern, Berlín, 1899.

OFC

G.W Leibniz, Obras Filosóficas y Científicas, Ed. Comares, Granada, 2007 ss

PhT

Philosophical Transactions

RODIS-LEWIS

Lettres de Leibniz à Arnauld, G. Rodis-Lewis (ed.), PUF, París 1952

7.2. Obras de Leibniz traducidas al español

Se citan las obras de Leibniz que se han traducido al español por el nombre del traductor. Es necesario mencionar el proyecto que está en curso de la edición de Obras Filosóficas y Científicas, dirigido por Juan Antonio Nicolás editado por Comares. Estas obras se citarán por la referencia genérica, (OFC), seguido del número del volumen, título y editor. En la mayoría de los volúmenes además de editor han participado varios traductores, todos especialistas en Leibniz. En la actualidad hay 14 volúmenes publicados.

7.2.1. Obras Filosóficas y Científicas (OFC)

Vol. 2: Metafísica, Á. L. González (ed.), Comares, Granada 2010.

Vol. 3: Ciencia General y Enciclopedia, O. M. Esquisabel (ed.), Comares, Granada 2023.

Vol. 5: Lengua universal, característica y lógica, J. Velarde – L. Cabañas (eds.), Comares, Granada 2013.

Vol. 7A: Escritos matemáticos, M. S. de Mora Charles (ed.), Comares, Granada 2014.

Vol. 7B: Escritos matemáticos, M. S. de Mora Charles (ed.), Comares, Granada 2015.

Vol. 8: Escritos Científicos, J. Arana (ed.), Comares, Granada 2009.

Vol. 10: Ensayos de teodicea: sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal, T. Guillén Vera (ed.) Comares, Granada 2012.

Vol.11: Escritos teológicos y religiosos, M.S. Fernández, I. Murillo, A. Andreu (eds.) Comares, Granada 2019.

Vol. 14: Correspondencia I, J. A. Nicolás – M. R. Cubells (eds.) Comares, Granada 2007.

Vol. 15: Correspondencia II, J.A. Nicolás- R. Rovira (eds.), Comares, Granada 2022.

Vol. 16 A: Correspondencia III, B. Orio de Miguel (ed.) Comares, Granada 2011.

Vols. 16 B: Correspondencia III, B. Orio de Miguel (ed.), Comares, Granada 2011.

Vol. 17 A: Correspondencia IV, J.A. Nicolás – A. Guillermo Ranea (Eds.), Comares, Granada 2024.

Vol. 18: Correspondencia V, E. Rada, (ed.) Comares, Granada 2016.

7.2.2. Otras traducciones

Las traducciones se ordenan alfabéticamente por el nombre del editor o traductor de la obra.

Andreu, A., Methodus vitae (Escritos de Leibniz), Universidad Politécnica de Valencia, 1999, 2000,2001, 3 volúmenes, Plaza y Valdés Madrid 2015.

Arana Cañedo-Argüelles, J., – Rodríguez Donís, M., Gottfried Wilhelm Leibniz. Escritos de dinámica, Tecnos, Madrid 1991.

Azcárate, P., Obras de Leibniz, Madrid 1877.

Azcárate, P. – García Morente M. – Ovejero y Maury, E., Leibniz. Discurso de metafísica. Sistema de la naturaleza, Nuevo tratado sobre el entendimiento humano. Monadología. Principios sobre la naturaleza y la gracia, Porrúa Mexico 1991.

Echeverria, J. J., Leibniz: Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Alianza Editorial Madrid 2021

—, G. W. Leibniz, Filosofía para princesas, Alianza, Madrid 2019 (2ª ed.).

—, Leibniz. Escritos metodológicos y epistemológicos, Escritos filosóficos, Escritos lógico-matemáticos, Escritos sobre máquinas y ciencias físico-naturales, Escritos jurídicos, políticos y sociales, Escritos Teológicos y religiosos. Estudio introductorio. Biblioteca de grandes pensadores, Gredos, Madrid 2011.

Frayle Delgado, L. Gottfried Wilhelm Leibniz. Disertación sobre el estilo filosófico de Nizolio, Tecnos, Madrid 1993.

García Morente, M., Gottfried Wilhelm Leibniz, Monadología. Principios de la naturaleza y de la gracia, Universidad complutense, Facultad de Filosofía Madrid1994.

Guillén Vera, T., Los elementos del derecho natural, Tecnos, Madrid 1991.

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Romerales Espinosa, E., Ensayos de teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal, Abada Editores, Madrid 2015 (traducción de Aurora Freijo Corbeira, Ángel Hernando Domingo, Enrique Romerales Espinosa; edición, introducción y notas de Enrique Romerales Espinosa).

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7.3. Obras sobre Leibniz

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7.4. Recursos electrónicos

“La Sociedad Española Leibniz para Estudios del Barroco y la Ilustración” (www.leibnizsociedad.org/). Su página web contiene las direcciones más relevantes que estudian a este filósofo (www.leibnizsociedad.org/enlaces/). Señalamos algunas que están en esa página:

http://www.gottfried-wilhelm-leibniz-gesellschaft.de/leibniz-edition.html

https://leibnizsozietaet.de/publikationen/leibniz-online/

https://www.mv.helsinki.fi/home/mroinila/texts.htm

Leibniz-Forschungsstelle Münster

Leibniz-Edition Arbeitsstelle Potsdam

Leibniz-Edition Arbeitsstelle Berlin

Leibniz en Español

Leibniz Gesellschaft

Leibniz Society of North America

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Fernández García, María Socorro, Gottfried Wilhelm Leibniz, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/archivo/2024/voces/leibniz/Leibniz.html

Información bibliográfica en formato BibTeX: msfg2024.bib

Digital Object Identifier (DOI): 10.17421/2035_8326_2024_MSFG_1-1

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