Philosophica
Enciclopedia filosófica  on line

John Dewey

Autor: Carlotta Padroni (Traducción del italiano por María Aracoeli Beroch)

John Dewey (1859-1952) es uno de los mayores exponentes de la multifacética tradición del pensamiento estadounidense conocida como Pragmatismo, que representa por su extensión, profundidad y valor epistemológico la contribución más original de los Estados Unidos a la filosofía occidental. Su pensamiento, el Instrumentalismo, se configura principalmente como estudio y aplicación del método científico tanto en el ámbito de la teoría filosófica, como en el de la dimensión pública, principalmente en la política y la educación. Trasladar los métodos de la ciencia experimental al estudio de las ciencias sociales significa, para nuestro filósofo, también transformarlas en “ciencias exactas”, haciéndolas capaces de observar los datos como un complejo de relaciones que hay que identificar a través de observaciones analíticas, hipótesis y verificaciones, para aumentar el control sobre la experiencia. De esta manera, pensar el hombre es para Dewey pensarlo en relación con el ambiente: la relación es un evento concreto, una acción; comprender y estudiar esta relación es tarea de una filosofía atenta a los efectos prácticos de las ideas. La teoría muestra de este modo un vínculo directo con la práctica. John Dewey, testigo atento y sensible de este clima de pensamiento, ya sea con su trabajo intelectual como también con compromiso en la vida pública, podrá afirmar que en los Estados Unidos se pasó entonces de “tratar problemas filosóficos” a tratar “los problemas de los hombres”.

1. Vida y obra

John Dewey nace en Burlington, en Vermont, el 20 de octubre de 1859. Sus padres, Lucina Artemisia Rich y Archibald Dewey, provenían de sólidas familias de terratenientes de Vermont vinculados a la Primera Iglesia Congregacional de Burlington. Sucesivamente Lucina se apartó de este enfoque de fe liberal para adherir al Pietismo emotivo que fue el origen de la rígida educación cristiana impartida también al hijo John. El ambiente social de Burlington tenía una tradición marcadamente demócrata debido a la extracción heterogénea de la ciudad que, desde hacía varias generaciones, era de constitución compleja: junto a los “antiguos americanos” —los habitantes de tradición Yankee, como la familia Dewey, altamente orgullosos de sus orígenes “New England” y del espíritu de independencia—, había un gran grupo de inmigrantes de la Irlanda católica, del Canadá inglés y francés —del Quebec— que en la segunda mitad del siglo representaban alrededor de la mitad de la población. Se trataba entonces de una sociedad abierta a la integración de los recién llegados, a través de actividades que tenían como principales puntos de referencia la escuela, la Iglesia, las asociaciones privadas, los círculos literarios y grupos de estudio, entre los que era muy activa la familia Dewey, que con vivacidad y laboriosidad animaba la vida cultural y civil de toda la comunidad. Un fuerte elemento religioso, debido a la profunda fe de la madre, connota la educación de Dewey que con ella desde pequeño aprende a rezar, a escuchar la lectura de la Biblia, asiste a la escuela dominical (Sunday School) para aprender los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro, el Credo apostólico. Atenuando el radicalismo de los principios religiosos maternos, en el camino de formación del joven Dewey se encuentra el Reverendo Lewis O. Brastow, exponente de relieve de la Primera Iglesia Congregacional de Burlington durante el tiempo en que el joven la frecuentaba. Su evangelismo liberal fue una apertura importante hacia un protestantismo que animaba a leer los textos sagrados no de un modo literal, sino con una interpretación inteligente y a la luz de la experiencia; el método que explicitaba esta actitud era sobre todo una exégesis histórica o “natural” de las Escrituras y una mayor confianza respecto a la “razón”.

Luego de haberse graduado en Burlington y haber enseñado en Pennsylvania, en la High School de Oil City, en 1884 Dewey obtiene el doctorado en la John Hopkins University de Baltimore donde asistirá a las clases de Charles Sanders Peirce, Sylvester Morris y Stanley Hall, estudiando lógica, filosofía y psicología experimental. Morris, intelectual de formación alemana, será quien introducirá a Dewey en un modelo orgánico de filosofía, siguiendo las huellas del idealismo hegeliano, mientras Hall, en cuanto teórico de la psicología experimental, le proporcionará un enfoque metodológico-científico, capaz de aplicarse a las ciencias humanas y orientado hacia una íntima relación entre la filosofía y la nueva disciplina psicológica; abierto también a la dimensión ética.

De estos años son las primeras publicaciones sobre la filosofía de Kant y el materialismo de Spinoza, difundidas en el Journal of Speculative Philosophy, la principal revista filosófica de los Estados Unidos, dirigida por W. T. Harris, sofisticado pensador de la escuela hegeliana de St. Louis que tuvo un rol importante apoyando los intereses iniciales filosóficos de John Dewey. Hasta 1894 seguirá una década en la cual Dewey, invitado por el Professor Morris, enseñará en la Universidad de Michigan en Ann Arbor y publicará sus primeros dos ensayos: Psychology (1887), y Leibniz's New Essays Concerning the Human Understanding (1888). En 1886 Dewey se casará con Harriet Alice Chipman de quien tendrá seis hijos; con su mujer compartirá una relación no solo sentimental sino también intelectual y profesional que durará hasta la muerte de ella en 1927.

Desde 1894, año considerado por muchos de sus críticos de profundos cambios en la evolución del su pensamiento, acepta el ofrecimiento de un cargo como docente en la John D. Rockefeller’s University de Chicago y es nombrado jefe del departamento que, junto a la Filosofía y a la Psicología, contempla la presencia de una nueva disciplina: la Pedagogía (Education). La presencia de esta nueva disciplina favorecerá el desarrollo de un ambiente muy abierto a la experiencia educativa, que le permite fundar una Escuela-Laboratorio de nivel primario en el departamento mismo, que funcionó entre 1896 y 1903. El éxito de la experimentación estará en el centro de uno de los volúmenes más famosos de Dewey, The School and Society (La escuela y la sociedad, 1899), traducido a más de diez lenguas y cuya publicación servirá no sólo para compartir los resultados obtenidos en ámbito educativo, sino también para la recolección de fondos para el Laboratorio. Son años muy intensos en los cuales Dewey tiene la posibilidad de elaborar sus teorías pedagógicas con la definición, muy personal, de un pragmatismo que considera e incluye aspectos lógico-filosóficos y éticos, ulteriormente estudiados y profundizados. Durante algunos semestres además enseña cursos sobre “Lógica”, “Ética social” y “Ética psicológica”. Justamente este último tema es el objeto del ensayo The Study of Ethics, publicado en 1894, cuando Dewey estaba todavía en Ann Arbor, cuando comenzaba a entrever que la inteligencia es “mediación” entre los impulsos de la mente y los resultados de sus operaciones. De ese mismo curso, nacerá, además, en 1922, el ensayo Human Nature and Conduct. An Introduction to Social Psychology (Naturaleza humana y conducta: introducción a la psicología social). Durante el mismo período, Dewey activa perfecciona su Instrumentalismo aplicado a la formulación de teorías lógicas y morales, focalizándose en el pensamiento reflexivo, orientado en la dirección de una psicología funcional, de corte jamesiano, menos conocida que la psicología experimental, de gran auge en esos momentos.

En 1904, a causa de una divergencia con el Rector de la Universidad de Chicago, Dewey renunciará y desde 1905 a 1929 enseñará en la Columbia University de New York, ciudad donde vivirá, en la Fifth Avenue, hasta el fin de sus días, por 48 largos años. En este período publicará los libros que lo harán famoso: How We Think (Cómo pensamos, 1910, obra revisada y publicada nuevamente en 1933) y Democracy and Education (Democracia y educación, 1916), dos volúmenes fruto de la experiencia de Chicago, mientras que un nuevo clima intelectual y nuevos contactos personales estimulan a Dewey a poner en primer plano la psicología social y la política, a través de reflexiones y modelos que estaban sin embargo bien radicados en su filosofía. Toma consistencia la teorización de una forma de democracia social que se aleja tanto del liberalismo como del comunismo, que insiste en el valor del “bien común” y más que una forma de gobierno, se resuelve en un “modo de pensar”. Su compromiso político lo llevará a viajar para comparar su propuesta personal con otras realidades geopolíticas en Europa y Asia. Entre sus viajes: China, Japón, Europa, Turquía (1924), México (1926), la Unión Soviética (1928). Estos países son visitados con una perspectiva centrada en un proyecto democrático válido construido a través del trabajo vital de la educación.

La mayor parte de los volúmenes publicados en este periodo constituirán el resultado de conferencias y seminarios dados en los países que lo invitaban: del 1920 es Reconstruction in Philosophy (La Reconstrucción de la filosofía), clases dictadas en la Universidad Imperial de Tokyo, mientras que en 1929 publica The Quest for Certainty (La busca de la certeza), un curso de lecciones impartidas en Edimburgo; otros ensayos en cambio, son fruto de clases dadas en importantes fundaciones: German Philosophy and Politics (1915), The Public and Its Problems (El público y sus problemas, 1927), Liberalism and Social Action (Liberalismo y acción social, 1935), Art as Experience (El arte como experiencia, 1934), este último como consecuencia de una sólida amistad con Albert C. Barnes, apasionado coleccionista de arte contemporánea y presidente de una fundación que llevaba su propio nombre, que será para Dewey una ocasión de profundizar la experiencia vital del arte y su rol en clave educativa. En el mismo año 1934 sale a la luz el breve ensayo A Common Faith (Una fe común), resultado de tres conferencias en las cuales, luego de aproximadamente cuarenta años, Dewey vuelve a hablar de religión; el motivo es la acusación a las religiones tradicionales de que, habiendo elaborado cada una en su propia historia un riguroso aparato doctrinal, identifican la experiencia religiosa del hombre, y por lo tanto la fe, con una adhesión impersonal a esos principios.

En más de veinticinco años que Dewey transcurre en Columbia su Instrumentalismo se volverá la filosofía estadounidense dominante. En 1938 de hecho publicará Logic: The Theory of Enquiry (Lógica: teoría de la investigación), la obra que tal vez más que todas representa la exposición sistemática de su instrumentalismo y en particular de su epistemología; mientras que el mismo año saldrá el volumen Experience and Education (Experiencia y educación) que se pone como una summa de su filosofía de la educación describiendo la “escuela progresiva” y el rol de la experiencia en el proceso educativo. En estos años el pensamiento deweyano se expresará no sólo con la publicación de obras como Freedom and Culture (Libertad y cultura, 1939), The Unity of Science as a Social Problem y Theory of Valuation (Teoría de la valoración, 1939), sino también con compromisos civiles, como la Presidencia de la Comisión de Investigación León Trotski, en 1937, para denunciar los crímenes del totalitarismo de Stalin y el apoyo a favor de una intervención militar de los Estados Unidos en el segundo conflicto mundial. Es de esta época —entre los años treinta y cuarenta del siglo veinte— la fructuosa colaboración con Arthur Bentley, que culminará con la publicación de la última corpulenta obra de Dewey Knowing and the Known (1949), en la cual los autores elaboran en clave epistemológica el concepto de transacción, definiéndolo como la ausencia de determinación entre “elementos” de una situación; así la realidad se configura en una totalidad en la cual no se distinguen más el sujeto y el objeto como términos distintivos de la dinámica cognoscitiva de la ciencia moderna. Pero Bentley y Dewey proponen considerar también el sujeto que conoce come el resultante de una relación de continuidad entre organismo y ambiente; así la reflexión se extiende también a la perspectiva del proceso de investigación (inquiry) cognoscitiva.

John Dewey morirá el 1 de junio de 1952 en su casa de New York a causa de una neumonía.

2. El Instrumentalismo

La filosofía de Dewey es una forma de pragmatismo definida como Instrumentalismo. Para comprender el significado del término hay que tomar pie de la relación dinámica hombre-ambiente, que es uno de los casos de la relación más general de interacción entre los organismos y el ambiente que es propio de toda la naturaleza. El hombre está obligado desde el inicio de su historia a medirse con la inestabilidad de los eventos para vencerla y garantizarse la supervivencia. La existencia humana se presenta de hecho como incierta y inestable. En un mundo en el que la posibilidad del riesgo es continua, la inteligencia se desarrolla y se potencia —según esquemas de tipo operativo e interpretativo— haciendo frente a esta situación. La inteligencia por lo tanto desarrolla una acción instrumental en relación con la experiencia, que se muestra como una situación problemática, para llegar a resolver su carácter problemático y a producir una reorganización de la realidad que consienta una mejor adaptación del hombre a su ambiente. Esta investigación se lleva a cabo como actividad colaborativa que implica una comunicación entre los hombres y por lo tanto implica la formación del lenguaje. A partir del trabajo en común y la sociabilidad del lenguaje nace la generalidad del pensamiento —la capacidad de usar las palabras como símbolos y pensar a través de conceptos— que da origen tanto a la conservación del patrimonio común de la cultura, como la capacidad de evidenciar, de modo deliberado, problemas siempre más generales y complejos orientados a la investigación científica y la elaboración teórica, con toda su intrínseca capacidad innovadora.

Dewey sostiene que en la que él llama su teoría naturalista de la lógica hay una continuidad entre los procesos más simples y los procesos más complejos de la actividad humana: la investigación científica, que se sirve de medios intelectuales para resolver problemas en términos de abstracción conceptual, es una continuación natural del comportamiento orgánico con el cual el hombre afronta las dificultades de la existencia. La continuidad de lo biológico a lo lógico se da por el hecho de pertenecer al mismo proceso de desarrollo: la experiencia. El abismo entre lo mental y lo físico, dice Dewey, ha sido generado en un episodio de la historia de la cultura: se remonta a la contraposición entre lo físico y lo racional de la época cartesiana, y es un prejuicio filosófico que tiene que ser removido para poder reconocer que la misma experiencia del organismo biológico es la que se convierte en el pensamiento abstracto y simbólico.

La inteligencia, por lo tanto, se puede definir en el Instrumentalismo deweyano como instrumento de la acción para la elaboración de la misma experiencia, capaz de este modo de resolver los problemas de interacción entre el hombre y el contexto en el que opera. El conocimiento se manifiesta como una forma de control de la relación hombre-ambiente. Apunta, por lo tanto, al resultado, a la eficacia de una hipótesis dada, de un proyecto de intervención dado. Las ideas son sólo instrumentos que el hombre usa para afrontar y resolver los problemas que encuentra en su precaria existencia. El sentido y el valor de verdad de una proposición o de una idea son el resultado de su propia dimensión instrumental y solo eso: éstos se relacionan con un conjunto de operaciones en base a las cuales un problema determinado puede o no ser resuelto.

3. El concepto de experiencia

Para entender la clave del discurso filosófico deweyano, a este punto es interesante definir el concepto de experiencia, que es central en toda su visión y, como veremos más adelante, también en su peculiar perspectiva religiosa. Con la palabra experiencia nuestro filósofo expresa la colocación del hombre en el mundo, con su propia interioridad y su propio yo, en el conjunto de las acciones y relaciones en las cuales está involucrado y que él mismo emprende a través del poder eficaz de la comunicación y de la mente. La sola actividad sin embargo no constituye experiencia, es incluso algo dispersivo, desordenado, confuso. La experiencia inicia sólo cuando a partir de una transacción operante entre nosotros y el ambiente se predispone un cambio del que podemos hacer derivar un sentido.

En efecto, en su ensayo Democracy and Education (Democracia y educación) Dewey explica que la experiencia entendida como situación implica un cambio, pero el cambio no es más que una transacción sin significado si no está conscientemente conectado con la ola de retorno de las consecuencias que fluyen de ella. Cuando continuamos la actividad, en el sentido de someternos a sus consecuencias, cuando el cambio determinado por la acción aporta un cambio en nosotros, no se puede hablar más de un puro fluir, porque el cambio se carga de significado y nosotros aprendemos algo. No es experiencia el hecho de que un niño ponga simplemente el dedo en la llama del fuego; es experiencia cuando el movimiento se conecta con el dolor que se sufre. Desde ese momento en adelante, el poner el dedo en el fuego significa quemarse. Quemarse es un simple cambio físico como el quemarse de un pedazo de madera, si no se percibe como consecuencia de otra acción.

Dewey subraya por lo tanto el dato del dinamismo de la experiencia en la cual el individuo tiene un doble rol activo-pasivo —con su implicación de naturaleza cognoscitiva, práctica, artística y también religiosa— que no se reduce entonces a una simple recopilación de datos sensoriales. En la perspectiva de nuestro filósofo hay espacio para una confrontación crítica con el empirismo clásico de la tradición anglosajona, en la que la experiencia es seguramente la totalidad del mundo del hombre, pero un mundo simplificado y depurado de todos los factores de desorden, turbación, error: es un tipo de experiencia reconducida a estados de conciencia, cartesianamente interpretados como “claros y distintos”. Mientras en la visión deweyana la experiencia se concibe como una condición elemental, primitiva, que implica todos los elementos de inquietud, de riesgo y de error que intervienen en la vida del hombre. Agreguemos que estos aspectos “naturales” con cargas y potenciales escondidos, discontinuos, que empíricamente no se llega a atribuirlos a la misma naturaleza, se vuelven materiales para un espacio inaccesible, subjetivo y no cognitivo que es indicado con el lugar de la “mente”, puesto por encima y contra los datos “reales” de la naturaleza.

La emergencia en la “mente” del hombre de esa específica actividad llamada “pensamiento” está siempre unida a la necesidad orgánica de resolver una situación problemática: es por tanto un problema de acción. El pensamiento emerge por lo tanto como cualidad activa de la conducta, con la precisa finalidad de resolver el problema que se ha planteado, de desbloquear la situación atascada y de liberar fluidez y facilidad al curso de la acción. Lo que en los organismos inferiores es un simple hecho de adaptación, en el hombre se vuelve una función teleológica, se vuelve pensamiento. La asociación de ideas que es la función esencial del pensamiento, no se basa ni en la contigüidad ni en la semejanza con las cosas en sí mismas, sino que es una conexión funcional, un hábito orgánico de respuesta unitaria a una cualidad que permea la situación y que no es nunca objetivamente calificable si no en dependencia de la misma respuesta.

La experiencia constituye entonces una estructura dinámica en la que actúan momentos y factores diversos. Para describirla Dewey habla de interacción, es decir acción recíproca entre esos momentos, ya sea de transacción, es decir de intercambio entre organismo y ambiente, entre conocimiento y acción, entre sujeto y objeto. En este intercambio cada uno da y recibe y ambos momentos se sostienen mutuamente y juntos crecen. El principio de interacción, por el que cada evento no puede ser jamás él mismo sino en cuanto es una relación con los demás y por lo tanto se pone en el acto de modificarse y modificar a los otros, es universalmente válido, tanto en el mundo físico o en el mundo social —por el que el individuo no sería nada sin la sociedad— como en el campo de la psicología del individuo.

De esta manera, la experiencia desemboca en la naturaleza, asumiendo un carácter de profundidad, de extensión y de elasticidad desde una perspectiva de infinitud y en un dinamismo de penetración de tal modo que fomenta una particular atención al contexto, que se vuelve cualitativamente en el terreno en el que el hombre “siente” en vez de “conocer”. La filosofía se abre entonces a la complejidad de lo vivido y a los procedimientos operativos de la existencia, siendo cómplices también los progresos constantes y paralelos de la antropología. Por lo tanto nuestra existencia “natural” otorga la clave para definir una suerte de mapeo metafísico que, desde el contexto de la interacción humana —a través de los valores, el arte, la ciencia, la vida religiosa—, se encuentra entre las potencialidades de la misma naturaleza.

4. La filosofia de la educación y el activismo pedagógico

Sobre estas bases filosóficas y de psicología individual se desarrolla la pedagogía de John Dewey, de la que es fácil notar su funcionalismo constitutivo.

La educación es concebida fundamentalmente como un intercambio interactivo, y por tanto funcional entre el yo y el ambiente, la sociedad. De aquí sus dos características esenciales: la individual, que se funda en la importancia del carácter instintivo del niño, de sus impulsos, que representan toda su riqueza y que constituyen las piedras fundamentales del método educativo, de las cuales tiene que partir; y la social, basada en la interacción, y por lo tanto en el sentido de interdependencia, y en la ayuda mutua. Por esto la educación debe proponer al niño la vida social a un nivel conveniente para él, pero siempre por medio de la actividad creativa, la única que asegura el aprendizaje (a través la solución inteligente de problemas, es decir, a través del pensamiento).

A juicio de Dewey separar lo psicológico de lo social en el proceso educativo, o subordinar uno al otro, tiene efectos dañinos. La educación está, por lo tanto, unida a la misma experiencia de vida y su fin coincide con su mismo proceso; el principio unificador al cual hay que referirse se indica por lo tanto con claridad en su My Pedagogic Creed (Mi credo pedagógico, 1897), la obra más conocida e incisiva de su pensamiento pedagógico: «la educación es un proceso propio de la vida y no una simple preparación para el vivir futuro».

Nos introducimos así en lo más propio de la educación activa. La escuela es concebida como un proceso de vida individual y social al mismo tiempo. Dewey habla de un “proceso social”, pero concibiendo la sociedad como una “unión de individuos”; de hecho el desarrollo social que la escuela llevar a cabo es el desarrollo de individuos capaces de colaborar entre ellos y de participar en las actividades de la comunidad en la cual viven, y cuyo radio se aumenta siempre hasta poder abarcar a todos los hombres.

El concepto de educación como proceso de vida y no como preparación para vivir en el futuro fue propuesto con insistencia por nuestro filósofo en todas sus obras pedagógicas posteriores. Éste es uno de los pilares de la escuela activa. La vida es desarrollo y la educación debe ayudar a promoverlo; y ésta no podría hacerlo desde fuera, sin integrarse en lo más intimo del mismo desarrollo. Para que los alumnos se formen armónica y continuamente, es necesario por lo tanto que se les ofrezca un ambiente en el que su modo normal de vida continúe, con sencillez, liberado de los elementos que lo bloquean y son contradictorios, procediendo con un ritmo regular. La Escuela deberá ser tal ambiente.

Si en base a una visión pragmatista el conocimiento humano termina para Dewey por corresponder a una modalidad de interacción con el ambiente, la vida de cada individuo en su complejidad puede ser reconducida a un camino de aprendizaje, caracterizado por la necesidad de abordar problemas puestos por la experiencia a través el uso de las propias facultades, en una forma siempre más refinada y apropiada, y por lo tanto por la sedimentación de un bagaje siempre más vasto de competencias a las cuales recurrir sucesivamente. La instrucción formal y por tanto la escuela, por su parte, puede ser eficaz solo radicando su propia propuesta de formación en la personal experiencia que los jóvenes comienzan a tener fuera de la institución escolástica, y asimilándola según el modo en que los problemas pragmáticamente se abordan en el curso sus vidas. Basados en esta visión se deben poner en juego las actividades didácticas, seleccionándolas de manera tal que ofrezcan al estudiante una inmersión total en los hechos y problemas que debe afrontar, haciéndoles parte integrante de su vida. En esta óptica, el learning by doing tomaba un rol de camino pedagógico en el que la actividad práctica y manual —como en el caso del tejido en la deweyana Escuela-Laboratorio de Chicago (1896)— representaba una sólida y vital introducción al proceso de formación y consolidación de los conocimientos.

Con John Dewey y su experimentación pedagógica nace una nueva filosofía de la educación atenta a la metodología de la investigación, a la planificación, a los talleres, a la vida democrática y comunitaria; ésta se funda en una cultura abierta a lo cotidiano, a la naturaleza, a la sociedad y a la ciencia, una cultura que tiende a saldar lo vivido con la reconstrucción histórica y la proyección hacia el futuro. Esta nueva concepción educativa, llamada activismo pedagógico, tiene como objetivo la adquisición activa de competencias, habilidades, conocimientos, comportamientos, el uso de la inteligencia y de la imaginación, el respeto de los intereses, de las necesidades, de los impulsos, pero quiere también subrayar positivamente el compromiso y la responsabilidad individuales. A partir de los años treinta del siglo veinte —y por algunos decenios— la escuela activa, democrática y popular de Dewey dará forma a diversos proyectos e influirá en los educadores de distintas partes del mundo, por la connotación idealista que la caracterizaba, pero también por su sólida justificación teórica. Dejada de lado la seguridad que ofrecían las verdades objetivas y universales, se trataba de delinear modelos educativos —y por lo tanto una pedagogía— funcional a un mundo y a una sociedad en continua transformación y posibilidades de crisis.

El modelo deweyano de educación democrática y antiautoritaria, que es el objeto del importante ensayo Democracia y educación, es tal no sólo en los fines, sino también en los métodos: inspirado de hecho en el reconocimiento de la centralidad y la dignidad de la persona del alumno, en el carácter procedimental, problemático, siempre activo del aprender y en la necesidad de que éste, para ser eficaz, se base siempre en los auténticos intereses del mismo alumno. En este contexto, la adquisición de una mentalidad científica juega un rol esencial en el niño. Esta mentalidad, según Dewey, ayuda al individuo en crecimiento a liberarse de todo condicionamiento dogmático, lo lleva a reconocer la variedad de puntos de vista posibles, la necesidad por lo tanto de la tolerancia y de someter sus propias convicciones al banco de pruebas de la experiencia.

A través de la escuela, como ha sido esbozado en otro importante trabajo deweyano La escuela y la sociedad—, desde la perspectiva del bien común se puede cambiar la misma sociedad. La escuela se constituye como comunidad en la cual el alumno aprende no sólo a convivir con los otros, sino también a ser responsable por medio de su participación en el gobierno democrático de la escuela misma. Libertad y comunidad, respeto de la personalidad y de la esfera de acción del individuo y juntamente compromiso de realizar fines sociales tanto en la escuela como en la sociedad, de este modo constituyen un binomio indisoluble en el cual propiamente se injerta la perspectiva del desarrollo de la democracia.

5. Una fe común: la Democracia

La orientación delineada por Dewey, que identifica el método filosófico con una modalidad in fieri —un proceso—, se enfoca ya con extrema evidencia en su escrito de 1888 The Ethics of Democracy (La ética de la democracia), en el que justamente la “democracia” representa el ideal de desarrollo en el que la sociedad reconoce su propio objetivo, su propia finalidad. En este contexto el concepto de democracia, que aparece como un tema constante en el vasto catálogo de las obras deweyanas, no se refiere a una particular forma de gobierno sino que se entiende como un proyecto social. Éste se propone en forma de una totalidad real con las características de organicidad e integridad que apuntan a la recomposición de lo universal y lo individual, buscada por Dewey con gran convicción. En este caso la “comunidad ética”, social y democrática es la que se expresa en clave histórica y actual con los mismos ideales de organicidad de la “comunidad física”, es decir, del organismo viviente, que manifiesta en el dato de “experiencia” la misma complejidad de relaciones pero en clave físico-biológica.

Por lo tanto, la democracia para nuestro filósofo garantiza a la sociedad las mejores condiciones de desarrollo. Fomenta el libre intercambio de múltiples experiencias de vida y el compartir un gran número de intereses comunes. Además implica una interacción más libre entre los grupos sociales, cosa que conlleva un cambio o readaptación constante de las costumbres sociales para afrontar las situaciones producidas por la variedad de relaciones, sobre todo en una sociedad cada vez más compleja y articulada como era la sociedad industrial americana a caballo entre los siglos XIX y XX.

La democracia es por lo tanto más amplia y rica que una forma de gobierno. Es capacidad de participar a la producción y a la fruición de valores comunes, es afirmación y desarrollo de personalidades libres. Dewey sostiene que la democracia es además un tipo de vida asociada en la cual el compartir intereses y el referir la propia acción a la de los otros equivale al abatimiento de las barreras de clase, raza, territorio nacional que impiden a los hombres captar el máximo significado de su actividad.

En la concepción democrática, por lo tanto, el aspecto individual y social van juntos y es un error contraponerlos, porque concurren ambos al desarrollo armónico de los hombres y de la comunidad. De hecho, Dewey insistirá en la educación como «liberación de las capacidades individuales en un progresivo crecimiento en vistas de objetivos sociales»; pero también insistirá respecto de su rol de encontrar todo aquello que «una los pueblos en sus objetivos y resultados para una cooperación humana, más allá de las limitaciones geográficas».

Además resulta interesante resaltar cómo el ideal democrático deweyano, que tiende a una devoción por los valores de la libertad individual, de la inclusión, de la igualdad de oportunidades para todos en una visión auténtica y positiva de la comunidad humana, expresa lo que hay de sagrado y religioso en la Weltanschauung de nuestro filósofo. De hecho, la visión secular y a-metafísica de su naturalismo, concebido en la fase madura del su instrumentalismo, no descuida la relación con la dimensión de lo “religioso”, que en el discurso político se traduce en su ideal de democracia que, a su vez, representa el modelo perfecto —justamente ideal— de organización social.

6. A Common Faith: el pensamiento religioso

El pensamiento religioso de Dewey ha tenido un desarrollo muy personal ya a partir de su juventud, cuando se dedicó como devoto practicante a la vida de la Iglesia Cristiana Congregacional, hasta la definición —luego de haberse alejado de la Iglesia protestante— de su pragmatismo maduro en el que se concretó una forma de naturalismo, para nada reducible al materialismo, dirigido a indagar los “orígenes naturales” de la ciencia, del arte, de la filosofía, de la experiencia y de la imaginación creativa del hombre, como también obviamente, de la misma religión. Su naturalismo indudablemente reconducible a una suerte de humanismo profundo, conserva un genuino espíritu religioso que —no obstante algunas afirmaciones del mismo Dewey— no sólo revela sus orígenes cristianos, sino también su interés por profundizar el fenómeno religioso a través del dinamismo de la experiencia.

En efecto, si bien se alejará gradualmente de la religión organizada, Dewey no rechaza la idea de lo “religioso”, insistiendo sin embargo en la importancia primaria de la cualidad espiritual y religiosa de la experiencia. Como afirmará, uno de los objetivos principales al escribir A Common Faith (Una fe común, 1934) —su única obra dedicada a la religión, un breve ensayo redactado como resultado de tres conferencias presentadas en la Yale University de New Haven— era llegar a las personas que se sentían atraídas por el espíritu de la religión pero no de una religión organizada. Además, Dewey quiere precisar con su ensayo que el sentimiento religioso está tan profundamente radicado en el hombre que éste no tiene necesidad de dogmas, creencias y prácticas de culto que, sin embargo, se han desarrollado —estableciendo las distintas tradiciones confesionales— en el curso de la historia y se han concretizado de acuerdo al ambiente cultural que las ha generado.

Nuestro filósofo reacciona por tanto a la luz de su propia fe religiosa, uniendo la dimensión teorética de su pensamiento con la espiritualidad moderna, en el propio contexto histórico en el que se encuentra actuando. El terreno común del diálogo deweyano es que lo “religioso” de una experiencia se llega a identificar con el esfuerzo por armonizar el propio ser con la realidad en la que se encuentra: un “todo” del que se es parte y que para llegar a ser significativo debe poder compartirse en un destino común. En esta visión el concepto de “Dios” pierde las características de la trascendencia para identificarse con el conjunto de valores fundamentales y de fines ideales hacia los que tienden los deseos y las acciones de los hombres.

Esto llevará a Dewey a explicar ulteriormente cómo la eficacia de tal compromiso religioso será determinante para individuar aquellos valores e ideales compartidos que constituyen una parte crucial del tejido propio de las comunidades en las que se vive y que, a su vez, reflejan su significado, habiéndolo adquirido en relación a las dinámicas sociales y culturales. Con el reconocimiento específico del modo en que la religión promueve con eficacia esos ideales que todos podemos compartir, la propuesta religiosa de Dewey ofrece una perspectiva apta para ayudar a la superación de los conflictos generados por la difundida incapacidad de ver más allá de una infranqueable división entre lo secular y lo religioso.

En el lenguaje contemporáneo, se podría afirmar que de este modo Dewey sostiene una suerte de “espiritualidad ecológica” recuperada justamente en este sentido de conexión entre el individuo —en términos de espera y apoyo— y el mundo que lo rodea que él concibe como el “Universo”. Desde este punto de vista es interesante notar como él se distancie radicalmente de todas las posiciones ateas —en particular del “ateísmo militante”— porque éstas remiten a una concepción del hombre aislado, proyectado en un estado de radical indiferencia y hostilidad también respecto a la naturaleza.

En definitiva, desde la posición que Dewey presenta en el ensayo Una fe común es legítimo reconocer la existencia de una visión religiosa de la fe natural ínsita en el hombre, una suerte de religiosidad trascendental que se coloca como fundamento de todas las religiones históricas, una actitud religiosa que se alimenta constantemente porque está presente en el fondo de la naturaleza humana. De hecho la totalidad de la historia, según Dewey, no se podría explicar sin este espíritu religioso alimentado por el hombre de frente a sus propias posibilidades. Así, es posible captar en la hermenéutica religiosa de Dewey formas diversas y múltiples fases de una tal religiosidad, en relación al contexto histórico-cultural y civil: en el cuadro americano de la época nuestro filósofo tenía como referencia los valores de la investigación científica y del ethos democrático. Por lo tanto, en el campo de estudio hermenéutico-religioso las ideas de Dewey parecen definidas en gran parte a partir de un plan más bien programático que sustancial, explicitando la orientación más oportuna que el pensamiento y la acción debían seguir para dirigirse hacia el bien en su sentido más pleno, más que especificar fórmulas o principios particulares dirigidos a la acción individual y social.

Para concluir, se puede afirmar que la “filosofía de la religión” trazada por John Dewey en Una fe común tiene necesidad de ser vista desde una perspectiva que tenga en cuenta no sólo los principios religiosos que han nutrido a nuestro filósofo en su juventud, sino también sus obras sucesivas, las de la madurez, en las cuales se afronta “el humano centro de gravedad” —tan querido a nuestro filósofo— con los instrumentos especulativos de la epistemología, de la lógica, de la ética, de la estética, y en donde la religión es siempre parte del argumento, si bien no ingente, pero de todas maneras significativa. Este ensayo se presenta en el panorama de la producción deweyana, por lo tanto, no como una obra aislada, extemporánea, sino que puede ser considerado un punto de llegada de las experiencias personales y un punto de partida para ulteriores reflexiones de nuestro filósofo.

7. Leer a John Dewey hoy

Desde la última década del siglo pasado ha habido un resurgimiento de los estudios deweyanos, gracias entre otras cosas a la conclusión de la edición crítica de su obra —37 volúmenes, llevada a cabo por algunos estudiosos de la Southern Illinois University de Carbondale—, que ofrecía la posibilidad de leer en la lengua original sus obras de la juventud, difíciles de encontrar en la época de la posguerra. A ello se unió la gran atención prestada a las cuatro grandes e interesantes biografías de nuestro filósofo. Se trata de obras complejas que junto a la cronología de su vida presentan también en forma articulada su obra entera, subrayando las particularidades del pensamiento deweyano, en relación con las transformaciones históricas, sociales, culturales que en el mundo occidental se han verificado en el periodo a caballo entre los siglos XIX y XX.

Entre las biografías consideradas “históricas” están la obra de G. Dykhuizen, The Life and Mind of John Dewey, (1973) y la de N. Coughlan Young, John Dewey. An Essay in American Intellectual History (1975); de especial relieve resulta la gran obra de Steven C. Rockefeller, John Dewey: Religious Faith and Democratic Humanism (1991) que ofrece, entre biografía e historia de las ideas, un interesante itinerario del pensamiento deweyano, con una atención particular a su “filosofía de la religión”, integrándola en el contexto de la filosofía americana. Con una configuración radicalmente distinta se posiciona la obra de R.B. Westbrook, John Dewey and American Democracy, (1991). La contribución propone como clave de lectura de la biografía deweyana la valencia política de su pensamiento, con el objetivo de subrayar la defensa de la “democracia participativa” y sostenerlo como crítico del “liberalismo corporativo” propio de la Nueva Izquierda de matriz radical.

Para recuperar los aspectos más importantes de la biografía intelectual de un pensador complejo y polifacético como John Dewey es necesario referirse a sus escritos de corte autobiográfico, que han sido frecuentemente leídos, citados y, de algún modo, también utilizados por la crítica para subrayar algunos momentos significativos de su itinerario intelectual. Se trata básicamente de dos obras: la autobiografía From Absolutism to Experimentalism, redactada en 1930, cuando Dewey, hombre de carácter esquivo y poco dado a hablar de sí mismo, a la edad de setenta años mira un poco hacia atrás y hace un balance de algunos momentos importantes de su recorrido teorético, y la biografía escrita por su hija Jane Mary, Biography of John Dewey, publicada en 1939 bajo la supervisión de su padre. En ambos escritos se evidencian los pasos fundamentales, con las debidas referencias a los filósofos y maestros che lo han guiado en su original elaboración del instrumentalismo.

8. Bibliografía

Hay que tener en cuenta que la bibliografía de los textos deweyanos se presenta según las normas de la literatura internacional que se refieren a la Edición Crítica en 37 volúmenes ya citada. La obra se divide en tres secciones The Early Works, The Middle Works y The Later Works, que serán abreviadas y representadas a continuación como EW, MW, LW seguidas del número del volumen.

8.1. Edición Crítica de las obras de Dewey

Dewey, J., The Early Works, 1882-1898, 5 voll., edited by Jo Ann Boydston, Southern Illinois University Press, Carbondale and Edwardsville 1969-1972.

——, The Middle Works, 1889-1924, 15 voll., edited by Jo Ann Boydston, Southern Illinois University Press, Carbondale and Edwardsville 1976-1983.

——, The Later Works, 1925-1953, 17 voll., edited by Jo Ann Boydston, Southern Illinois University Press, Carbondale and Edwardsville 1981-1991.

8.2. Algunas de las obras de Dewey mencionadas en la voz

Dewey, J., Psychology, Harper &. Brothers, New York 1887, en EW, vol. 2.

——, Leibniz's New Essays Concerning the Human Understanding, Hillary House, Cambridge 1888, en EW, vol. 1.

——, The Study of Ethics: A Syllabus, G. Wahr, Ann Arbor 1894, en EW, vol. 4.

——, The School and Society, Chicago University Press, Chicago 1899, en MW, vol. 1.

——, How We Think, D. C. Heath and Co., Boston 1910, en MW, vol. 6.

——, Democracy and Education: An Introduction to the Philosophy of Education, The Macmillan Co., New York 1916, in MW, vol. 9.

——, Reconstruction in Philosophy, Henry Holt, New York 1920, in MW, vol.12.

——, Human Nature and Conduct. An Introduction to Social Psychology, Henry Holt, New York 1922, en MW, vol. 14.

——, The Quest for Certainty: A Study of the Relation of Knowledge and Action, Minton, Balch & Co., New York 1929, en MW, vol. 12.

——, A Common Faith, Yale University Press, New Haven 1934, en LW, vol. 9.

——, Logic: The Theory of Inquiry. Holt, Rinehart and Winston, New York, 1938, en LW, vol. 12.

8.3 Traducciones de las obras de Dewey al español

Las obras de John Dewey han tenido gran difusión en lengua española, ya desde inicios del siglo XX. Listamos algunas de ellas, indicando las ediciones más recientes.

Dewey, J., Psicología del pensamiento, D.C. Heath & Co., Boston 1917.

——, El interés y el esfuerzo en la educación, Librería Cervantes, La Habana 1925.

——, Obras de Dewey. 1, La escuela y el niño, Ediciones de La Lectura, Madrid 1926.

——, Obras de Dewey. 2, Ensayos de educación, Ediciones de La lectura, Madrid 1926.

——, Obras de Dewey. 3, Teorías sobre la educación (democracia y educación. I), Ediciones de La Lectura, Madrid 1926.

——, Obras de Dewey. 4, Los fines, las materias y los métodos de la educación: (democracia y educación. II), Ediciones de La Lectura, Madrid 1927.

——, Obras de Dewey. 5, Filosofía de la educación, los valores educativos: (democracia y educación. III), Ediciones de La Lectura, Madrid 1927.

——, Obras de Dewey. 6, Cómo pensamos, Ediciones de La Lectura, Madrid 1928 (Paidós Ibérica, Barcelona 2007).

——, Obras de Dewey. 7, El hábito y el impulso en la conducta, Ediciones de La Lectura, Madrid 1929.

——, Obras de Dewey. 8, La inteligencia y la conducta, Ediciones de La Lectura, Madrid 1930.

——, La escuela y la sociedad, F. Beltrán, Madrid 1929.

——, Pedagogía y filosofía, F. Beltrán, Madrid 1930.

——, Experiencia y educación, Losada, Buenos Aires 1943 (Biblioteca Nueva, Madrid 2010).

——, El pensamiento vivo de Thomas Jefferson, Losada, Buenos Aires 1944.

——, La experiencia y la naturaleza, Fondo de Cultura Económica, México 1948.

——, El arte como experiencia, Fondo de Cultura Económica, México 1949 (Paidós, Barcelona 2008).

——, John Dewey: en sus noventa años, Unión Panamericana, División de Filosofía, Letras y Ciencias, Washington 1949.

——, Lógica: teoría de la investigación, Fondo de Cultura Económica, Mexico 1950 (Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, España 2022).

——, La busca de la certeza; un estudio de la relación entre el conocimiento y la acción, Fondo de Cultura Económica, México 1952.

——, El público y sus problemas, Ágora, Buenos Aires 1958 (La opinión pública y sus problemas, Morata, Madrid 2004).

——, Las escuelas de mañana, Losada, Buenos Aires 1960.

——, Herencia, conducta y motivación, Paidós, Barcelona 1965.

——, La Educación de hoy, Losada, Buenos Aires 1965.

——, Libertad y cultura, UTEHA, México 1965.

——, Teoría de la vida moral, Herrero Hermanos, México 1965.

——, Democracia y educación. Una introducción a la filosofía de la educación, Losada, Buenos Aires 1967 (Morata, Madrid 1995).

——, El hombre y sus problemas, Paidós, Buenos Aires 1967.

——, El niño y el programa escolar, Losada, Buenos Aires 1967.

——, La ciencia de la educación, Losada, Buenos Aires 1968.

——, La Reconstrucción de la filosofía, Aguilar, Buenos Aires 1970 (Planeta-Agostini, Barcelona 1986).

——, Liberalismo y acción social y otros ensayos, Alfons el Magnànim, València 1996.

——, Mi credo pedagógico (texto bilingüe), Universidad de León, León 1997.

——, Viejo y nuevo individualismo, Paidós, Barcelona 2003.

——, Una fe común, Losada, Buenos Aires 2005.

——, Teoría de la valoración, Siruela, Madrid 2008.

——, Democracia y escuela, Editorial Popular S.A., Madrid, España 2009.

——, Naturaleza humana y conducta: introducción a la psicología social, Fondo de Cultura Económica, México 2014.

——, Las fuentes de la ciencia de la educación, Palamedes, Vilobí d’Onyar, Girona 2015.

——, La democracia como forma de vida, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá 2017.

Dewey, J. – Beals, C. – Rühle, O. – Stolberg, B. – LaFollette, S., El caso de León Trotsky: informe de las audiencias sobre los cargos hechos en su contra en los procesos de Moscú, Ediciones IPS. Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones «Leon Trotsky», Buenos Aires 2010.

8.4. Bibliografía secundaria

Alexander, Th. M., John Dewey’s Theory of Art, Experience, and Nature: The Horizons of Feeling, State University of New York Press, Albany, NY 1987.

Barrena, S., Pragmatismo y educación: Charles S. Peirce y John Dewey en las aulas, Antonio Machado Libros, Madrid 2015.

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Burke, F. Th. – Hester, D. M. – Talisse R. B. (eds.), Dewey’s Logical Theory: New Studies and Interpretations, Vanderbilt University Press, Nashville, TN 2002.

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Dykhuizen, G., The Life and Mind of John Dewey, Southern Illinois University Press, Carbondale and Edwardsville 1973.

Fesmire, S., John Dewey and Moral Imagination, Indiana University Press, Bloomington 2003.

——, Dewey, Routledge, London/New York 2015.

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Padroni, Carlotta, John Dewey, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/archivo/2023/voces/dewey/Dewey.html

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