Philosophica
Enciclopedia filosófica  on line

Atención

Autores: José Ángel Lombo y José Manuel Giménez Amaya

1. Introducción

El ser humano goza de una peculiar integridad de sus partes, la cual implica un continuo ajuste entre el orden necesario para conservar su unidad y el desorden que se produce en el despliegue de sus acciones. Este ajuste dinámico u «homeostasis vital» se encuentra, en mayor o menor medida, en todos los seres vivos; pero, en el ser humano, pone de manifiesto dos factores: de una parte, la interacción del individuo con otros seres a través de procesos adaptativos, y, de otra, la conservación de la experiencia en vista del dinamismo vital en su conjunto [Lombo–Giménez Amaya 2016: 26].

La unidad dinámica del ser humano implica, ante todo, la integración de los distintos elementos de la experiencia, y, además, la conservación de dicha experiencia en vista del dinamismo vital en su conjunto. En el primer aspecto es donde se encuadra el fenómeno atencional, mientras que el segundo se refiere más a la memoria, la cual se encuentra en continuidad con la atención y requiere un estudio particular.

Con todo, lo específico del ser humano es la peculiar relación entre conocimiento y acción, lo que comúnmente se entiende por experiencia. Esta relación va elaborándose desde la recepción sensorial externa, su posterior procesamiento en los sentidos internos y, finalmente, su integración con la afectividad, que permitirá su aplicación a la acción.

La correlación humana entre conocimiento y acción es siempre dinámica y sigue un esquema bidireccional, de manera que, para entenderla cabalmente, sea preciso considerar la recíproca influencia entre ambos. En efecto, el ser humano –como otros animales– recibe un abundante flujo de estímulos tanto de la realidad circundante como de su propio organismo. Sin embargo, para poder obrar sobre la realidad, es necesario que esa profusión de datos sea progresivamente integrada a través de la selección y síntesis de estos [Merleau-Ponty 1993: 48], pues «no todo lo percibido resulta igualmente útil o lo es de una manera inmediata» [Lombo–Giménez Amaya 2013: 88].

Efectivamente, el sujeto se encuentra habitualmente abierto a la recepción sensorial, en un grado o u otro de alerta; pero, sin «un proceso de selección valorativa, los datos serían uniformes y carentes de significado; proporcionarían, sin duda, una fuente de estímulos, pero serían exuberantes e indiferentes al sujeto o más allá de sus posibilidades de control, haciendo su acción imposible o ineficaz» [Lombo–Giménez Amaya 2013: 88]. De ahí la importancia de introducirnos en el dinamismo atencional y en su importancia antropológica para entender la específica unidad del obrar humano [Jolivet 1956].

El estudio de la atención constituye un aspecto de creciente relevancia, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX, tanto en el campo de la antropología filosófica como en los de la neurociencia y la psicología. Prueba de ello son los análisis antropológicos de la atención [Millán Puelles 1967; Polo 1994: 677-682; Depraz–Varela–Vermersch 2003], también en el contexto de la fenomenología de la percepción [Merleau-Ponty 1993: 48-72], y las investigaciones neurobiológicas y neuropsicológicas del dinamismo atencional [James 1890: 402-458; Ward 2008: 1538; Pessoa–Garcia Pereira–Oliveira 2010: 6314; Purves–Cabeza–Huettel–LaBar–Platt–Woldorf 2013: 167-242; Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 183-202].

2. Complejidad del dinamismo atencional

Ante todo, conviene señalar que el proceso atencional puede ser enfocado desde diferentes perspectivas, de ahí que resulte muy difícil definirlo de una manera unívoca. Una primera aproximación pone de manifiesto la necesidad de integrar, en dicho proceso, aspectos cognitivos y afectivos, los cuales facilitan una determinada acción mediante su selección y control.

Por lo que atañe al plano psicológico, la atención puede ser descrita como una actividad intencional orientada a hacer más eficaz nuestras operaciones. Esta conlleva una selección de los objetos dados al conocimiento, sobre los cuales podemos intervenir operativamente. Dicha selección se realiza a partir de criterios objetivos y subjetivos: tanto la conveniencia percibida en un determinado objeto, cuanto las capacidades del sujeto de obrar sobre él. En conjunto, estos aspectos delimitan el ámbito de interés del agente y le permitirán aplicar su acción de la manera más adecuada posible.

En consecuencia, la actividad atencional implica siempre algún grado de conocimiento, es decir, una recepción cognoscitiva de estímulos que pueden proceder del exterior o del interior del individuo. En este sentido, dicha actividad puede extenderse en un amplio espectro de niveles de consciencia, desde la más elemental recepción sensorial, que está implicada en experiencias más complejas, hasta una reflexión propiamente dicha acerca del objeto de la atención. Por ello, el fenómeno de la atención implica una modulación conjunta del conocimiento intelectual y del sensible a partir de valores que pueden mover al sujeto a una determinada reacción. En esta modulación, influye no solo la percepción de valores sino también las propias reacciones afectivas [Lombo–Giménez Amaya 2013: 87-95].

Por su propia naturaleza, nuestro conocimiento tiende a la apertura a diferentes objetos, tanto en el plano sensible como en el intelectual. Esta apertura no es solo algo estructural, constitutivo de nuestras facultades, sino una disposición operativa que está en la base de todo acto cognoscitivo. Se trata de una disposición necesaria para la supervivencia, y puede ser entendida, de alguna manera, como un «estado de alerta». Sin embargo, es necesario ir más allá de esa situación para poder intervenir con la acción en un contexto determinado. Por ello, en definitiva, la atención requiere una selección de los datos y una reducción de la dispersión, que supere la fase de vigilancia y permita una interacción con la realidad particular que afecta más directamente al individuo.

La propia selección de los objetos sensibles requiere, ante todo, una diferenciación en el modo de recibirlos y procesarlos. Es aquí donde el estudio del fenómeno atencional se articula con la distinción y jerarquización de los contenidos del conocimiento sensible. En efecto, los sentidos externos captan una profusión de datos, pero comienzan ya a discriminarlos de una manera básica. Estos contenidos, además, serán posteriormente elaborados a un nivel superior por los sentidos internos, que alcanzan un especial desarrollo en el período postnatal [Lombo–Giménez Amaya 2016: 69-78]. En este ámbito, son especialmente relevantes los análisis neurocientíficos sobre algunos aspectos de la experiencia sensorial, como son, por ejemplo, el umbral perceptivo, la asociación de los distintos estímulos, los fenómenos adaptativos a la estimulación sensorial, la plasticidad sensorial, etc. [Lombo–Giménez Amaya 2013: 43-58].

Es, por tanto, en los sentidos internos donde el fenómeno atencional cobra una relevancia fundamental. Así, algunos de estos sentidos integran los datos de una manera descriptiva (sentidos internos representativos o formales), mientras que otros descubren conexiones prácticas entre ellos (sentidos internos valorativos o intencionales) [Lombo–Giménez Amaya 2013: 59-87].

Entre estos últimos, requiere una mención especial la estimativa, que en el ser humano recibe el nombre de cogitativa. En efecto, este sentido es responsable de la percepción de valores particulares, la cual está en la base precisamente del conocimiento selectivo, que es un rasgo propio de los procesos atencionales [Lombo–Giménez Amaya 2013: 75-79].

Para entender la atención como un dinamismo fundamental de la persona, es preciso subrayar su papel decisivo en el equilibrio de la estructura psicofísica del individuo. Con este fin, comenzamos con la descripción de la actividad cognoscitiva que permite la atención, esto es, la consciencia. Analizamos después la secuencia psicológica del fenómeno atencional (sistemas de alerta, selección y control) y una descripción sobre sus distintas modalidades. A continuación, exponemos la correlación neurobiológica de la atención y su distinción en el ser humano y en el animal irracional. Finalmente, hacemos unas consideraciones sobre la atención y la unidad del obrar humano.

3. Conciencia, consciencia y estados de consciencia

3.1. Conciencia y consciencia

Aunque en algunos contextos puedan identificarse los términos «conciencia» y «consciencia», aquí preferimos distinguirlos según un criterio aceptado de modo general. El primero de ellos significa, sobre todo, el conocimiento de lo concreto en el ámbito psicológico o moral, especialmente en este último. El segundo suele referirse a un conocimiento reflexivo de las propias operaciones (darse cuenta, apercibirse, etc.).

En los párrafos siguientes, nos concentraremos en esta última acepción, que incluye los llamados estados de consciencia. Estos se asocian con distintas disposiciones por las que un sujeto puede hacerse cargo de la realidad circundante y de sus propias operaciones de manera diferenciada.

Para entender los estados de consciencia, es preciso reconocer, ante todo, dos dimensiones de ésta: «estar consciente» (wakefulness) y «ser consciente de algo» (awareness) [Vanhaudenhuyse–Boly–Laureys 2009: 4163].

De otra parte, una aproximación general a los estados mencionados requiere distinguir entre aquellos que se dan de manera común o normal y los que se desarrollan en procesos anómalos. Entre los primeros, está el ciclo vigilia-sueño; mientras que los segundos pueden, a su vez, ser diferenciados entre los que se producen de forma patológica y los que no.

Finalmente, también es relevante considerar una medición de los estados de conciencia. En este sentido, algunos autores han propuesto una «teoría de la información integrada», que intenta describir los mecanismos fundamentales de la experiencia consciente de manera que puedan ser identificados y medidos [Tononi–Balduzzi 2009: e1000462].

A continuación, se examinan algunos aspectos que sirven al estudio de la atención desde el punto de vista de la consciencia.

3.2. Ciclo vigilia-sueño

El ciclo vigilia-sueño tiene gran importancia en la regulación del equilibrio (homeostasis) de un amplio rango de funciones biológicas que van desde las actividades vegetativas más básicas hasta los depósitos de la memoria en el sistema nervioso central.

Los estudios sobre esta materia sugieren que el sueño tiene una función reguladora de los niveles de la experiencia, llevando a cabo algo así como una estratificación de esta [Lombo–Giménez Amaya 2013: 35-36]. Precisamente por ello, la vigilia constituye el estado ordinario de la actividad del viviente. Sin embargo, la vigilia misma está en una relación circular con las distintas fases del sueño, de manera que estas hacen posible, de hecho, la experiencia consciente cuando estamos despiertos.

De acuerdo con este enfoque, la actividad atencional ocupa un lugar central en la vigilia. Sin embargo, también el sueño, en sus distintas fases, es importante para el proceso atencional. Por ello, todo el ciclo vigilia-sueño está en relación con la actividad de los sentidos internos, esto es, con la síntesis subjetiva de la experiencia sensible externa. En efecto, la experiencia adquirida en la vigilia es integrada durante las fases del sueño, llevándose a cabo una diferenciación, estratificación y estabilización de ella [Reinoso Suárez 1997: 249-265; Reinoso-Suárez–de Andrés–Garzón 2011: 1-128]. Por ejemplo, la fijación de imágenes en la memoria que favorecen el aprendizaje en el tiempo, intuiciones o vivencias valorativas que se relacionan con la sociabilidad, etc.

3.3. Estados anormales inducidos de la consciencia

Las alteraciones de los estados de la consciencia pueden suceder bien de manera inducida, bien de manera incontrolada, en cuyo caso hablamos de patología [Tart 1975; Vanhaudenhuyse–Boly–Laureys 2009: 4163; Baars 2015: 2207]. Entre los primeros, se cuentan aquellos estados en los que el sujeto, bien sea a través de su acción o empleando medios externos (por ejemplo, hipnosis, sugestión, drogas, etc.), alcanza una situación distinta respecto a la consciencia ordinaria.

Estos estados atañen muy específicamente a la neurofarmacología o a la neuropsicología en general. También tienen alguna relevancia en la consideración de la responsabilidad en el ámbito jurídico. Sin embargo, considerados su carácter anormal y artificial, tienen menor relieve para la psicología y la antropología filosóficas.

Algunos autores opinan que los estados de consciencia se pueden inducir con el único objetivo de explorar nuevas situaciones mentales que permitan ampliar los límites de la experiencia humana. Sin embargo, este enfoque presupone que la realidad no tiene una consistencia propia, sino que es, fundamentalmente, creada por el cerebro [Metzinger 2010].

3.4. Estados anormales patológicos de la consciencia

Por su parte, los estados patológicos de la consciencia son aquellos que sobrevienen al sujeto provocando en él una situación problemática, tanto individual como socialmente. Entre ellos, los más conocidos son el estado de coma (en sus diversos grados), el estado vegetativo y el «síndrome de enclaustramiento» (más conocido como locked-in syndrome).

Dos elementos pueden ayudar a distinguir los cuadros patológicos mencionados: su relación con el estado de vigilia (wakefulness) y el grado de conocimiento por parte del sujeto (awareness). Ambos aspectos se encuentran en su nivel más bajo en el estado de coma, en el cual suelen distinguirse tres o cuatro grados de acuerdo con diversos criterios clínicos, tales como la apertura ocular y la respuesta verbal o la reacción motora, entre otros. Estos criterios son los que se utilizan concretamente en la conocida escala de Glasgow para identificar y clasificar el estado de coma, aunque existen también otras escalas en la práctica médica [Bordini–Luiz–Fernandes–Arruda–Teive 2010: 930-937].

En cambio, por lo que se refiere al estado vegetativo, este implica un grado mínimo de conocimiento dentro de la vigilia. Finalmente, en el «síndrome de enclaustramiento» se dan ambos elementos (vigilia y conocimiento) en un nivel prácticamente normal, pero falta la posibilidad de comunicación del paciente con el exterior [Vanhaudenhuyse–Boly–Laureys 2009: 4163].

Existen también otras distinciones más analíticas de los estados anormales de la consciencia, ya sea desde el punto de vista cuantitativo (por variaciones de la actividad motora o del nivel del estado de vigilia) o cualitativo (por variación del contenido perceptivo): sopor, confusión mental, delirios, etc. [Cvetkovic–Cosic 2011].

3.5. Consciencia y atención

En definitiva, en la base de la atención, se encuentra la consciencia en sus dos dimensiones mencionadas, esto es, el estado de vigilia (wakefulness) y el conocimiento del sujeto de su propia situación (awareness). En el primer caso, la consciencia expresa un estado de desvelo o apertura cognoscitiva (“estar conscientes”); en cambio, en el segundo, implica la referencia a un contenido de conocimiento (“ser conscientes de algo”).

Por lo que se refiere a la consciencia como estado de vigilia, la atención requiere, ante todo, un despertar o estar alerta. En cambio, respecto a la consciencia como conocimiento de la propia situación, la atención implica, principalmente, focalizar el conocimiento sobre un objeto. Ambas dimensiones suponen la unidad de la experiencia de la persona, en la cual los objetos se disponen en una secuencia dinámica a partir de precisos sistemas de selección y control. Esto es lo que se describe a continuación.

4. Secuencia del proceso atencional

En el dinamismo atencional, concurren elementos del ámbito del conocimiento, la tendencia y la acción. No es fácil establecer una secuencia lineal entre todos ellos, sino que más bien parecen encontrase en una relación circular.

Por una parte, la dimensión cognoscitiva contiene dos modalidades interconectadas, es decir, la descripción de la estructura de lo conocido (proporcionada por los sentidos internos representativos o formales) y la valoración de sus disposiciones dinámicas (dada por los sentidos internos valorativos o intencionales) [Lombo–Giménez Amaya 2013: 59-87]. A su vez, esta última se encuentra íntimamente vinculada con las reacciones afectivas. Y finalmente, la articulación del conocimiento y el afecto, se encuentran en la base de la acción.

En el proceso atencional, por tanto, cabe reconocer un aspecto cognoscitivo (selección valorativa) y otro tendencial (movimiento afectivo hacia lo conocido) que conjuntamente llevan a la acción. Además, en la selección cognoscitiva podemos distinguir un nivel sensible (propio de la cogitativa) y otro intelectual (propio de la razón práctica).

En línea con esta descripción, todo apunta a reconocer que la atención es un dinamismo cognoscitivo, cuya especificidad viene dada por una modulación afectivo-tendencial del conocimiento. En efecto, consideramos el ámbito de las tendencias como toda atracción hacia un objeto que surge de la información que se tiene sobre éste, y, así se ha distinguido tradicionalmente entre las tendencias sensibles y la tendencia intelectual o voluntad. A su vez, las tendencias influyen sobre las facultades cognoscitivas, inclinándolas o modulándolas de una manera precisa.

En conexión con este enfoque antropológico, los modelos neuropsicológicos más recientes describen la atención como una elaboración multidimensional referida a un estado constituido por tres factores: (1) un óptimo nivel de alerta; (2) una selección de la información; y, (3) su control en la acción del sujeto [Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 184].

La atención, de esta manera, se puede ver como una síntesis de diferentes elementos que incluye varias fases internas: una activación adecuada del conocimiento, una selección de la información de acuerdo con los fines del sujeto y un control sobre la acción a partir de ese conocimiento [Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 184].

Podemos decir, por ello, que la atención es una actividad integrada e integradora: integrada por varios elementos coordinados e integradora de la actividad vital. En efecto, integrar es establecer un orden entre los estímulos y conectarlos con la acción del individuo; por esto, la integración hace posible la relación entre los aspectos perceptivos y los ejecutivos del sistema nervioso [Fuster 2007: 1644]. En suma, la selección de los estímulos permite orientarlos o focalizarlos para poder dirigirlos adecuadamente a la acción.

En relación con este carácter integrador de la atención, un tema de especial relevancia en la ciencia experimental (neurociencia) es el denominado «binding problem» [Lombo–Giménez Amaya 2013: 65-66; Lombo–Giménez Amaya 2016: 69-78]. Un aspecto destacado de esta cuestión consiste en el desafío de localizar las estructuras específicas en el cerebro donde se realice la unificación sensorial en su conjunto. Dicho aspecto puede ser considerado desde dos puntos de vista: la discriminación de la propia experiencia y su progresiva integración en relación con la respuesta del sistema nervioso.

Desde un punto de vista antropológico, cabe destacar una fase pre-consciente de la atención, constituida por los sistemas de alerta, los cuales están más ligados a las funciones vegetativas del viviente. Desde esta dimensión, se desarrollan otras, ya más o menos conscientes, específicamente atencionales, como son la selección valorativa y el control o dirección atencional.

A continuación, describiremos de manera analítica cada uno de estos tres elementos para exponer posteriormente su funcionamiento conjunto desde un punto de vista holístico, en el contexto de la unidad de la persona.

4.1. Sistemas de alerta: apertura sensorial en la actividad atencional

El ser humano es capaz de tener experiencia de la realidad y tiende, por su propia naturaleza, a establecer una relación cognoscitiva con el mundo y consigo mismo. Así, en cuanto referida al mundo distinto del propio sujeto, la experiencia recibe el nombre de «ciencia» o simplemente «conocimiento»; en cambio, referida al propio sujeto, se la llama «autoconciencia» o «reflexión» [Vicente Arregui–Choza 1992: 305-315]. Esta relación se encuentra también en los animales; pero, a diferencia de ellos, la experiencia humana es netamente universal y atiende al fundamento de lo conocido [Lombo–Russo 2007: 105-109; Lombo–Giménez Amaya 2013: 87-95].

En esa relación consciente con las cosas, conviene distinguir el simple conocimiento de los objetos, respecto a la reflexión sobre la propia experiencia. De esta manera, la experiencia de la realidad puede ser pero no es necesariamente reflexiva. Esto es especialmente relevante en el fenómeno atencional, pues podemos recibir estímulos de la realidad sin ser plenamente conscientes de ellos, es decir, sin reflexionar sobre la experiencia perceptiva.

Al mismo tiempo, en el conjunto de la experiencia, los estímulos son siempre variables, tanto cualitativa como cuantitativamente. En este sentido, requieren una organización y un procesamiento dinámicos, que los insertan en la totalidad de las actividades del individuo.

4.1.1. La alerta desde el punto de vista cualitativo

Cualitativamente, los estímulos sensoriales son de tipos diversos. Así, la alerta sensorial puede ser considerada tanto como referida a su objeto (a) cuanto en relación con la propia acción del individuo (b).

(a) Desde el primer punto de vista, la atención puede tener distintos contenidos; esto es, puede referirse, en todos sus niveles, tanto a lo que queda fuera del sujeto como a su propia interioridad. En el caso de esta última dimensión, interna o subjetiva, la atención reviste gran importancia en la vida del ser humano, sobre todo cuando es referida al propio estado psicofísico, ya sea normal o patológico. Se hace patente, así, la conexión del fenómeno atencional con los conceptos de salud y enfermedad, con la recepción del dolor, con los estados de ánimo, etc., y con la propia expresión conceptual y lingüística de todos ellos.

(b) Desde el punto de vista de la acción misma, la atención comporta, en sus distintas fases, una cierta diferenciación e integración entre el plano de la actividad endógena y el de su relación con los estímulos externos. En efecto, la actividad atencional se encaja en un conjunto más amplio de dinamismos con los que se entrelaza; por ello, aunque puede distinguirse en sí misma, no es enteramente separable de todos ellos. Por ejemplo, la atención influye y recibe el influjo de los estados afectivos, la toma de decisiones, etc.

4.1.2. La alerta desde el punto de vista cuantitativo

Desde la perspectiva cuantitativa, los estímulos tanto externos como internos se distinguen por su intensidad, lo cual provoca una variabilidad de grados de atención. En ese sentido, suele hablarse de umbral perceptivo para referirse a la capacidad de recepción y adaptación a los estímulos por parte del sujeto. La cuestión del umbral perceptivo requiere una experiencia integrada que conecte los distintos estímulos sensoriales. En esta integración se da un proceso interactivo entre los sentidos externos y el sentido interno denominado «sentido común», cuyo acto es la percepción.

Una cuestión que surge de lo anterior es el problema de la sostenibilidad de la atención en el tiempo. Esta cuestión remite a los conocidos experimentos del psicólogo británico Norman Mackworth, quien elaboró un test conocido como «reloj de Mackworth», con el que se analizan los efectos a largo plazo del estado de alerta en la percepción de los estímulos. Los resultados experimentales permitieron determinar que, para una tarea de dos horas, la atención comienza a decrecer después de treinta minutos [Mackworth 1948: 6-21].

4.2. La selección sensorial como economía de la actividad vital

Los sistemas de alerta del proceso atencional antes mencionados reciben la información tanto de los sentidos externos (a partir de su contacto físico con la realidad), como de la integración sensorial interna, y más concretamente del llamado sensorio común. Sin embargo, esa activación sensorial no es suficiente para controlar la respuesta del individuo a esos estímulos. El motivo de ello es que estos pueden ser variados en su tipología, su origen y su número; y, por tanto, su gestión puede hacerse difícil o imposible. Esto ocurre, por ejemplo, en la situación de perplejidad, cuando el sujeto se encuentra ante un exceso de datos, o éstos no son discernibles entre sí. Se hace preciso, por tanto, una ulterior integración de la experiencia que lleve a cabo un filtrado sensorial (también denominado sensory gating en los estudios neuropsicológicos) y que permita seleccionar y jerarquizar esos datos sensibles. Dicho filtrado puede entenderse como la capacidad de modular la respuesta a estímulos sensoriales considerados relevantes o irrelevantes [Freedman–Adler–Gerhardt–Waldo–Baker–Rose–Drebing–Nagamoto–Bickford-Wimer–Franks 1987: 669-678].

El conocimiento del que estamos tratando es de tipo práctico, en cuanto se refiere a la realidad como objeto de la acción. En el conjunto de los fenómenos accesibles al sujeto humano, la profusión de datos puede ocultar de facto un determinado objeto, haciendo imposible articular ese conocimiento y así poder aplicarlo a la acción. De aquí, que sea conveniente llevar a cabo una selección de los datos, que permita destacar el objeto preciso de la acción.

Esta función de selección de la experiencia corresponde en un primer nivel a la sensibilidad interna valorativa y, más precisamente, a la estimativa-cogitativa [Lombo–Giménez Amaya 2013: 75-79]. En un segundo nivel, la selección corresponde propiamente a la inteligencia en su uso práctico, a partir de valores de rango superior, en la que se articulan no solo elementos materiales e individuales sino también espirituales y universales.

Esencialmente, la estimación depende de dos factores: las características del objeto percibido y los valores o intereses del sujeto que lo percibe. Los hallazgos neuropsicológicos reflejan ambos factores al señalar una doble direccionalidad en la selección del objeto de la atención: una que va de la realidad al sujeto (bottom-up) y otra desde este a la realidad (top-down) [Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 184-185].

En el primer caso (bottom-up), en la percepción del sujeto, algunos estímulos destacan en virtud de sus aspectos cualitativos (caracteres propios distintivos), o bien de variaciones cuantitativas (cambios de intensidad en breve tiempo). Por su parte, en la dirección top-down, el sujeto está orientado a determinados objetos a causa de su escala de valores o de sus propios intereses. En el fondo, ambas direcciones bottom-up y top-down, son complementarias y no separables. Esto significa que la selección sensorial que permite destacar unas dimensiones respecto a otras requiere siempre una valoración (que puede ser inconsciente) de esas mismas dimensiones de acuerdo con los intereses (finalidades prácticas) del sujeto.

En este último caso, existe una neta diferencia entre los animales irracionales y el ser humano por lo que se refiere al ámbito del valor o del interés, los cuales se distinguen como ya se ha indicado según el plano sensible y el intelectual.

Es precisamente esta diferencia de ámbitos lo que permite entender específicamente la acción humana respecto a la del animal. Aquella presenta un carácter voluntario, mientras que la de este último es exclusivamente instintiva. Sin duda, la acción humana tiene también una dimensión instintiva, pero no reviste un carácter rígido y necesario, sino que es flexible y, en buena medida, controlable por la voluntad. Esa dimensión instintiva es lo que recibe el nombre de inclinación natural, que, en el caso de la acción humana, es plural y admite distintos niveles de articulación con la voluntad [Tomás de Aquino 1972: I-II, q. 94, a. 2.].

4.3. Control: dirección de la acción

Como se ha visto, la selección aparece como un elemento clave que hace posible al sujeto controlar su actividad. Selección y control son dimensiones complementarias, que no se pueden separar de hecho, pero que se distinguen como componentes de la actividad atencional en su conjunto.

En la selección cognoscitiva, hemos distinguido dos direcciones. De una parte, una se origina en la realidad conocida y termina en el sujeto (bottom-up), y consiste en el realce o no de unos estímulos sobre otros. Y, de otra, más compleja, la perspectiva que se inicia en el propio sujeto y termina en la realidad (top-down), la cual lleva consigo un proceso de indagación y detección de un objeto de interés sobre un espectro de datos (muchas veces muy amplio), que pueden dificultar la percepción y la valoración del mencionado objeto.

En correspondencia con las direcciones de la selección apenas mencionadas, el control del proceso atencional al que ahora nos referimos conlleva, a su vez, otras dos dimensiones [Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 185].

(a) En primer lugar, este control implica la inhibición de algunos estímulos frente a otros, lo que conlleva frenar o potenciar, inhibir o promover, reprimir o indagar, etc.

(b) En segundo término, el control requiere resolver los conflictos entre los intereses del sujeto y los estímulos recibidos, eliminando o modulando, entre estos últimos, aquellos que puedan distraer u obstaculizar la acción. Esta segunda dimensión se aplica tanto a destacar unos objetos respecto a otros semejantes, como a excluir elementos que aparten la atención del objeto de interés (comúnmente conocidos como «distractores»).

Aunque existe cierta polaridad entre estos dos aspectos del control de la atención, ambos implican un procesamiento común de los datos valorativos. En cualquier caso, el control atencional requiere no solo un procesamiento interno de los datos aportados por la selección cognoscitiva, sino también una dirección de la acción, en cuanto movimiento del sujeto hacia aquello que es conocido selectivamente.

En la dirección de la acción juegan un papel fundamental la voluntad y los movimientos afectivos (emociones, sentimientos, etc.), en cuanto impulsan las facultades cognoscitivas a fijarse en un objeto determinado. De una parte, la voluntad mueve otras facultades a la acción, provocando lo que suele llamarse actos imperados [Tomás de Aquino 1972: I-II, q. 16 a 1 c]. De otra parte, estos movimientos afectivos inclinan el sujeto a la acción de una manera secundaria y en conexión con la voluntad. En definitiva, tanto la voluntad como la afectividad sensible permiten «fijar» el conocimiento sensible o intelectual a un objeto determinado. En el caso de los animales, esta fijación se da de manera instintiva y no voluntaria.

En la relación entre voluntad y conocimiento, puede haber factores distractores, tanto internos como externos, que pueden influir sobre el control. Entre los internos, cabe destacar todo el ámbito, ya mencionado, de la esfera afectiva; entre los externos, hoy en día, conviene señalar que existen muchos elementos de distracción. Esto es patente, por ejemplo, en la amplia expansión de las redes sociales y el rápido acceso a diversos contenidos cognitivos y desiderativos, que pueden llegar además a producir adicción (como es el caso de la pornografía). Como afirma Merleau-Ponty, el principio constante de distracción es nuestro propio cuerpo [Merleau-Ponty 1993: 49].

Finalmente, la convergencia de selección y control se pone de manifiesto en situaciones complejas, que pueden hacerse patológicas, en las que los distractores pueden llegar a estabilizarse hasta constituir verdaderas barreras fisiológicas y psicológicas en relación con la realidad circundante. Entre estas situaciones, cabe destacar el déficit de atención (TDA) y algunos trastornos mentales.

Por una parte, en el TDA [Millichap 2010], los sujetos pueden combinar trastornos de la atención con conductas hiperactivas o impulsivas (TDA-H). Estas suelen comenzar en la niñez y extenderse en el tiempo de la adolescencia, aunque pueden llegar a la edad adulta. Además, es común identificar tres subtipos: predominantemente inatento, predominantemente hiperactivo-impulsivo o combinado (que presenta tanto déficit de atención como hiperactividad e impulsividad).

En segundo lugar, existen algunas alteraciones atencionales ligadas a trastornos mentales. Entre estas, destacan, sobre todo, el autismo y las experiencias psicóticas. Así, en el autismo [Volkmar–Paul–Pelphrey–Rogers 2014], los pacientes sufren una sensibilidad exagerada ante las distintas experiencias sensoriales. En cambio, en las experiencias psicóticas [Del Casale–Kotzalidis–Rapinesi–Sorice–Girardi–Ferracuti–Girardi 2016: 22-31], las alteraciones atencionales van acompañadas de modificaciones en la representación de la realidad (como ocurre en las alucinaciones y delirios).

5. Modalidades de atención

Como queda patente, la atención es una experiencia compleja, articulada en fases diversas. Dichas fases, que acabamos de describir, configuran la atención como una secuencia que compone un fenómeno unitario. Sin embargo, esas fases pueden tener una mayor o menor preponderancia en distintos casos, facilitando que se pueda evaluar el fenómeno atencional desde diversos puntos de vista, que permiten reconocer distintas modalidades de la atención.

En esta línea, William James –uno de los autores clásicos que más se ha ocupado de este tema– destaca varios criterios de clasificación de la atención [James 1890: 402-458]. De una parte, el objeto de la atención puede ser captado en el plano sensible, dando lugar así a la «atención sensorial». Por otro lado, estos objetos pueden ser también elaborados en el plano intelectual, de manera que dan lugar a la «atención intelectual».

Otro posible criterio señalado por James, distingue entre «atención inmediata» y «atención derivada». La primera sería aquella en que el estímulo reviste interés por sí mismo, sin relación con otras cosas; la segunda, por otra parte, surge cuando el interés se debe a la asociación con algún otro estímulo inmediatamente interesante. Este autor señala, además, otras modalidades de atención de acuerdo con la implicación de la voluntad para provocarla, a saber: «voluntaria» (activa, dirigida y con esfuerzo) e «involuntaria» (pasiva, refleja y sin esfuerzo). Estas formas de atención pueden combinase entre sí, configurando modalidades más complejas.

Conectado en parte con esta última clasificación de William James (atención activa y pasiva), los enfoques más recientes de la neuropsicología hablan de la diferencia entre la atención endógena y exógena [Purves–Cabeza–Huettel–LaBar–Platt–Woldorf 2013: 167-242]. Esta caracterización se conecta con las dos direcciones de la selección cognoscitiva a la que nos referíamos en el apartado anterior, a saber, aquella que se origina en la realidad conocida y termina en el sujeto (bottom-up), y la que se inicia en el propio sujeto y termina en la realidad (top-down).

6. Apuntes sobre la correlación neurobiológica de la atención

Como estamos viendo, la atención es un fenómeno complejo en el que se combinan componentes fisiológicos y psicológicos, y en uno y otro caso, tanto aspectos cognitivos como afectivos. Todo ello hace que el estudio neurobiológico del fenómeno atencional sea articulado y arduo, fundamentalmente por dos motivos. El primero y más evidente es la dificultad de establecer un paradigma de exploración de la atención, que incluya todos los aspectos relacionados con ella, ya mencionados. En segundo lugar, y en conexión con lo anterior, la interpretación de los resultados obtenidos con las distintas técnicas experimentales se resiste a una comprensión sistémica u holística, que abarque el fenómeno atencional en su totalidad.

Considerando el volumen y la heterogeneidad de los estudios neurobiológicos sobre la atención, se hace casi imposible presentar ahora una revisión completa y sistemática de todos ellos. Sin embargo, en el contexto antropológico que se está tratando aquí, se pueden señalar algunos más conocidos [Ward 2008: 1538; Baars–Gage 2010: 239-303; Pessoa–Garcia Pereira–Oliveira 2010: 6314; Abundis-Gutiérrez–Checa–Castellanos–Rueda 2014: 78-92; Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 183-202] y ofrecer datos neurobiológicos que ayuden a integrar el fenómeno atencional en el conjunto de la experiencia humana.

Los resultados experimentales sobre la neurobiología de la atención sugieren, en su conjunto, la implicación de un número relevante de redes neuronales y de diversos sistemas neuroquímicos en el sistema nervioso central [Ward 2008: 1538; Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 183-202].

Para poder describirlos, puede ser útil seguir la secuencia previamente mencionada del proceso atencional: alerta, selección y control.

(a) De una parte, en los sistemas de alerta, está muy implicada la inervación noradrenérgica desde el tronco del encéfalo. Esta inervación se extiende especialmente a la corteza cerebral (sobre todo parietal y frontal) y a diversas estructuras subcorticales, como el tálamo, los ganglios basales, la formación reticular, etc., algunas de las cuales están implicadas también en el ciclo vigilia-sueño, [Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 186-188].

(b) Por lo que respecta a la selección de la información sensorial, se ha estudiado mucho la discriminación e integración de los estímulos sensoriales. En estos trabajos, se ha puesto de manifiesto la existencia de redes neuronales diferentes, que procesan aspectos formales de los objetos percibidos (como la figura, el color, el tamaño, etc.), mientras que otras procesan la localización de esos objetos en el espacio. No están claramente establecidos, sin embargo, los mecanismos de cómo estos dos sistemas interaccionan entre sí y de cómo actúan para dar la respuesta motora correspondiente [Giménez-Amaya 2000: 656-662; Baars–Gage 2010: 158-160; Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 188-189]. La selección de la información sensorial ha sido especialmente estudiada en el sistema visual, en el que recibe el nombre de «saliencia», que subraya tanto la emergencia de características destacables en los objetos como el fenómeno de amortiguamiento de otros estímulos menos relevantes [Itti 2007: 3327, Yan–Zhaoping–Li 2018: 10499-10504].

(c) En relación con los procesos implicados en el control de la atención, tenemos, de una parte, todos los aspectos motivacionales y afectivos, que encuentran su correspondencia con el elevado número de precisas conexiones nerviosas dopaminérgicas, desde el tronco del encéfalo a la corteza cerebral y a otras estructuras subcorticales [Rueda–Pozuelos–Cómbita 2015: 186-190]. De otra parte, cabe considerar la fijación de la atención, la cual permite la realización de acciones concretas. Esta dimensión encuentra su correspondencia con circuitos nerviosos que conectan el llamado sistema límbico –el conjunto de estructuras corticales y subcorticales que procesan información afectivo-emocional– con la corteza motora, a la que atañe la realización de los movimientos concretos [Lombo–Giménez Amaya 2013: 52-54].

Junto a lo anterior, un aspecto que ha sido resaltado en neuropsicología es el umbral de percepción consciente en el filtrado sensorial (sensory gating). En este sentido, las investigaciones neurobiológicas apuntan a una disminución en el registro cerebral de potenciales eléctricos evocados entre dos estímulos sensoriales. En efecto, cuando se mide la actividad eléctrica cerebral al poner atención sobre un estímulo, esa actividad alcanza su punto máximo 50 milisegundos después de producirse el estímulo, y desaparece cuando se presenta un nuevo estímulo semejante. Esta experiencia sugiere un estado de alerta previo a la selección consciente de los estímulos [Braff–Light 2004: 75-85].

Finalmente, todo el proceso atencional está íntimamente ligado con los fenómenos de aprendizaje y plasticidad. Esta relación se descubre de manera notable en el denominado sistema de las neuronas espejo o especulares. Dicho sistema neuronal se activa tanto al realizar las propias acciones como al observarlas realizadas por otros sujetos. Al tratarse de un conjunto de neuronas con unas funciones específicas, ha sido subrayada, con razón, su relevancia en la explicación de características atencionales con un fuerte componente social, como, por ejemplo, dinamismos de imitación, de sintonía empática, etc. [Rizzolatti–Craighero 2004: 169-192].

En definitiva, desde la perspectiva neurobiológica, la atención implica la interacción de redes neuronales corticales y subcorticales amplias y complejas, que conducen, en muchos casos, a modificaciones sinápticas duraderas. Estas permiten el incremento de recursos, por parte del sujeto, para la realización de nuevas tareas ante estímulos nuevos. Todo ello puede conectarse también tanto con el ámbito de la neurobiología de la memoria, como con la consolidación de rutinas, que tienen gran relevancia en la formación de los hábitos [Graybiel 2013: 17166; Graybiel–Smith 2014: 39-43].

7. Atención animal y atención humana

Por último, cabe preguntarse qué diferencia existe entre la atención animal y la atención en el ser humano, ya que, en ambos casos, pueden reconocerse las tres dimensiones a las que nos hemos referido previamente: alerta, selección y control.

En la primera de ellas, la atención no es notablemente diferente entre el hombre y el animal, puesto que depende fuertemente de los estímulos sensoriales. En cambio, cuando pasamos a las otras dimensiones, la diferencia se hace más destacable. En el caso de la selección, ésta ya depende del marco valorativo del propio sujeto, que, en el caso del ser humano, se coloca en un nivel superior. Sin embargo, donde esta diferencia se hace más radical es en el control atencional, puesto que el hombre puede dirigir su atención a objetos de manera voluntaria. En ese sentido, puede decirse que tanto el animal como el hombre pueden «estar atentos», mientras que solo este último es capaz de «prestar atención».

Además, para poder alcanzar un determinado objetivo, es preciso que la acción sea unitaria. Esta unidad de la acción viene dada, ante todo, por la referencia a un fin determinado, ya sea por la propia naturaleza del sujeto, o bien de manera voluntaria. El control atencional es, precisamente, el modo en que el sujeto imprime una dirección a su acción. En la medida en que el ser humano dirige sus acciones es capaz de reconocer y aplicar un orden entre medios y fines. Aunque el animal reconozca los objetos de su acción, no es capaz de reconocer, explícita y universalmente, la finalidad de esos objetos [Polo 2021]. En el caso del animal, el control atencional no se encuentra enteramente a disposición del propio sujeto, sino que depende de factores externos a él, es decir, los estímulos sensoriales. En cambio, el ser humano tiene dominio de sus propias acciones, lo cual le permite dirigir su atención voluntariamente. De aquí, por ejemplo, el vínculo que existe entre el dominio atencional y la capacidad de liderazgo [Goleman 2013].

8. Atención y unidad del obrar humano

En definitiva, la capacidad atencional está en la base de la dirección voluntaria de las acciones humanas a su fin, y, a su vez, esta dirección al fin es la que da un sentido unitario a todo el obrar humano. En efecto, el obrar humano por antonomasia es el obrar libre, es decir aquel que podemos dirigir voluntariamente. Sin embargo, hay una parte de la actividad humana que no cae bajo un control directo o inmediato de la voluntad: es lo que suele llamarse «actos del hombre». Entre estas últimas actividades, se encuentran aquellas de índole sensible (tanto cognoscitivas como afectivas), pero también las del tipo vegetativo. Si bien estas últimas se escapan al control racional, las primeras admiten una cierta modulación por parte de la razón y la voluntad [Aristóteles 2010: I, 13 1102 a 32–1103 a 3], que se ejercita también a través de la atención. La tarea moral viene a ser un esfuerzo unificador del obrar, que consiste, en buena medida, en ordenar las actividades sensibles mencionadas desde los actos humanos o libres, incluyéndolas en una unidad global subjetiva. La vida humana está constituida, así, por el conjunto de actividades desarrolladas por el hombre en el tiempo, de las cuales algunas quedan bajo nuestra directa disposición y otras no.

En este esfuerzo unificador van a tener una especial relevancia los hábitos. Sin embargo, también es relevante mencionar el control negativo de los actos concretos, entendido como inhibición, esto es, en cuanto supresión de las distracciones. Aquí es oportuno hacer referencia al riesgo de dispersión que comporta la multiplicidad de reclamos a nuestra atención, como es patente en las complejidad de relaciones que configuran la experiencia humana. En este sentido, adquiere especial relevancia la dimensión de recogimiento (sensorial, o en general, de todas las facultades) para poder dirigirse al propio fin (plenitud humana) de manera expedita y eficaz.

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Lombo, José Ángel — Giménez Amaya, José Manuel, Atención, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/archivo/2022/voces/atencion/Atencion.html

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