Philosophica
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Romano Guardini

Romano Guardini

Autor: Alfonso López Quintás

En las décadas de 1950 y 1960, Guardini llenaba todo Múnich y era considerado como un referente en Alemania y Austria. Su magisterio empezaba a extenderse por otros países, que se apresuraban a traducir sus obras más significativas. Tras el Concilio Vaticano II (1962-1965), otros autores pasaron a primer plano y la estrella de Guardini pareció apagarse. Pero, desde hace unos años, su pensamiento ha vuelto a cobrar vigencia en muchas naciones, pues se trata de un autor “clásico” que supera las barreras de espacio y tiempo y entusiasma en todo momento con lo bueno, lo noble, lo bello y lo justo, valores eminentes que buscó durante toda su vida con tenacidad inaccesible al desaliento.

Esta búsqueda impresiona hoy tanto más cuanto que —según revelan sus escritos póstumos— Guardini vivió sometido a constantes pruebas: primero, la inseguridad en el trabajo y la falta de un hogar propiamente dicho; luego, el cerco asfixiante impuesto por los nacionalsocialistas, que lo privaron de su cátedra berlinesa y del castillo de Rothenfels —centro de encuentro del Movimiento de Juventud—; en la edad madura, penosas enfermedades, y, al final, graves carencias: pérdida gradual del oído y la memoria. Si a esto se añade el carácter convulso de la sociedad que lo rodeó en sus años de mayor actividad (1918-1962), asombra ver su firme trayectoria como catedrático de universidad, guía de la juventud y publicista religioso.

Índice

I. Una vida caracterizada por el êthos de verdad

II. Orientación metodológica: Búsqueda de soluciones por vía de elevación

1. La vuelta a lo concreto-viviente-relacional

2. La vida, vista en concreto, aparece como una trama de contrastes

i) Los contrastes y la forma (“Gestalt”)

ii) Los contrastes y los niveles de realidad y de conducta

3. El método de arriba abajo

4. El cultivo del pensamiento “existencial” y la experiencia viva de la verdad

III. La fundamentación de la vida ética

1. La Ética y el desarrollo pleno de nuestra segunda naturaleza o êthos

2. El respeto a los grandes valores

3. La fundamentación última de la Ética en la fe religiosa

IV. Antropología. Las características básicas de nuestro ser personal

V. La preocupación por el hombre

VI. La concepción católica del mundo. Análisis de grandes filósofos y literatos

VII. Aplicación de este estilo de pensar a diversos temas intervinculados: la formación de las gentes —sobre todo, los jóvenes—, la acción litúrgica, la inserción activa en la Iglesia

1. La Liturgia católica, un modo de contemplación mística que ha tomado forma sensible

2. La relación profunda entre vivir la Liturgia y vivir la Iglesia

VIII. La esencia del cristianismo

1. Importancia del espíritu de oración

2. En busca de la intimidad de Jesús

3. “El Señor”, un penetrante intento de sintonizar con la intimidad de Jesús

4. La creación de la interioridad cristiana

5. La esencia del cristianismo es Cristo Jesús

IX. Bibliografía

1. Obras de Guardini citadas en esta voz

2. Obras selectas y completas de Guardini

3. Bibliografías

4. Biografías

5. Bibliografía secundaria

I. Una vida caracterizada por el êthos de verdad

Nacido en Verona (Italia), el año 1885, Guardini realizó sus estudios primarios, secundarios y superiores en centros académicos de Maguncia, Tubinga, Múnich y Berlín (Alemania). Para poder desarrollar su actividad profesional en Alemania, tuvo que adquirir la nacionalidad de este país, a pesar de su profunda vinculación a la cultura italiana de su familia. Esta tensión pudo superarla merced a la admiración que sentía por la más alta cultura “europea” [ER, 13-14].

Por influencia del pensamiento kantiano, en el verano de 1905 el joven Guardini se sintió un tanto alejado de la fe cristiana, pero pronto vivió una experiencia de iluminación interior al meditar hondamente la frase evangélica: «Quien quiera salvar su alma la perderá, quien la dé la salvará» (Mt 10, 39). Esta densa e inquietante frase fue para él, en ese momento, la verdadera llave de acceso a la fe, sin duda por adivinar que en ella alienta una fuerza y una riqueza insospechadas. Ya por entonces mostraba una especial sensibilidad para captar la energía interior que generan ciertos conceptos contrastados [SK 43]. De ahí la lucidez con que asumió la sugerencia hecha por su amigo Karl Neundörfer de que “la mayor posibilidad de verdad está precisamente donde se halla la mayor posibilidad de amor”. Tal convicción lo llevó a adentrarse con espíritu de sencillez espiritual en el ámbito de la Iglesia, en el que se halla el camino para obtener el amor [AA 99].

Una vez ordenado sacerdote (1910), Guardini intuye que su misión consiste en configurar un nuevo método de evangelización. Comienza a ensayarlo en su actividad como director de la asociación universitaria “Juventus (Maguncia, 1915-1920) y en sus primeros escritos. El contacto con las abadías benedictinas de Beuron y María Laach (Alemania) le inspira, en 1918, el brillante ensayo El espíritu de la Liturgia [EL], que lo consagra como un escritor católico agudo y preciso. Pero, al año siguiente, publica el Via crucis [VC], y pierde el favor de ciertos liturgistas, a quienes desagrada que ponga casi en pie de igualdad la oración litúrgica y las devociones populares. Guardini entrevió, desde joven, que las diversas formas de oración se complementan, pues disponen el espíritu, desde perspectivas distintas, para “ir a Dios con toda el alma”.

A fin de dar razón profunda de estas primeras intuiciones, no cejó en su búsqueda del método formativo ideal, que exige una gran destreza para superar ciertas aparentes paradojas: la vinculación de libertad y normas, individuo y comunidad, cuerpo y espíritu, ganar al dar… Tal método creyó hallarlo en el estilo pedagógico de B. Strehler, director del Movimiento de Juventud, centrado en torno al castillo de Rothenfels, junto al río Main. Asistió allí a un encuentro de jóvenes, en 1920, y se entusiasmó al ver aplicada la orientación pedagógica con que soñaba: se alternaba la conversación y el silencio, se buscaba la verdad, convivían chicos y chicas de manera franca y limpia, se cultivaban el canto y el baile, las marchas por el campo y los oficios litúrgicos. Todo Guardini, con sus mejores energías y potencialidades, quedó polarizado en torno a este movimiento juvenil (1924). Conferencias, ejercicios espirituales, homilías y publicaciones diversas se sucedieron rápidamente con el fin de comunicar a una juventud deseosa de una vida espiritual cualificada lo que es la vida de la fe, el sentido profundo de los signos sagrados, la riqueza inagotable de la Eucaristía, la vida ética inspirada en la palabra revelada… Bien seguro de estar configurando un hombre nuevo, Guardini trabajó intensamente en esta actividad, hasta que las autoridades nacionalsocialistas imposibilitaron los encuentros mediante la confiscación del castillo (1939).

Su vida académica comenzó con la habilitación en Teología Dogmática en la universidad de Bonn (1922) y su nombramiento como profesor en la Facultad de Teología Católica de dicha universidad. El éxito obtenido en la serie de conferencias pronunciadas en un Congreso de universitarios católicos de Bonn sobre “El sentido de la Iglesia” [SK] le abrió, en 1923, las puertas de la universidad de Berlín, que creó para él una cátedra sobre “Filosofía de la religión y concepción católica del mundo”. Por consejo de su buen amigo Max Scheler, Guardini orientó las lecciones hacia el análisis de la visión del mundo (en alemán: “Weltanschauung”) de grandes figuras del pensamiento y la literatura: Platón, San Agustín, Dante y Pascal; Dostoievski, Rilke, Mörike y Hölderlin…

A pesar de la apariencia que daba a sus discípulos de triunfador, Guardini vivió abrumado por el temor a no ser considerado como un catedrático auténtico, pues su estilo de pensar y de expresarse no se ajustaba al método denominado entonces “científico”, altamente especializado en temas muy concretos. No se apartó, sin embargo, un ápice de su propio camino, dirigido a descubrir cómo se interpreta la vida humana y los distintos fenómenos culturales desde la fe católica. Aunque sus actuaciones se vieron siempre muy concurridas, Guardini no logró nunca sentirse seguro en su manera de proceder. Su Diario da testimonio constante del sufrimiento que le producía esta inseguridad y de la tenacidad con que se mantuvo fiel a su convicción de que su estilo de pensar y expresarse respondía a su vocación y su misión [WD]. De ahí su satisfacción cuando Pío XII lo recibió en Castelgaldolfo para manifestarle el reconocimiento de la Iglesia, y cuando, ya en su edad madura, se vio reconocido por destacadas universidades e instituciones. Entre otras distinciones, en 1963 recibió en Bruselas el “Premio Erasmo al mejor humanista europeo”, y en tal evento pronunció la conferencia Europa, realidad y tarea [ER].

Con la perspectiva que da la distancia, advertimos hoy que Guardini, al prescindir de todo aparato crítico en su lectura de grandes autores y dejarse llevar de su instinto de lo valioso, abrió una vía regia para convertir las obras de la gran tradición occidental en una fuente inagotable de elevación del espíritu.

Una vez obligado, en 1939, a suspender su actividad como docente y como director del Movimiento de Juventud, Guardini desarrolló una intensa labor apostólica en diversas iglesias de Berlín. Las predicaciones ante un público atento le reportaron una profunda satisfacción y le inspiraron varios de sus libros más logrados: El Señor, Jesucristo, Los novísimos… Pero una vez más llegó el momento adusto de la renuncia. En 1943 se vio forzado por el horror de la guerra, que dañaba gravemente su salud, a abandonar la querida Berlín y refugiarse en la casa de un viejo amigo, Joseph Weiger, párroco de una aldea suabia.

En la devastación de la posguerra, reanudó su vida universitaria en Tubinga (1945-1948) y en Múnich (1948-1962). En 1948, recobró el castillo de Rothenfels, pero ya no se vio con fuerzas para retomar la dirección del Movimiento de Juventud.

Esta vida intensa la llevó Guardini con una salud precaria. A menudo, tras un período de trabajo intenso, se hallaba agotado y debía concederse un descanso. Durante los primeros días, se sentía aliviado y respiraba a pulmón lleno a través del campo. Pero pronto su espíritu le impelía a reanudar los trabajos pendientes [WD].

Su hondo equilibrio espiritual lo mostró definitivamente el maestro en el atardecer del 30 de septiembre de 1968. Presintió su muerte, se recogió en su habitación y durante una hora larga recitó diversas oraciones, sobre todo la invocación de su admirado San Agustín: «Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti». Poco después entró en coma y falleció. Su esquela expresó con certera precisión lo que había sido su vida y su muerte: “Romano Guardini, servidor del Señor”.

II. Orientación metodológica: Búsqueda de soluciones por vía de elevación

Desde muy joven, Guardini mostró un temperamento “melancólico”, en la línea de Søren Kierkegaard [VSS]. Tendía hacia lo elevado y valioso, y, al no encontrarlo, corría peligro de sufrir decepciones y depresiones. De ahí la confidencia que hace en su Diario [WD] de que la capacidad creativa le costaba un alto precio. Descubre, con admiración, la inagotable riqueza de la vida cristiana y pone todo su empeño en precisar lo que caracteriza al cristianismo, a fin de superar los malentendidos que impedían a multitud de personas, sobre todo jóvenes, asumir su mensaje en todo su valor y alcance [CS]. No se limitaba a asumir gozosamente las grandes posibilidades que le ofrecía el cristianismo; ansiaba transmitir ese tesoro al mayor número de personas. De ahí, por una parte, su intenso cultivo de la vida interior, y, por otra, su atención penetrante a los problemas de la cultura de su tiempo.

Tras la hecatombe de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que participó como sanitario, advirtió que en ella había hecho quiebra el “mito del eterno progreso”, la falsa ilusión —heredada de la Edad Moderna— de que el incremento indefinido del conocimiento científico, el poder técnico y el dominio de lo real se traduce automáticamente en una dosis correlativa de felicidad. Ese ideal fue inspirado por una actitud egoísta de posesión y dominio, y debía ser sustituido por un ideal generoso de servicio y colaboración [ER, FM]. Las primeras obras de Guardini están inspiradas por la urgencia de realizar ese cambio y configurar la imagen de un hombre nuevo, una época nueva, un estilo nuevo de pensar, sentir y querer [CF, CL]. Ello exige renovar la idea misma de hombre, como ser personal [MP]. Tal renovación sólo podremos hacerla de raíz si nos decidimos a ver al hombre desde Dios. Esta tarea presenta diversos aspectos de sumo interés [DM].

1. La vuelta a lo concreto-viviente-relacional

Para hacer justicia a lo que es el ser humano, con todas sus implicaciones, Guardini optó por la “vuelta a lo concreto”, postulada por Edmund Husserl, fundador del Movimiento Fenomenológico (Investigaciones Lógicas, 1900). Este retorno no implica aversión al universal, sino afán de fijar la atención allí donde se dan los fenómenos creativos. Por eso Guardini se propuso volver a lo “concreto-viviente”, lo concreto dotado de capacidad de interrelacionarse. En la línea del Pensamiento Dialógico (Ferdinand Ebner y Martin Buber, especialmente), Guardini se inclinó a pensar que el ser humano adquiere conciencia de su yo al ser apelado por un tú, sobre todo por el Tú divino, origen de toda relación y toda vida personal. Más allá de las concepciones estáticas del ser humano, éste era visto por él, al modo de Søren Kierkegaard, como «una relación que se relaciona consigo misma y con el Poder que la sostiene» [Kierkegaard 1969: 47]. «El hombre consiste esencialmente en diálogo. (…) La vida espiritual se realiza esencialmente en el lenguaje» [MP 117].

Este modo relacional de ver al hombre desde Dios inspira toda la actividad de Guardini como conferenciante y como escritor. Una y otra vez confiesa el asombro que le produjo el hecho de que el Dios infinito se haya dignado crear al hombre e, incluso, anonadarse a fin de salvarlo [EC]. En un momento de desazón interior provocada por este misterio, un amigo le sugirió que “son cosas del amor” [WD]. Según propio testimonio, esta sugerencia fue una clave de orientación que le abrió horizontes insospechados para penetrar en el secreto del hombre y de la vida religiosa. El amor salva distancias, rompe barreras, interioriza el deber y lo armoniza con la libertad creativa, funda un estilo de pensar y actuar que supera infinitamente la lógica de las miras humanas.

Esta forma de enfocar el problema del hombre liberó a Guardini de la nostalgia que, en la postguerra de 1918, sintieron numerosas personas —filósofos, literatos, artistas…— hacia el mundo infrapersonal, infracreador, infrarresponsable. Frente a este arriesgado reduccionismo, Guardini defendió siempre, con ejemplar decisión, que su verdad más profunda la consigue el hombre por vía de elevación, no de descenso. De ahí su alta estima del lema pascaliano: “El hombre supera infinitamente al hombre. Intuición afín a la de un espíritu congenial, Gabriel Marcel: “Lo más profundo que hay en mí no procede de mí.

Guardini ve al hombre como un “ser en tensión”, en el sentido positivo de un ser abierto comprometidamente a Quien constituye su origen y su meta. Esta idea madre lo llevó a estudiar, con voluntad de integración, los contrastes que tejen la vida humana y son, a menudo, malentendidos como aspectos opuestos [C]. Desde muy joven advirtió que, para descubrir la grandeza que puede adquirir el ser humano, debemos integrar las vertientes contrastadas del mismo en “conjuntos de sentido” desbordantes de vida. Toda su amplia y diversificada producción está inspirada en esta teoría del contraste, que da “el ritmo y la medida” a su concepción del mundo y del hombre [C 147; López Quintás 2001: 195].

2. La vida, vista en concreto, aparece como una trama de contrastes

Es sintomático que el joven Guardini, tras un breve período de alejamiento de la fe, haya renovado su vida religiosa merced a la luz que arrojó sobre su espíritu una frase evangélica según la cual el que retiene su alma la pierde y el que la da la gana. Guardini entrevió en esta sentencia, aparentemente paradójica, una profundidad insondable, una verdadera clave de la vida espiritual, y consagró su talento y su energía a explorar esas honduras del espíritu. En 1925 publica El contraste [C], para exponer de forma sistemática una idea que venía impulsando sus análisis de la vida, a saber: todo ser viviente es una trama de relaciones contrastadas (no opuestas ni contradictorias), tales como arriba-dentro, interior-exterior, forma-plenitud, estructura-fuerza vital…

i) Los contrastes y la forma (“Gestalt”)

La Teoría del contraste ve los seres vivos como un entramado de pares de “contrastes”, aspectos de la vida que se contrastan pero se implican de modo esencial. Por su condición de “ser viviente concreto”, el hombre está estructurado por una forma configuradora (“Gestalt”) que ensambla diversos elementos contrastados. Para conocerla, hemos de prestar atención a la relación constitutiva que existe entre el todo y las partes, las partes y el todo. Estamos ante una Gestalt cuando se unen diversos elementos y dan lugar a una realidad dotada de una forma interior que le da consistencia y de una figura externa que permite reconocerla frente a otras realidades.

• Para captar una melodía en una partitura, el músico ve las diversas notas una a una, pero no aisladas sino en cuanto configuran un conjunto dotado de sentido. Este conjunto es una Gestalt.

• Cuando alguien siente agrado ante una broma, esboza una sonrisa. Lo hace moviendo de modo singular varios músculos de la cara. Estos músculos no sonríen. Quien expresa el agrado de la persona es el conjunto que ellos forman, la figura que componen. Por eso, si queremos penetrar en el fenómeno de la sonrisa descomponiéndola en partes, la diluimos, pues la sonrisa constituye un conjunto lleno de sentido, es decir: una Gestalt.

• De modo afín, cada etapa de la vida —niñez, adolescencia, madurez, vejez— constituye para Guardini una forma de vida (“Lebensgestalt”) peculiar, con características y posibilidades propias [EV 30].

El concepto de Gestalt (que ha de ser traducido, según el contexto, como forma, figura, estructura, totalidad…) juega un papel destacado en el pensamiento de Guardini. Alude —en plan polifónico— a una realidad concreta, con cuanto abarca: contrastes y tensiones, estructura y flexibilidad interior, fecundidad y riesgos… Cada Gestalt es un conjunto de sentido que debe ser distinguido de otros pero no escindido, sino más bien ensamblado con ellos para formar nuevas Gestalten o realidades complejas dotadas de un sentido peculiar. Un tema musical es una Gestalt, tiene una forma propia, pero está llamado a unirse activamente con otros para dar lugar a nuevas formas (Gestalten) y, en definitiva, a la forma total que constituye la obra entera.

Para comprender a fondo el sentido de los términos Gestalt y contraste (“Gegensatz”), hemos de verlos en relación íntima con los vocablos intimidad (“Innen”) y expresión (“Ausdruck”). El fenómeno de la expresión es una de las características decisivas de la forma viviente de la persona y medio indispensable para conocer los seres dotados de intimidad. Al expresarnos, superamos los esquemas espaciales dentro-fuera, inmanente-trascendente, que dejan de oponerse para contrastarse y potenciarse a la vez.

Los contrastes significan algo más que una simple contraposición, como la existente entre las categorías arriba-abajo. Son ámbitos de sentido cualitativamente distintos que se exigen mutuamente, tal como sucede con el par de conceptos arriba-dentro, cuya correlación indica que el rango o calidad de un ser está en relación directa con su intimidad.

Hay que distinguir, en principio, los contrastes de las contradicciones y de las relaciones entitativas (como las existentes entre el espíritu y la materia, el Creador y las criaturas…). Para determinar los contrastes fundamentales, Guardini examina, a la luz de su propia experiencia, cuáles son las manifestaciones de la vida que se implican mutuamente y ostentan, a la vez, una significación propia. Así, observa que la vida se manifiesta como

fuerza configuradora

y

estructura,

plenitud de contenido

y

forma o figura,

conjunto

y

pluralidad de individuos,

inmanencia

y

trascendencia,

semejanza

e

individuación,

fuerza originaria

y

regla ordenadora…

A una consideración penetrante, se revela que la vida no es la síntesis de estos contrastes, ni su mezcla o su identidad, sino la unidad dialéctica, el fondo originario del que brotan.

En principio, la Filosofía de la vida tendió a destacar, en esta serie de contrastes, la primera columna, encabezada por el contraste “Fuerza configuradora”, pero, a partir de Georg Simmel y Hans Driesch suele subrayar la columna iniciada con el contraste “Estructura”. Guardini valora ambas series por igual, debido a su interrelación dialéctica, pero concede cierta primacía a la serie presidida por el contraste “Estructura”, debido a lo que entraña de orden y configuración. La configuración y el orden son captados y valorados por el logos, término griego que alude al pensamiento, el concepto, la palabra, la coordinación de diversos elementos, la forma [EL 89 ss]. Guardini se cuida de advertir que el contraste “Forma” va vinculado interiormente con el contraste “Plenitud de contenido”, es decir, lo que hay en la vida de indefinible, fluyente e imprevisible. No se contradicen ambos contrastes (forma y plenitud, plenitud que es el objeto de conocimiento propio de la intuición), sino que se articulan entre sí y forman un entramado dialéctico capaz de expresar la totalidad del ser concreto. Guardini desea integrar el pensamiento conceptual en un amplio proceso de conocimiento, a fin de evitar la reducción de la vida intelectual a una mera manipulación de conceptos.

De aquí arranca la profunda vinculación de la Teoría del contraste y la Cosmovisión (“Weltanschauung”), pues si ésta, según Guardini, se dirige al conjunto de la existencia a través de los seres concretos, debe fundarse en un estilo de pensar dialéctico —contrastado y tensionado— que conjuga el conocimiento conceptual y el intuitivo. La atención al todo debe ser por principio contrastada (“gegensätzlich”), si no quiere desdibujarse al modo romántico-vitalista o violentar la realidad interpretándola sobre la base de una falsa autonomización de un aspecto de la misma. La teoría del contraste es, en este aspecto, un principio regulador que libera al conocimiento del riesgo de caer en la unilateralidad.

La estructura del desarrollo de los seres vivos se apoya en contrastes, vertientes del ser que se potencian mutuamente y perduran a través del decurso temporal. Este carácter positivo salva a la teoría del contraste del tragicismo inherente a la dialéctica de la contradicción. No es trágica una dualidad cuando es fecundante, por tratarse de contrastes que se exigen y complementan entre sí. No haber advertido esto llevó a Ludwig Klages [Klages 1929] a su campaña contra el espíritu, ser que —a su juicio— provoca la escisión entre el sujeto y el objeto al distanciar al hombre de su entorno. La Antropología filosófica actual arranca, por el contrario, del acontecimiento del encuentro, campo de entreveramiento en que los hombres logran intimidad al mantenerse cerca a cierta distancia, es decir, a distancia de perspectiva, no de alejamiento. El encuentro funda un campo de juego común en el cual se supera lo que implican de escisión los esquemas espaciales dentro-fuera, interior-exterior, aquí-ahí [López Quintás 2003: 231-251]. «Parece una paradoja, pero en realidad es la expresión exacta de un actitud básica del ser humano. (…)El hombre no tiene consistencia cuando vive en sí mismo y para sí mismo sino cuando se halla ´abierto´, cuando se arriesga a salir hacia lo otro, sobre todo hacia el otro (…), por entregarse a algo que merece que uno se arriesgue a perderse a sí mismo por ir en esa dirección» [BB 20].

Guardini intuyó que esta teoría del contraste tiene potencia intelectual suficiente para estructurar a) una Antropología filosófica sólida; b) una hermenéutica cultural penetrante e, incluso, c) una teología lúcida y una pedagogía de la religión eficaz .

a) En la línea del Movimiento Dialógico, Guardini subraya que la libertad plena sólo la alcanza el hombre al “ob-ligarse” a lo valioso. «Obediencia a los maestros, obediencia a las estructuras que se enraízan en lo eterno. Sólo de este modo se supera el hombre a sí mismo, hasta ganar el horizonte que alberga las cosas supremas» [FL 81].

b) Cuando se comprende por dentro el carácter relacional del ser del hombre —el hecho de que se constituya como persona al fundar relaciones creativas con otros seres, sobre todo los más relevantes—, se entienden como “contrastes” muchos supuestos “dilemas”, por ejemplo el esquema “forma configuradora - energía vital”. «Dominar internamente una poesía lírica o una novela intimista requiere un fuerza espiritual modesta; pero afirmar –y sentir verdaderamente- que la construcción gigantesca del Dante es un mundo de la más fuerte vitalidad, y ver a este coloso de la forma como transfigurado por una energía vital exige un poder espiritual que nosotros sencillamente ya no tenemos» [LB 91].

c) La profunda vinculación de la intimidad espiritual y las realidades valiosas del entorno inspira una orientación sumamente fecunda de la vida espiritual: «Ésta es la forma mejor de educación religiosa: no la que se dirige al estudio detallado e insistente de sí mismo y a la expresión de la propia interioridad, sino la que invita a entrar en el prodigioso mundo litúrgico para vivir en él la fe, admirar la grandeza del Señor, alegrarse de ella, desplegarse y crecer en una atmósfera divina» [AW 117].

La cuestión de los contrastes fue para Guardini una preocupación espiritual, un motivo de inspiración constante y un factor de equilibrio interior debido a su convicción de que la verdad es compleja porque las realidades del mundo son “polifónicas”. «Las realidades vivientes surgen siempre por la colaboración de fuerzas diversas. Son polifónicas, complejas. Y por eso tienen poder y realidad. En ellas resuena de algún modo el todo» [VG 25].

ii) Los contrastes y los niveles de realidad y de conducta

Cada una de las obras de Guardini —las filosóficas, las pedagógicas, las teológicas y bíblicas, las de análisis literario y cultural…— son intentos de llegar a lo más alto y noble de la vida humana mediante el análisis de los distintos niveles en que puede ésta desarrollarse. Guardini no analizó nunca, de forma sistemática, los cuatro niveles positivos y los cuatro negativos en que podemos situar nuestra vida, pero los intuía y describía en sus obras. Por ejemplo, al captar la importancia de ciertas aparentes paradojas (recordemos: « Quien quiera salvar su alma la perderá, quien la dé la salvará»), denota que se ha hecho cargo de la existencia del nivel de la creatividad y el encuentro —nivel 2, en este análisis— en el que tales paradojas se convierten en contrastes [López Quintás 2009a: 93-131; López Quintás 2009b: 19-20].

Para configurar un método formativo preciso y eficaz, Guardini necesitaba perfilar un estilo de investigar y de expresarse ajustado a los diferentes temas de estudio: cuestiones teológicas, textos bíblicos, la acción litúrgica, la vida ética, las devociones religiosas, los escritos de grandes autores de carácter existencial —es decir, centrados en torno al enigma del hombre—… Tal ajuste sólo puede lograrse cuando se devuelve su sentido originario a las palabras, los gestos, las acciones… El empeño por devolver su sentido a las palabras, los gestos, las acciones todas de la vida inspiró a Guardini varias de sus obras más significativas: El contraste [C], Signos sagrados [SS], El sentido de la Iglesia [SK].

3. El método de arriba abajo

En la fecunda década de los años veinte, de la que arrancan buena parte de las corrientes filosóficas del siglo pasado y del presente, se adoptaron dos métodos para entender el sentido del ser humano: el método “de abajo arriba” y el “de arriba abajo”. Guardini se adhirió decididamente a este último, por la convicción de que los seres de cada nivel de realidad logran su pleno sentido al ascender a un nivel superior. En el caso del hombre, el nivel superior es el del Ser Absoluto. Lo expuso Guardini de forma programática en una conferencia pronunciada en el 75º Katholikentag (Día de los católicos), celebrado en Berlín en 1952:

«El hombre sabe quién es cuando se comprende a sí mismo a partir de Dios. Para ello debe saber quién es Dios, y esto sólo lo sabe si acepta lo que Dios reveló acerca de Sí mismo. Si se enfrenta a Dios, si lo concibe de forma errónea, pierde todo conocimiento acerca de su propio ser. Esta es la ley fundamental de todo conocimiento del hombre» [DM 53].

El pensamiento de Guardini sobre el hombre viene determinado por una idea que le era particularmente querida: Dios creó las realidades infrapersonales mandándoles existir. «Dios dijo: “Haya luz”, y hubo luz» (Gen 1, 3). Al hombre lo creó llamándole a la existencia. «Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (…). Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos” (…)» (Gen 1, 26-28). Al llamar al hombre, lo convirtió en su , y lo capacitó para establecer con Él una relación personal. Esta relación yo-Tú constituye el origen, la razón de ser y el sentido de la vida humana. A mostrarlo dedicó Guardini dos de sus obras más logradas: Mundo y persona [MP], La existencia del cristiano [EC].

4. El cultivo del pensamiento “existencial” y la experiencia viva de la verdad

El secreto del atractivo de la figura de Guardini, como sacerdote, profesor y publicista, radica en su capacidad de aunar el amor inquebrantable a la verdad y el estilo existencial de pensar. Se afirma, con razón, que el rasgo más sobresaliente de su personalidad fue su êthos de verdad, su voluntad indeclinable de buscar la verdad al margen de las convenciones académicas y las modas del momento. Pero con la misma energía debe subrayarse que para él la verdad era una fuente de energía y de autenticidad personal. De ahí su firme decisión de anclar su pensamiento y su vida en la verdad. Su profesor de teología dogmática en Tubinga, Wilhelm Koch, fue, a este respecto, un ejemplo que marcó su vida. «… La verdad era algo tan serio para él que se advertía cómo ésta se identificaba con su propia personalidad». De ahí que haya sido «el primero que se planteó la cuestión del valor vital de los dogmas» [AA 118, 120].

En una línea afín, Guardini se propuso como tarea de su vida descubrir el valor existencial de la verdad. «… En lo que a mí se refiere, había descubierto, después de mucho buscar, el hecho de la verdad objetiva y la posibilidad de vivir la existencia a partir de ella. Y tenía claro que, si debía ser un cristiano católico, o lo era hasta el fondo y sin ninguna reducción, o no merecía la pena» [AA 122].

El concepto de existencia a que alude aquí Guardini se refiere al modo peculiar de ser y desarrollarse del hombre, no a cualquier tipo de realidad existente. El ser humano vive un tipo de existencia consciente, libre, dialógica, creativa, siempre perfectible, ambigua, tendente a la felicidad y al pleno logro de sí misma. Este concepto de existencia lo toma Guardini expresamente del “pensamiento existencial” (Kierkegaard, Jaspers, Heidegger, Marcel). Inspirado en este concepto de existencia —entendida como una forma relacional y activa de ser—, el pensamiento existencial pone en juego un modo de acceder a la realidad que compromete a la persona que conoce, la hace entrar en vibración y vincula el conocimiento con el amor, el respeto, la voluntad creativa. Frente al conocimiento frío, aséptico, incomprometido y distante de los meros objetos (ob-jetos, realidades proyectables a distancia del sujeto), el conocimiento de las realidades más elevadas en rango —las realidades “inobjetivas”, abiertas— sólo es posible si nos encontramos con ellas. Ello no implica forma alguna de subjetivismo o relativismo. Se trata de una actitud relacional [EC XIV-XVI]. Recordemos que el cometido primero de los pensadores existenciales fue superar la estrechez de miras del Positivismo, corriente de pensamiento centrada en torno a los meros objetos. Por eso destacan la importancia, en la vida humana, de las realidades “inobjetivas” (ungegenständliche) y advierten que el hombre comienza su vida auténtica cuando se decide a dar el salto del nivel de las realidades objetivas al nivel de las inobjetivas.

Según los pensadores existenciales, el ser se pone de manifiesto cuando la mirada deja de estar enquistada en los meros objetos, vistos como realidades mensurables, asibles, manejables, delimitables. Al afirmar Heidegger que “el ser nadea sobre la nada”, se refiere a la “nada de lo meramente objetivo” [López Quintás 1971: 477-496].

De manera correlativa, el concepto de “mundo” suele presentar en las obras de Guardini un carácter relacional. Designa una trama de ámbitos de realidad relacionados con el ser humano, «el conjunto de las cosas en cuanto que el hombre entra en relación con ellas, las conoce, tiene experiencia de sus valores, las juzga y las configura; en cuanto ellas mismas se convierten en destino para él». A este concepto relacional de mundo lo denomina Guardini “mundo segundo” [EC 13].

Bien clarificados los conceptos de “existencia”, “pensamiento existencial”, “realidades inobjetivas”, “nada” y “mundo segundo”, se comprende la profunda razón por la cual Guardini piensa de forma existencial y defiende, a la vez, la necesidad de anclar el pensamiento y la vida en una verdad objetiva. Guardini no es un pensador objetivista ni subjetivista, sino relacional. Durante siglos, el miedo al relativismo frenó la investigación relacional de la realidad. Su innato sentido del equilibrio intelectual y espiritual permitió a Guardini superar ese temor y elaborar un pensamiento relacional sumamente fecundo.

«Poco a poco me había ido quedando claro que existe una ley según la cual el hombre, cuando “conserva su alma”, es decir, cuando permanece en sí mismo y acepta como válido únicamente lo que le parece evidente a primera vista, pierde lo esencial. Si, por el contrario, quiere alcanzar la verdad y en ella su auténtico yo, debe darse» [AA 98-99].

Guardini recuerda, sobrecogido —a pesar de no ser “hombre de grandes emociones”, en expresión suya—, el día en que esta idea le inspiró una decisión que transformó su vida. Esta transformación se vislumbra en el siguiente testimonio:

«Sinceramente, no creo que en mí haya predominado el subjetivismo. Si este término ha de tener un sentido, sólo puede significar que alguien, sin reconocer ninguna regla objetiva, piensa y hace lo que a él personalmente le parece correcto. Pero yo nunca he actuado así; más aún, considero que este comportamiento es sencillamente el de un necio» [AA 172-173].

A través de su largo y profundo trato con una juventud que quería ser libre mediante la desvinculación de toda instancia que pudiera parecer impersonal, ajena a la persona y coactiva, Guardini supo mostrar que ciertas realidades no meramente subjetivas —por ser independientes de todo sujeto humano, como sucede con la verdad y la Iglesia— constituyen una fuente inagotable de vida en plenitud y de libertad interior. Guardini impugnó en todo tiempo el relativismo y el subjetivismo, y defendió la atenencia a lo objetivo, pero se cuidó de subrayar que lo objetivo no se opone a la capacidad creativa del sujeto humano, antes la promueve decididamente. El espíritu de sana objetividad implica un espíritu de flexibilidad, la capacidad de escuchar la llamada de lo valioso y responder activamente. Esta respuesta activa constituye la esencia de la creatividad. Tal orientación creativa, existencial, del esfuerzo investigador de Guardini determina, en buena medida, los temas de su producción y, de modo singular, su esfuerzo por fundamentar sólidamente la vida ética.

III. La fundamentación de la vida ética

En sus primeros escritos sobre Liturgia e Iglesia, Guardini aborda los problemas con tal hondura que sus exposiciones rebasan el alcance de los temas tratados para apuntar al núcleo de la vida ética y la religiosa. Por eso no tarda en aplicar su estilo de pensar y de expresarse a los temas básicos de estas áreas.

En 1929 aborda el tema ético de “el bien, la conciencia y el recogimiento”, para superar por elevación el empobrecimiento causado a la vida humana por el reduccionismo, el gregarismo y la disipación (o “divertissement”, en lenguaje pascaliano). Estos pensamientos serán recogidos y ampliados en la magna obra de madurez editada póstumamente con el título de Ética [E]. El tema ético de las virtudes lo trató en la monografía Una ética para nuestro tiempo [ET].

Una aguda aplicación de su orientación ética a tres temas decisivos para la recta ordenación de la vida se encuentra en Sobre el sentido de la melancolía [VSS], Las etapas de la vida. Su importancia para la ética y la pedagogía [EV], La aceptación de sí mismo [AS]. Esta fundamentación de la vida ética obtiene, en 1933, un buen refrendo en los retiros dados a jóvenes en el castillo de Rothenfels y publicados en Voluntad y Verdad [WW].

Como hemos indicado, Guardini impugnó reiteradamente el relativismo y el subjetivismo, y defendió la atenencia a lo objetivo, cuidándose de subrayar que lo objetivo promueve decididamente la capacidad creativa del sujeto humano. El espíritu de sana objetividad implica la capacidad de escuchar la llamada de lo valioso y responder activamente. Esta respuesta activa da origen a la creatividad humana. La orientación creativa que sigue Guardini en su estudio de la persona determina, en buena medida, su forma de fundamentar la vida ética.

Las cuestiones referentes a los seres vivos —de modo singular, las personas— son tratadas por Guardini de modo concreto, por la razón profunda de que es en el plano de la vida concreta, abierta e interrelacionada —y no en el de los conceptos abstractos, desvinculados entre sí— donde se da la creatividad y la plenitud. En la línea del pensamiento fenomenológico, Guardini se rige por el lema: «Atengámonos, no a los conceptos generales, sino a la realidad» [SM 126]. Pues bien. Nuestra realidad personal se despliega plenamente y muestra luminosamente su auténtico modo de ser —dicho de otro modo: somos verdaderas personas, nos hallamos en verdad— cuando realizamos auténticas formas de encuentro, modo de actividad que sólo acontece en la vida concreta, entre personas concretas y en situaciones muy precisas.

Cada una de las realidades concretas se halla relacionada con las demás dentro de un todo que las engloba e integra, y al que ellas contribuyen a configurar [ET 33]. Nuestro estilo de pensar ha de ser, pues, holista, atento a ese movimiento reversible que se da entre el todo y las partes que lo integran. Pero debe ser también contrastado, pues muchos aspectos de la realidad personal parecen oponerse, pero de hecho se complementan cuando, en la vida concreta diaria, actuamos de forma creativa, como corresponde a “seres de encuentro”, seres que viven la vida personal a través del encuentro.

Las realidades concretas se nos aparecen en todas sus implicaciones, con su capacidad de vibrar con otras muchas, cuando las vemos de forma espontánea, sin imponerles de antemano un cliché estereotipado. «…Vamos a partir del fenómeno mismo tal como lo encontramos en nosotros y en nuestro alrededor, vamos a partir de la experiencia ética. Por tanto, yo voy a procurar no decir nada que cada uno no pueda comprobar directamente. Y si lo que yo diga es acertado, tendremos que reconocernos a nosotros mismos en ello». «Lo que a mí se me muestra no es un montón de detalles, sino un tejido en el que cada elemento está condicionado por los demás; cada uno sustenta al otro, cada individuo está dentro de un todo, y el todo, a su vez, se manifiesta en cada individuo. Por eso el primer acto de la captación del fenómeno, que sustenta todos los siguientes (el examen crítico, la comparación, la penetración conceptual), es mirar y ver» [E 218-219]. Esta vinculación de cada elemento de la realidad en “tramas de sentido”, en formas que dan sentido y generan orden y belleza explica el uso reiterado que hace Guardini de los términos Gestalt (forma, figura), Gestalten (formas, figuras), Sinngestalten (conjuntos de sentido, formas llenas de sentido)[E XLIII-XLVI].

Al mirar atentamente, observamos que la inmensa mayoría de las realidades de nuestro entorno superan a los objetos en rango, pues no sólo están en frente de nosotros —como algo extenso, asible, manejable, canjeable…— sino que nos ofrecen posibilidades creativas de uno u otro orden. Estas realidades —una obra artística o literaria, una persona, una institución, los valores…— sólo podemos conocerlas cuando asumimos, con actitud respetuosa y colaboradora, las posibilidades que nos ofrecen. El conocimiento va aquí unido con el reconocimiento del poder de iniciativa de esos objetos de conocimiento que son más que meros objetos. Tal reconocimiento implica estima, amor y compromiso, es decir: voluntad de colaboración. Son las actitudes propias del “pensamiento existencial”. «Pensamiento existencial quiere decir que el sujeto cognoscente adquiere clara conciencia del sentido del objeto en la medida en que lo toma “en serio”» [EC 9].

1. La Ética y el desarrollo pleno de nuestra segunda naturaleza o êthos

Esta voluntad colaboradora lleva a Guardini a elaborar una Ética muy positiva, dinámica, consagrada a la búsqueda y realización incondicional del bien. La tarea de la ética es desarrollar la personalidad humana y lograr la plenitud y la felicidad. Esta meta no se logra subrayando prohibiciones sino mostrando la fecundidad de lo valioso, lo “incondicionalmente válido”.

«Con demasiada frecuencia se ve la norma ética como algo que se impone desde fuera a un hombre rebelde; aquí el bien ha de entenderse como aquello cuya realización es lo que de veras hace al hombre ser hombre. (…) Este libro lograría su propósito si el lector percibiera que el conocimiento del bien es motivo de alegría» [ET 12].

Guardini subraya con energía que los seres humanos estamos vinculados de raíz —es decir: ob-ligados— al bien, la justicia, la verdad, la belleza, la unidad [BC 116]. Esa ob-ligación básica es el fundamento de nuestra vida moral y de la alta dignidad que ésta implica. Estar obligado está lejos de significar estar coaccionado. Es la fuente de la que mana la libertad interior o libertad creativa, que constituye el gran privilegio que ostenta el hombre entre todos los seres. Ante los resultados devastadores del relativismo arbitrario, impuesto por el régimen nacionalsocialista, Guardini no ve más salida que anclar la vida humana en algo inquebrantablemente válido para todos.

«Su filosofía (la de Platón) aclaró para siempre una idea: tras la confusión de la sofística mostró que existen valores incondicionalmente válidos, que pueden ser conocidos, y, por tanto, existe la verdad; que esos valores se ensamblan en la soberanía de lo que llamamos “el bien”, y este bien puede realizarse en la vida del hombre, según las posibilidades dadas en cada caso. Su filosofía indicó que el bien se identifica con lo divino, pero su realización lleva al hombre al logro de su propia condición humana, al hacer surgir la virtud, que significa vida perfecta, libertad y belleza. Todo esto tiene validez para siempre, incluso para el día de hoy» [ET 11].

Descubrir y defender esas realidades incondicionalmente válidas para el hombre es deber de todo pensador, cuya razón de ser es esforzarse en distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, la verdad objetiva de la ocurrencia subjetiva. «El filósofo es el responsable de que se mantenga la recta ordenación del pensamiento y de la vida» [EV 131]. Para ordenar debidamente la vida y el pensamiento, necesitamos descubrir ciertas realidades sutiles —la verdad, la belleza, la justicia, la bondad…— que “están ahí” como algo “poderoso y fuerte”, pero de modo distinto a las realidades tangibles del mundo sensorial.

«No son cosas (Sachen) reales, masa o fuerza, pero sí objetividades que están presentes al hombre y no pueden ser desplazadas del ámbito de lo dado a éste. No se trata de cosas reales (wirkliche Dinge), sino de ideas (tipos esenciales, normas, valores), no accesibles como los objetos (…) pero innegablemente presentes al juicio y a la decisión de la voluntad. Es decir, la cosa es, la idea vale. La cosa, la fuerza, tiene una realidad masiva; la idea tiene fuerza de validez (Gültigkeit)» [AW 69].

2. El respeto a los grandes valores

Ahora comprendemos la razón profunda por la que Guardini afirma que el amor a la verdad nos da salud, y la aversión a la misma nos enferma.

«Cuando el hombre rechaza la verdad, enferma. Ese rechazo no se da ya cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque lo haga profusamente, sino cuando considera que la verdad en sí misma no le obliga; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma espiritualmente» [MP 183-184, (orig. 96-97)].

La verdad primaria del hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. De ahí su inquietud interior por volver a Dios, su origen y su meta. Este venir de Dios y volver a El, como al verdadero Ideal, genera el dinamismo singular del ser humano, que no es mera agitación, sino un sereno orientarse hacia las raíces que lo nutren. Se trata de un dinamismo creador.

Al alejarse de los grandes valores, el espíritu humano pierde ese dinamismo, se bloquea y agosta. «El espíritu tiene una especial relación con la verdad, el bien, la justicia. (…) El espíritu vive porque es capaz de conocer la verdad, querer el bien, hacer lo que es justo. Cuanto más ejercita esta capacidad, más rica y pura es su vida» [E 144].

3. La fundamentación última de la Ética en la fe religiosa

Lo “válido” no es algo meramente subjetivo, impuesto por el sujeto; es descubierto por el sujeto como algo que lo nutre espiritualmente. Lo absolutamente válido para un ser, como el hombre, llamado por Dios a la existencia es responder positivamente a esa apelación y orientar la vida hacia el Creador, entendido como el Dios vivo que nos revela la Sagrada Escritura.

«Querer solamente lo que es justo “también lo hacen los paganos” (Mt 5, 47). Esto es sólo “ética”. Tú has sido llamado por el Dios vivo. A Él no le basta la ética, porque ésta no le da lo que le corresponde, y el hombre no llega a ser lo que debe ser. Dios es el Santo. “El Bien” es uno de los nombres de Aquél cuya esencia es inefable. Él no exige sólo obediencia respecto al “Bien”, sino que te sientas vinculado a Él, el Dios vivo; que te atrevas a ello por amor y con el nuevo tipo de existencia que surge del amor. De esto se trata en el Nuevo Testamento, y sólo cuando se lo consigue, se hace posible la plenitud de lo “ético”» [ES 122].

Las bienaventuranzas evangélicas no son meros “principios de una moral superior, reconocidos universalmente desde los tiempos de Jesús”. «En realidad, son una invitación a engendrar una vida nueva. (…) En la medida en que el hombre realiza lo que supera toda ética, surge también un nuevo êthos. En él queda cumplido y superado a la vez el Antiguo Testamento» [ES 122-123].

Esta fundamentación de la Ética en el Creador, Ser Supremo y Trascendente que nos creó a su imagen y semejanza, constituye una clave para comprender, por una parte, la oposición de Guardini al espíritu autonomista de la Edad Moderna [FM] y, por otra, su tendencia a entender al hombre como un ser “que se trasciende infinitamente a sí mismo” (Pascal). Por eso, bien podemos decir que todo el pensamiento de Guardini se halla condensado en los siguientes párrafos de su obra póstuma La existencia del cristiano:

«La sede del sentido de mi vida no está en mí, sino por encima de mí. Vivo de lo que está por encima de mí. En la medida en que me encierro en mí o –lo que viene a ser lo mismo- me encierro en el mundo, me desvío de mi trayectoria (…). Mas esto significa que, con anterioridad, debo aceptar el existir, aunque no se me haya preguntado si lo quiero» [EC 168, 180-181 (orig.); 169, 181-182. Cf. la obra programática AS].

«… Dios es el “punto de referencia” esencial a partir del cual y para el cual el hombre existe. Si las relaciones con Él se desordenan, se trastorna el hombre todo. De esta clase son las secuelas de la culpa de las que habla la Revelación» [EC 203].

IV. Antropología. Las características básicas de nuestro ser personal

Para dar a la vida ética una base firme necesitó Guardini elaborar una concepción del hombre relacional, abierta a todas las implicaciones de un ser finito que fue llamado a la existencia y se siente, con ello, invitado a la creación de toda suerte de encuentros. Para tal elaboración encontró indicaciones valiosas en el Movimiento Fenomenológico —sobre todo, en Max Scheler, cuyo círculo de Colonia tuvo ocasión de frecuentar— y en el Movimiento Dialógico, representado, de modo especial, por Ferdinand Ebner, Martin Buber y, en alguna medida, Theodor Haecker [López Quintás 1997]. Su idea dialógica del hombre la plasmó Guardini en el ensayo El encuentro [EE] y en Mundo y persona [MP].

Si nos hacemos cargo y asumimos cuanto implica nuestra condición de personas, se despliegan ante nosotros de forma sorprendente los rasgos fundamentales de nuestro ser. Por eso Guardini —conforme al método “de arriba abajo”— considera la “aceptación de sí mismo” como un presupuesto ineludible de nuestro desarrollo:

«La Revelación exige de mí que me acepte a mí mismo como procedente de una voluntad personal, de una libertad, pues la misma Revelación me dice que Dios, en un acto soberano, sin verse forzado, me creó a mí porque así lo quiso. Yo podría también no existir. Existo únicamente por gracia de una voluntad libre. Esto puede resultar difícil de soportar para el sentimiento de dignidad personal propio del hombre que fue creado como señor, cuando dicho sentimiento se pervierte en orgullo y quiere ser señor, no por gracia de Dios, sino autónomo. Sin embargo, sólo estoy en armonía conmigo mismo, sólo entiendo mi existencia en la medida en que me acepto a mí mismo como procedente de la libertad de Dios» [EC 181].

La luz que arroja este descubrimiento de lo que es e implica nuestra vida nos permite comprender por dentro las principales características de nuestro ser personal.

1. Aceptarme activamente como persona significa, en principio, reconocer que he recibido el ser del Creador —que me llamó a la existencia— y, derivadamente, de mis padres. Esto implica que soy un ser relacional, abierto, llamado a responder a esa donación con una actitud de reciprocidad generosa, es decir, de agradecimiento. He recibido un ser capaz de reflexionar, de asumir la vida como algo propio y decidir autónomamente, pero con una forma de autonomía responsable, atenta a responder positivamente a la apelación de lo valioso. Ello implica una actitud decidida y humilde a la vez, porque la humildad es “andar en verdad”, según la certera expresión de Teresa de Ávila.

2. No he decidido yo existir, pero, una vez que existo, debo agradecer el don primario de la vida concreta que he recibido y realizarme dentro de sus límites, convirtiéndome en un bien para los demás. Por grandes que sean mis limitaciones, puedo optar por los grandes valores —unidad, verdad, bondad, justicia, belleza—, y realizarlos en toda circunstancia. Tal opción moviliza mi creatividad, me dota de sentido, me otorga libertad interior y autenticidad. Soy auténtico cuando quiero afirmar mi yo y acrecentarlo, pero mi yo integral, con sus dos centros operativos: el yo y el tú —entendido, en sentido amplio, como cada una de las personas que trato y la trama de los ámbitos que me rodean y de los que voy creando día a día.

3. Ser limitado no quiere decir estar cerrado a la infinitud. A ésta me abro cuando, mediante la energía que genera mi condición espiritual, opto por esos grandes valores. Al aceptar la finitud y la posibilidad de la infinitud, surge en mí el gozo de verme situado en la verdad —bien ajustado al ordo rerum—, haciendo justicia al rango de las demás realidades —mediante el ofrecimiento de las posibilidades que necesitan para desarrollarse debidamente— y practicando el bien de modo incondicional.

4. Si aceptamos la finitud pero dejamos de lado nuestro anhelo de infinitud —apertura a lo valioso, incluso en grado supremo—, corremos peligro de apegarnos al afán de dominio, manejo y disfrute de objetos. Entonces admiramos la ciencia y la técnica porque aumentan de forma exaltante dicho poderío, pero sentimos desesperación al observar que los avances técnicos no nos garantizan la felicidad, pues no consiguen liberarnos del dolor, la enfermedad, la muerte, la insatisfacción del tedio y el sinsentido. Al desvanecerse el optimismo de la Edad Moderna —inspirado en el llamado “mito del eterno progreso”—, se sintió un fuerte deseo de una vida nueva, más humana y espiritual. Guardini expresó en sus obras de juventud, singularmente en las Cartas del lago de Como [CL], su presentimiento de que se alumbraba una época de gran elevación espiritual. Pero esta premonición no se cumplió en la medida deseada, por no darse las dos condiciones necesarias para que cada persona se responsabilice de su propia existencia: la reflexión y la ascesis.

5. Reflexionar implica recogerse para sobrecogerse ante lo valioso y admirable, cultivar el silencio interior, ejercitar la libertad creativa, descubrir nuestro verdadero ideal, advertir dónde radica el sentido pleno de nuestra vida… [CF]. Sólo un ideal poderoso, por realista y auténtico, es capaz de aunar las diferentes energías del ser humano y orientarlas hacia el logro de una vida llena de sentido. El sentido es el modo singular de significado que brota en el contexto al que pertenece una acción. Atender al contexto requiere la calma de la contemplación, que es un mirar silencioso, recogido y sobrecogido ante la grandeza de lo excelente.

Guardini solía recomendar vivamente a los jóvenes congregados en el castillo de Rothenfels que vivieran recogidos, a fin de experimentar con la mayor energía espiritual el peso de la propia existencia y ser fieles a sus exigencias [BC; WW]. Si no nos recogemos en el silencio de la contemplación, tendemos a dominarlo todo, como si fuera un objeto, o a dejarnos dominar para no sentirnos responsables. Pero no ser responsables significa no responder a la llamada que nos dio el ser, y aniquilar, así, de raíz las mejores posibilidades de nuestra vida.

«Mi existencia es un misterio (…) Este misterio consiste en el hecho de que el pensar y el querer infinitos de Dios se expresan en mi ser finito; su carácter absoluto constituye el fundamento de mi finitud. El misterio tiene un carácter totalmente positivo: aunque no sea capaz de comprenderme a mí mismo, yo soy comprendido. No tengo mi origen en la ciega actuación de una naturaleza; procedo de un acto de comprensión y vivo en un permanente ser comprendido. Este acto de comprensión radica en Dios. En la medida en que me aproximo a Dios y participo de él, me acerco a mi propia comprensión. La sede del sentido de mi vida no está en mí, sino por encima de mí. Vivo de lo que está por encima de mí» [EC 180].

Esta idea la expuso Guardini en una conferencia cuyo título condensa una de las ideas madre de su Antropología: Sólo quien conoce a Dios conoce al hombre [DM]. Al hablar del pensamiento, la intuición, las formas y la sabiduría de los primeros quince siglos del Cristianismo, afirma que el hombre penetraba entonces en sus propias raíces:

«Remontándose hasta Dios, encuentra su verdad. Experimentando la interioridad de Dios, capta su propia interioridad. Entreviendo la grandeza de Dios, es consciente de su propia añoranza. La ciencia actual es incapaz de leer el arte de esa época. Sabe una inmensidad de datos y relaciones, formas y estilos, pero no ve lo realmente peculiar: el encuentro del hombre consigo mismo al encontrarse con Dios, ya se trate de la figura misma del hombre o del espacio con rostro humano en la iglesia, el palacio o la casa; del destino del hombre en la poesía y el drama, o de la vida de su corazón en la música» [DM 56].

Aunque Guardini se sentía más deudor de Theodor Haecker que de Ferdinand Ebner [MP 124 (orig. 114)], explana en este punto una sugerencia hecha por Ebner en su primera gran obra. «Sólo religiosamente —escribe Ebner—, es decir, en su relación con Dios se capacita el hombre para entenderse a sí mismo; sólo en esta relación y a través de ella se comprende a sí mismo cuando pronuncia la frase más sencilla, la aparentemente más obvia y para él más clara: ‘Yo soy’» [Ebner 1993: 65]. Guardini era consciente de que no adoptaba la posición más grata al clima cultural de su época. De ahí su temor de que no fuera bien recibida por sus alumnos universitarios la Segunda Parte de sus lecciones de Ética, en la cual se esfuerza por fundamentar la vida moral en lo incondicionalmente válido (gültig), lo eterno que da solidez a la vida fluyente finita y consigue no sólo que llevemos una vida recta sino que iniciemos una “vida nueva” [E 731-915].

Sin el anclaje decidido en lo divino, la vida humana se ve privada de su fundamento último y su sentido. Esta carencia provoca un vacío propicio a toda suerte de pesimismos nihilistas y de violencias. Al comienzo de Una ética para nuestro tiempo, Guardini afirma con satisfacción que, a la vista de la buena acogida que tuvieron las lecciones que dieron lugar a esa obra, «nuestro tiempo, a pesar de todo su escepticismo, anhela una interpretación de la vida cotidiana a partir de lo eterno» [ET 11].

6. La profunda reflexión sobre el hombre realizada por Guardini durante los sombríos doce años del Nacionalsocialismo lo llevó a subrayar la necesidad de buscar la madurez en el ascenso a niveles superiores de realidad y de vida:

«Hemos recibido una amarga lección sobre lo que ocurre cuando la autoridad se hace cargo de lo que es asunto de la libertad. Pero su filosofía (la de Platón) aclaró para siempre una idea: (…) que existen valores incondicionalmente válidos, que pueden ser conocidos, y, por tanto, existe la verdad; que el bien se identifica con lo divino, pero su realización lleva al hombre al logro de su propia condición humana (…)» [ET 11].

7. Si nos recogemos en profundo silencio interior, para ver en bloque diversas realidades y acontecimientos, y nos preguntamos cómo es posible que estemos dispuestos a tratar siempre con bondad y justicia incluso a quienes adopten una actitud hostil, no podemos responder si no damos un salto cualitativo y nos elevamos al nivel religioso. Debemos pensar que todos procedemos de un mismo Padre, el Ser absolutamente justo y bueno que nos creó a su imagen y semejanza y nos concedió, así, una dignidad tal que ni la conducta más desarreglada puede destruir. Ese acto creador fue realizado mediante una palabra de amor, una invitación generosa a existir. La única respuesta adecuada, por nuestra parte, a tal invitación será la que exprese una actitud agradecida, afín por tanto en generosidad y dispuesta a acoger incondicionalmente a los demás.

8. Esta aceptación de nuestro ser finito creado y, derivadamente, de nuestra condición relacional instaura un estado de encuentro entre Dios y el hombre que, en la Revelación cristiana, recibe un nombre venturoso: Paraíso. Lo que significa este género de vida autónoma y heterónoma a la par, emprendedora y obediente, equilibrada y anhelante, sosegada y tensionada fue expuesto por Guardini, en la Universidad de Munich, en unas lecciones memorables [EC 98-140].

«El primer hombre vive con una vida que se deriva del hecho de haber sido llamado por Dios. Realiza esta vida de modo lúcido y obediente. Dios establece con el hombre esa comunidad de sentimiento y de vida que la teología denomina ‘gracia’, y el hombre la vive merced a la fe y el amor. A partir de este centro surge un ‘medio’ o espacio vital: el hombre se encuentra con las cosas, con el otro hombre, así como consigo mismo; ve, experimenta, conoce, valora, se apropia de las cosas, les da forma. Al disponer así de lo que existe, se configura una situación que la Escritura expresa mediante la imagen del ‘jardín’. La imagen es certera, pues el jardín, en contraposición a la naturaleza libre, es un ámbito en el que ésta y la vida del hombre se compenetran mutuamente. En esta imagen se expresa la armonía que va de Dios al hombre y del hombre a las cosas. Esto es el paraíso. No se vive en él una vida de cuento de hadas, feliz y despreocupada, ni es un país de Jauja, sino algo real y serio. Bien pensado, el concepto de paraíso constituye una de las ideas fundamentales para la comprensión de la historia» [EC 115].

9. Lo antedicho nos permite comprender todo el alcance que tienen en la Antropología de Guardini las dos ideas madre que la inspiran: 1. «El hombre supera infinitamente al hombre» («L´homme dépasse infiniment l´homme», Blas Pascal); 2. «Sólo quien conoce a Dios conoce al hombre» (Guardini).

V. La preocupación por el hombre

A medida que ahondaba Guardini en las inmensas posibilidades que nos abren la Antropología y la Ética cuando las configuramos a la luz de la idea de hombre latente en la Revelación, se agudizaba en él la necesidad de salir al paso a las tergiversaciones llevadas a cabo, de manera inadvertida o voluntaria, por diversas corrientes culturales. Esta atención a los riesgos suscitó en él una gran “preocupación por el hombre”, título de dos volúmenes que recogen diversos trabajos de gran resonancia en su momento: “El hombre incompleto y el poder”, La cultura como obra y riesgo”, “Europa, realidad y tarea”… [SM].

El desequilibrio entre el incremento del poder —merced a la ciencia y la técnica— y el escaso desarrollo ético de quienes lo usufructúan es analizado en El poder [EP], obra complementaria de la que estudia los riesgos de la modernidad: El fin de la modernidad [FM].

VI. La concepción católica del mundo. Análisis de grandes filósofos y literatos

Para lograr que los estudiantes vislumbraran, en un clima laicista, la plenitud de vida que ofrece el cristianismo, Guardini abordó en su cátedra universitaria de Berlín el estudio de grandes figuras del pensamiento filosófico y de la literatura: Platón, San Agustín, Dante y Pascal, Dostoievski, Hölderlin, Rilke y Mörike. No intentaba analizar sus obras del modo usual en la Filología de la época, sino ahondar en su idea del hombre, en su forma de abordar las grandes cuestiones de la existencia. Esta labor hermenéutica era, para Guardini, una apelación a la propia labor creativa, al modo indicado por Fichte a sus discípulos en esa misma universidad berlinesa. Más que de una labor de exégesis de un determinado pensamiento, trataba Guardini de buscar en él una fuente de inspiración para dar alcance al sentido pleno de la existencia cristiana.

Guardini aborda la lectura de tan sugestivos autores de forma directa, con la sola energía de su propio pensamiento y su capacidad creativa. De ahí la jugosidad, la frescura, la intensidad de sus reflexiones. Guardini intuía que toda obra de calidad es un campo de juego, en el cual el autor responde creativamente a las apelaciones de una vertiente de la realidad. Consiguientemente, interpretar tales obras supone entrar en juego con ellas, es decir, rehacer sus experiencias básicas y asumir activamente las posibilidades creativas que nos ofrecen, a fin de captar las realidades en su plenitud de sentido

Frente a todo tipo de reduccionismo, Guardini intenta captar la realidad del hombre en todo su alcance y en todos sus aspectos. Por eso aborda su estudio desde diversas perspectivas. Esta atención diversificada lo convierte en un hombre de frontera, que intuye cómo la literatura, la filosofia y la teología se inspiran y potencian mutuamente. Su vocación de formador de alto estilo lo llevó a vincular profundamente la cultura y el espíritu cristiano, a fin de interpretar el sentido de la existencia humana a la luz de la fe, profundamente vivida.

Justamente, a esta visión integral de la vida humana alude —a su entender— el concepto de “Cosmovisión católica”. Consiguientemente, su empeño no consistió en describir —al modo de Karl Jaspers— las concepciones del mundo y de la vida sostenidas por las diferentes corrientes filosóficas. Quiso dar alcance a la existencia del hombre en todas sus implicaciones concretas y su plenitud de interrelaciones. Para eso moviliza la inteligencia y el corazón, el conocimiento conceptual y la intuición, la capacidad de los sentidos para captar la realidad inmediata y trascenderla mediante el poder expresivo de los símbolos [TL]. Este poder cognoscitivo de la realidad se acrecienta al máximo al contar con la luz de la fe, que abre ilimitadamente nuestros horizontes de vida y clarifica el sentido definitivo de nuestra vida y de todo cuanto existe.

Ello explica que Guardini haya acudido a pensadores que abordaron los problemas últimos de la existencia de forma “existencial”, es decir, no puramente teórica sino experiencial y comprometida. Al interpretarlos con ese mismo espíritu, Guardini dotó a sus escritos hermenéuticos de una condición autobiográfica. Su capacidad de vibrar con todo lo bello y lo profundo lo llevó a entrar directamente en contacto con los textos, vistos como testimonio vivo de una vida intensa. En el trato con los grandes auscultadores del sentido más hondo de la vida humana, Guardini moviliza sus mejores dotes para elaborar un pensamiento original, proyectado al futuro. Podemos decir que lee las obras de forma genética, como si las fuera gestando por sí mismo. Con quien dialoga no es tanto con los autores sino con los valores más altos que resplandecen en sus escritos. Guardini se hallaba siempre en diálogo interno con el bien, la justicia, la verdad, la belleza…, y desde esa atalaya disfrutaba de una perspectiva privilegiada para intuir lo que quieren decir los autores e, incluso, lo que deberían haber dicho y no lo dicen; intuición que caracteriza, según Martin Heidegger, a los buenos intérpretes. Vistos con esta capacidad de penetración, los grandes autores se convierten en un verdadero “patrimonio cultural de la humanidad”, porque incentivan nuestra búsqueda personal de los valores más altos. Nuestra lectura adquiere así un carácter de originariedad, de auténtica novedad. «Lograr esta novedad es la tarea más noble de la interpretación» [DS 41].

Si nuestra vida no está empeñada en la búsqueda de la verdad y el bien, el sentido y la plenitud de la vida, no podemos leer a Platón, a S. Agustín y a Pascal con la intensidad debida, ni recorrer con lucidez las vías sinuosas que nos abren Dostoievski, Hölderlin y Rilke para descubrir los espacios interiores del hombre.

«Comprendí cada vez mejor lo que significaba, en una época espiritualmente descolorida, una verdadera interpretación, y poco a poco fui elaborando un método para profundizar en la totalidad del pensamiento y la personalidad del autor desde una correcta interpretación del texto, procurando enlazar con ello las problemáticas fundamentales» [AA 57-58].

VII. Aplicación de este estilo de pensar a diversos temas intervinculados: la formación de las gentes —sobre todo, los jóvenes—, la acción litúrgica, la inserción activa en la Iglesia

Guardini no se limitó a transmitir a los jóvenes la doctrina de la Iglesia. Les ayudó a descubrir su valor. Para ello hubo de analizar, con finura fenomenológica, los temas siguientes: el cuerpo es la expresión viva de la persona, y, consiguientemente, la sensibilidad alberga el poder de remitir a la vida del espíritu y adquirir así valor simbólico; lo espiritual no sólo se lo conoce intelectualmente, también se lo ve y se lo oye; la vida personal y la comunitaria no se oponen, se complementan cuando se vive de forma creativa, pues la persona crece creando vida comunitaria; la vida eclesial es un principio de vida que debe el creyente asumir activamente; de ahí que lo decisivo no sea “vivir en la Iglesia” sino “vivir la Iglesia”, no sólo asistir a los oficios litúrgicos sino “vivir la acción litúrgica”, participar activamente en ella.

Estos temas los expuso Guardini con cierta amplitud en obras breves, densas y lúcidas: El espíritu de la liturgia [EL], Los signos sagrados [SS], Formación litúrgica [FL], Los sentidos y el conocimiento religioso [TL], El sentido de la Iglesia [SK], La Iglesia del Señor [KH], Cartas sobre la formación de sí mismo [CF], Cartas del lago de Como [CL].

1. La Liturgia católica, un modo de contemplación mística que ha tomado forma sensible

Guardini se sumergió en el mundo litúrgico al entrar, un atardecer, en la iglesia abacial de Beuron, captar el “aura de misterio santo y salvífico” que llenaba ese ámbito sacro y asistir al canto de vísperas. Tras compartir, en ese marco solemne, la oración comunitaria de los monjes, vio en la actividad litúrgica la manifestación genuina de la oración de la Iglesia, «esa misteriosa realidad que está tan profundamente dentro de la historia y, sin embargo, es garantía de lo eterno» [AA 125-126].

Fiel a su teoría del contraste y a su estilo relacional de pensar, Guardini observó que en la Liturgia se aúnan y potencian todos los modos de realidad que ostenta el ser humano: el corpóreo y el espiritual, el expresivo y el simbólico, el personal y el comunitario. Y, sobrevolándolos todos, intuyó en la acción litúrgica el impulso contemplativo del alma creyente. Ya de muy joven, se había propuesto estudiar «la liturgia como forma y fuente de vida contemplativa» [AA 127]. Este amor profundo y reverente a la Liturgia inspiraba sus celebraciones eucarísticas, tanto en las iglesias universitarias de Berlín y Múnich como en las sencillas iglesias de las aldeas en que vivía su descanso veraniego. «Un domingo sin la palabra de Dios se queda vacío», solía decir [WD].

Esta visión profunda de la espiritualidad que late en la Liturgia y el afán fenomenológico de penetrar en la esencia de las realidades y acontecimientos permitió a Guardini descubrir el sentido profundo de los “signos sagrados”. Numerosos discípulos —entre ellos, Josef Pieper, el filósofo de Münster— dan fe del entusiasmo que los embargaba cuando el joven maestro les ayudaba a descubrir —en el castillo de Rothenfels— el sentido simbólico del cirio y la luz, el incienso y el altar, el ámbito sacro del templo y el tañido de las campanas…, así como el valor expresivo de franquear una puerta, inclinarse, guardar silencio y hablar, ponerse en pie, subir las gradas del altar…

«Mil veces has subido las gradas. Pero ¿has reparado en lo que ello te sugirió? Pues algo sucede en nosotros cuando ascendemos, aunque es muy fino y discreto y fácilmente pasa inadvertido. (…) Cuando subimos las gradas, no sólo sube nuestro pie sino todo nuestro ser. También subimos espiritualmente. Y, si lo hacemos reflexivamente, presentimos que ascendemos a esa altura donde todo es grande y perfecto: el Cielo, donde Dios tiene su morada» [SS 43].

Guardini ve vibrar en los gestos corpóreos la persona entera. No escinde nunca los distintos modos de realidad; capta su interna articulación y la riqueza que ésta aporta a la experiencia estética, la ética y la religiosa. Subraya con energía que “se ve lo religioso” en un acto litúrgico; se oye la ternura de un Andante de Mozart, se siente la fuerza de la trascendencia cuando alguien proclama con veracidad la palabra divina [TL].

2. La relación profunda entre vivir la Liturgia y vivir la Iglesia

Guardini descubrió, al mismo tiempo, el valor espiritual de la Liturgia y el crecimiento espiritual que experimentamos al vivir la vida de la Iglesia. En 1922, a sus 37 años, recibió un encargo que sería decisivo para toda su vida, pues le facilitaría la cátedra de Berlín. La Asociación de Universitarios Católicos Alemanes le solicitó una serie de conferencias sobre el sentido de la Iglesia para su segundo congreso en Bonn. En cinco alocuciones, Guardini expuso brillantemente la idea que se había forjado de la Iglesia como lugar de integración de múltiples aspectos de la vida, malentendidos a veces como opuestos: obediencia y libertad, interioridad y exterioridad, corporeidad y espiritualidad, temporalidad y eternidad…

«Mis ponencias se centraron en los problemas que entonces preocupaban al mundo católico e impresionaron mucho a los oyentes… Entonces se me hizo claro cuál era mi verdadera tarea: no la de llevar adelante la investigación en una determinada disciplina teológica, sino la de interpretar la realidad cristiana con responsabilidad científica y a un alto nivel espiritual» [AA 41-42].

La primera conferencia se abre con una declaración optimista que causó sensación en el auditorio y fue objeto de comentarios reiterados en los años posteriores: «Un acontecimiento religioso de enorme trascendencia tiene lugar en nuestros días: la Iglesia despierta en las almas» [SK 19], es decir, vuelve a vivirse como “contenido de vida religiosa auténtica”. El fiel cristiano tomó, de antiguo, a la Iglesia como maestra, guía y apoyo, pero, a partir de la Edad Media, se dejó llevar, a menudo, de la tendencia individualista y se limitó a “vivir en la Iglesia y dejarse conducir por ella, pero cada vez vivió menos la Iglesia”. Dejó de verla como una fuente de vida espiritual que mana de la figura misma de Jesucristo. «Lo que hay de místico en ella, todo lo que se halla detrás de los fines prácticos y la organización, lo que se expresa en el concepto del Reino de Dios, el Cuerpo Místico, no lo sintió de forma inmediata» [SK 20]. Pero ahora estamos experimentando —agrega Guardini— que la tarea de este momento es avivar la conciencia de que la Iglesia “es sangre de mi sangre, plenitud de la que vivo”, y sentir la “alegría redentora” de amarla y tener auténtica paz interior.

La facilidad de Guardini para integrar los aspectos contrastados de la vida le permite poner al descubierto la complementariedad de la persona creyente y la comunidad eclesial.

«La piedad de cada persona está unida esencialmente a la Iglesia, pero la vida de comunidad eclesial es de tal suerte que despierta en todo lugar la vida de cada alma. Esto se da también cuando se trata de lo más íntimo, de las relaciones místicas de lo más profundo del alma con Dios. (…) Todo auténtico místico cristiano es consciente de que su vida interior está vinculada a la de la Iglesia y sostenida por ella, así como la vida comunitaria eclesial en la Liturgia y la dirección espiritual despierta, una y otra vez, la vida mística personal» [GT XVI].

Este afán de integrar los contrastes que tejen la estructura de los seres vivos —del hombre, singularmente— responde al anhelo profundo de Guardini de descubrir la grandeza del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Es la orientación opuesta a la del reduccionismo, tendencia empobrecedora de la vida humana. Guardini procura siempre enriquecer su concepción de dicha vida y elevar la calidad en el modo de vivirla. Lo segundo depende en buena medida de lo primero, como bien resaltó en su tiempo el filósofo Friedrich von Schelling: «… El hombre se hace más grande a medida que se conoce a sí mismo y descubre la fuerza que tiene. Avivad en él la conciencia de lo que es, y aprenderá pronto a ser lo que debe ser; haced que se respete a sí mismo en el nivel teórico, y el respeto práctico no se hará esperar» [Schelling 1980: 77-78]. De modo semejante, Guardini destaca la capacidad de la Liturgia de sumergirnos, en cuerpo y alma, en un ámbito de gracia y de entrega a la alabanza divina, y perfeccionar, con ello, nuestro modo de ser, aunque parezca a primera vista que se desinteresa de la vida moral de los creyentes.

VIII. La esencia del cristianismo

Ansioso de fundamentar sólidamente la formación de los creyentes, Guardini advirtió muy pronto que el hombre, como ser creado por Dios, se halla por naturaleza orientado hacia la trascendencia, que para un cristiano presenta un rostro y tiene nombre: el Dios revelado en Jesucristo. De ahí su afán de penetrar en la intimidad de Jesús, a fin de vivir con la mayor perfección posible la vida de unión con Él. Lograr la unión que expresa San Pablo en su decisiva frase: «… Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí» (Gal 2, 20) será la meta de Guardini, no sólo debido a su veta mística —su anhelo de vivir con plenitud la vida religiosa—, sino a su honda convicción de que el ser humano vive como persona al encontrarse con todo lo valioso —sobre todo, las personas— y llega a perfección en el encuentro con el Creador de todo valor y toda vida personal.

De ahí su tendencia a ver a Dios como una persona viva, que tiende a crear relaciones de amor, nos sale al encuentro y se revela —como todo valor— a quien se halla dispuesto a responder a su llamada. Esto explica que Guardini haya entreverado sus publicaciones sobre a) lo que es e implica la vida de fe, b) el nexo ineludible de la fe con la experiencia de oración, c) la vinculación profunda de ambas con la persona de Jesús, el Cristo; d) el origen de la fe y la oración en el don inestimable de la Revelación divina, e) la identificación de Jesús y “la esencia del cristianismo”. De 1930 en adelante escribió las obras siguientes:

1. La experiencia cristiana de la fe [EF]; Conocimiento de la fe [CdF]; Existencia creyente [ExC];

2. El testamento del Señor [T]; El Rosario de Nuestra Señora [RN]; Introducción a la vida de oración [IV]; Oraciones teológicas [OT]; Meditaciones sobre el Padrenuestro [MsP];

3. El Señor [ES]; Jesucristo. Palabras espirituales [J]; La realidad humana del Señor [RH]; Mensaje joáneo [MJ]; La imagen de Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento [IJ]; La esencia del Cristianismo [EdC];

4. Religión y Revelación [RyR].

Entre los múltiples temas tratados en estas obras, destacan los dos siguientes: 1. la importancia de la oración, vista como un “ir a Dios con toda el alma”; 2. la creación, en Pentecostés, del espacio de la interioridad cristiana.

1. Importancia del espíritu de oración

Inmediatamente después de escribir su obra sobre El espíritu de la liturgia [EL], que fue toda una revelación, Guardini escribió el Via crucis [VC], y, algo más tarde, El testamento del Señor [T] y El Rosario de Nuestra Señora [RN]. Con estas obras quiso dejar patente que las devociones populares ejercen una función indispensable en la vida cristiana y deben cultivarse al lado de la oración litúrgica. Las oraciones privadas fueron objeto, asimismo, de singular atención por parte de Guardini, que nos dejó verdaderas joyas para rezar en los momentos cruciales del día [López Quintás 1998: 301-321] y en momentos de reflexión especialmente intensos [OT]. En las Oraciones teológicas une Guardini la teología y la vida espiritual a fin de movilizar, a la vez, el corazón y la mente. En los últimos párrafos de la oración titulada La creación del mundo se refleja la concepción relacional que tiene Guardini del ser humano:

«… Creo que todo fue creado por Ti, oh Dios. Enséñame a comprender esta verdad. Es la verdad de mi existencia. Si se olvida, se hunde todo en la sinrazón y la insensatez. Mi corazón está de acuerdo con ella. No quiero vivir por derecho propio, sino emancipado por Ti. Nada tengo por mí mismo; todo es don Tuyo y sólo será mío si lo recibo de Ti. Constantemente estoy recibiéndome de Tu mano. Así es y así debe ser. Ésta es mi verdad y mi alegría. Incesantemente me miran Tus ojos, y yo vivo de Tu mirada, Creador y Salvador mío. Enséñame a comprender, en el silencio de Tu presencia, el misterio de que yo exista. Y de que exista por Ti, ante Ti y para Ti. Amen» [OT 27-28].

En El Rosario de Nuestra Señora muestra Guardini que la repetición incesante de varias oraciones no intenta decir lo mismo una y otra vez. Tal repetición es impertinente en el plano del lenguaje prosaico, cuyo fin se reduce a comunicar algo. Tiene, en cambio, pleno sentido en el plano del lenguaje poético, que no sólo comunica algo sino crea un ámbito expresivo. Se repiten las columnas en un claustro para crear un ámbito de paz al andar. Se reitera un tema musical en un rondó para crear un ámbito de expresividad y de gracia peculiares. Se acumulan las oraciones en el rosario para crear un ámbito de piedad. Al proceder de la Sagrada Escritura, tales palabras «abren el ámbito sacro de la Revelación, en el cual el Dios vivo se convirtió en nuestra verdad» [RN 59]. En este ámbito sacro formado por las palabras de la Escritura aparece la figura de María, que constituye todo un ámbito de vida espiritual. El contenido de su vida fue su Hijo, Jesús. Rezar el Rosario significa adentrarse y permanecer en esa esfera vital de María, unida estrechamente a la de Jesús. «Lo que llena de sentido el Rosario es un proceso incesante de simpatía santa» [RN 69].

Permanecer en este ámbito de adhesión espiritual íntima nos produce un sentimiento de plenitud, pues los seres humanos necesitamos vernos acogidos en un ámbito sacro en el que nos salen al encuentro las grandes figuras de nuestra fe. “Permanecer en ese ámbito hace bien”, pues estamos creando un espacio de contemplación, de súplica, de ofrecimiento agradecido de la propia vida.

«Las frases de las oraciones pierden, con la repetición, el carácter significativo que les es propio. Su primer significado queda como en suspenso y deja expresar a su través un nuevo contenido. Cada palabra se convierte en una palabra de segundo grado —por así decir—, cuyo contenido viene dado por cada uno de los “misterios” contemplados» [JH 26].

Rezar así requiere una “paciencia amorosa”, el ajuste a un ritmo creador de un ámbito de encuentro. Debemos rezar el Rosario como quien se adentra en una realidad muy bella y no ceja hasta que la conoce de cerca y la convierte en su hogar [RN 43].

2. En busca de la intimidad de Jesús

En Jesucristo. Palabras espirituales, Guardini se esfuerza por acceder respetuosamente a la intimidad de Jesús, para comprender mejor el sentido y la grandeza de Su vida y participar en ella con mayor plenitud. Tal intimidad queda patente en la decisión incondicional de Jesús de cumplir la voluntad del Padre.

«Jesús está sentado en una casa y habla a la gente que lo rodea. De pronto, alguien le dice: “Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Él, que sabía de verdad quién era su madre, responde desde las profundidades en que vivía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y, mirando a su entorno, agrega: “El que hace la voluntad de Dios… ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. (…) La voluntad del Padre es algo real. Es como un torrente de vida que viene del Padre a Cristo; una corriente de sangre de la que Él vive de forma más profunda, real y fuerte que de la corriente que procede de su madre. Y quien está dispuesto a hacer la voluntad del Padre entra en esa corriente, y la voluntad del Padre late en él a impulsos del corazón divino mismo, y él se halla en una unidad de vida con Cristo más real, profunda y fuerte que la que Cristo tuvo con su madre. Es muy valiosa esta voluntad del Padre. Es lo más grande; por eso Jesús encomienda a los suyos que se ocupen de ella» [J 30-31].

La voluntad del Padre apela a Jesús, y Él la acepta libremente. En Getsemaní, Jesús se dirige al Padre con palabras de angustia que parecen suplicar en vano, pero acaban reforzando la santa unidad entre el Hijo y el Padre. Sobrevolando su vida, Jesús pudo decir en verdad: “Yo hago siempre la voluntad de mi Padre”. Esta confesión nos permite dirigir una mirada profunda a su interioridad.

«La voluntad del Padre es el centro vital de toda su existencia. Es la fuerza que lo sostiene y orienta. (…) Es la gran fuerza espiritual que lleva a Jesús y lo guía. La voluntad del Padre es, en Jesús, el mandato vivo que hace de Él un enviado; y todo lo que realiza recibe de ahí su sentido y su unidad» [J 51-52].

Podría parecer que esta sumisión incondicional al Padre amengua la personalidad de Jesús —su capacidad de iniciativa, su autonomía—, y acrecienta la distancia del Padre respecto al Hijo. Pero sucede lo contrario, pues aquí el mandar y el obedecer están vinculados por el amor. Por eso, al tomar como impulso de su vida la voluntad del Padre, Jesús es del todo Él mismo y lleva a pleno logro lo que es más profundamente suyo. «La voluntad del Padre es el amor del Padre. En su voluntad viene el Padre mismo a Jesús. (…). Y, al aceptar esa voluntad, Jesús recibe al Padre mismo» [J 52-53].

3. “El Señor”, un penetrante intento de sintonizar con la intimidad de Jesús

Erich Görner, el secretario al que dictó Guardini las homilías que recoge la obra El Señor, confiesa que le conmovía observar cómo se transfiguraba el rostro del maestro a medida que se adentraba en la interioridad de Jesús [Gerl 1995: 317]. Este ardor inspira de parte a parte sus obras sobre el Nuevo Testamento, de modo especial Jesucristo [J] y El Señor [ES]. El propósito de Guardini en estas reflexiones sobre la vida de Jesús fue hacer resplandecer la verdad, mostrarla por amor a su grandeza sagrada y divina, sin pretender efectos inmediatos de tipo moral. «La verdad es una fuerza, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato, sino que se tiene paciencia (…) y se quiere mostrar la verdad por sí misma» [AA 161]. Al descubrir esta verdad, el creyente queda abierto a la plenitud de la revelación.

Para conseguir esta meta, lo más adecuado es «saber detenerse ante un suceso, una palabra, una acción, escuchar atentamente, dejarse aleccionar, adorar y obedecer» [ES 17]. Guardini toma el texto evangélico con espontaneidad, en la línea de interpretación tradicional, y ahonda en el sentido de cuanto se relata para lograr que lo eterno se nos haga presente de la forma más viva. «Si lo eterno nos saliera al encuentro en nuestro tiempo fugaz, esto sí que sería algo realmente muy “nuevo”, puro, fecundo, y barrería el polvo de la rutina» [ES 18].

Con ese fin, Guardini va viendo a Jesús, en un pasaje y otro, inundado de la plenitud del Padre y desbordante de la energía del Espíritu Santo. Su figura adquiere, así, un relieve trinitario e irradia una imponente grandeza. Al descubrirlo, logramos penetrar en el sentido profundo de ciertos conceptos decisivos del Evangelio, por ejemplo, el “Reino de Dios” [ES 76-80].

4. La creación de la interioridad cristiana

Este progresivo acercamiento a la intimidad de Jesús alcanza su cota más alta de penetración intelectual y unción religiosa al descubrir el estado glorioso de Jesús resucitado y el nuevo modo de unión con Dios que se abre al hombre que recibe el Espíritu Santo. La capacidad de Guardini para captar las realidades relacionales le permite lograr muy bellas y hondas exposiciones del ámbito de vida sobrenatural que se instaura entre el Señor glorificado y los creyentes:

«El modo de ser de Cristo es ahora el del amor. Si El nos ama —y mostrarlo constituye la esencia del mensaje evangélico—, su partida al reino del amor perfecto significa en verdad permanecer entre nosotros. Al día de la Ascensión seguirá Pentecostés, e, inspirado por el Espíritu Santo, el Apóstol hablará del “Cristo en nosotros”. El Señor está sentado a la diestra del Padre, (…) pero, al mismo tiempo, está de nuevo entre nosotros, (…) en la interioridad de cada creyente y del conjunto de la comunidad cristiana —la Iglesia—, a la cual confiere forma, poder, orientación y unidad. Al abandonar Jesús el ámbito de la existencia visible e histórica, se forma, en virtud del Espíritu Santo, el nuevo ámbito cristiano: la vida interior de cada uno de los creyentes y de la Iglesia, mutuamente vinculados y unidos. En él se halla Cristo con nosotros todos los días hasta el fin del mundo —Mt. 28, 20» [ES 766-767].

Este ámbito espiritual, que es interior pero no está cerrado en sí sino abierto a la comunidad de los creyentes, vincula íntimamente el espíritu de cada uno de éstos con la comunidad eclesial.

5. La esencia del cristianismo es Cristo Jesús

El conocimiento profundo de la figura de Jesús permitió a Guardini abordar con precisión un tema recurrente en la teología de su tiempo: La esencia del Cristianismo. Jesús no vino sólo a mostrarnos el camino para ir al Padre. Nos dijo: “Yo soy el camino”. No se encarnó para indicarnos dónde se halla la verdad. Nos confesó: “Yo soy la verdad”. No se limitó a enseñarnos cómo lograr una vida plena. Nos manifestó: “Yo soy la vida”. Quien lo ve a Él ve al Padre; quien se une a El está en la verdad; quien vive unido a Él tiene vida eterna. Por eso nos insta San Pablo a “estar en Cristo”. No hemos de pasar a través de Él hacia el Padre. Quedándonos en Él, estamos en el Padre. Él es el mediador, en sentido eminente. No sólo ejerce de intermediario que nos revela lo que es el Padre. Él es esa revelación.

Estas sorprendentes manifestaciones de Jesús sobre el sentido de Su vida nos revelan que Él es la esencia del cristianismo, su principio y su meta, su espíritu y su impulso vital. No es sólo el mensajero de la voluntad del Padre, el sabio que proclama una doctrina elevadísima, el guía que nos conduce a una vida de suma purificación; es la persona que encarna todo esto y constituye, por ello, nuestra salvación definitiva:

«El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica» [EdC 13].

Frente a la tendencia a considerar una trama de ideas o de valores éticos como el rasgo específico del cristianismo, Guardini estima que

«no hay ninguna doctrina, ninguna trama de valores éticos fundamentales, ninguna actitud religiosa o configuración de la vida que pueda ser separada de la persona de Cristo y de la que quepa decir después que eso es lo cristiano. Lo cristiano es Él mismo, lo que llega al hombre a través de Él y la relación que, a través de Él, puede tener el hombre con Dios» [EdC 77].

Por eso resulta insuficiente, incluso, definir al cristianismo como “la religión del amor”:

«Es la religión del amor a Cristo y, a través de Él, a Dios y a los demás hombres. De este amor se dice que no sólo es, en la existencia cristiana, un acto determinado sino “el mandamiento primero y más grande”, del cual “penden la ley y los profetas” (Mt 22, 38-40). Ese amor es la actitud que da sentido a todo» [EdC 79].

El amor, entendido como el amor trinitario que se nos revela en la figura de Jesús, es «la fuerza y la medida de toda la existencia» [ES 119]. Con razón lo asumió Guardini —según propio testimonio— como el principio inspirador de toda su obra [WD 71].

IX. Bibliografía

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Obras de Romano Guardini, tres vols., Cristiandad, Madrid 1980-1981

Romano Guardini Werke (edición completa de las obras de Guardini en la versión original alemana), Editorial M. Grünewald, Mainz, Maguncia.

Opere di Romano Guardini (edición completa de las obras de Guardini en versión italiana), Editorial Morcelliana, Brescia.

3. Bibliografías

López Quintás, A., Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid, 1998 (Biografía intelectual, seguida de una Bibliografía muy amplia y estructurada por materias).

Mercker, H,: Bibliographie Romano Guardini (1885-1968), Schöning, Paderborn 1978. (La bibliografía más completa de las obras de Guardini publicadas hasta el año 1978).

4. Biografías

Gerl, H. B.: Romano Guardini (1885-1968). Leben und Werk (Vida y obra de R. Guardini), Grünewald, Maguncia 41995. (La biografía más amplia y documentada).

López Quintás, A., Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid, 1998.

5. Bibliografía secundaria

Arteagabeitia, P., Bases para una teoría de la formación humana en el pensamiento de R. Guardini, «Crisis» XVII (1970) 7-66.

Babolin, A., Romano Guardini, filosofo dell’alterità. Realtà e persona, Zanichelli, Bolonia 1968.

Borghesi, M., Romano Guardini, Dialéctica y Antropología, Studium 1994.

Ebner, F., La palabra y las realidades espirituales, Caparrós, Madrid 1993 [Versión original: Das Wort und die geistigen Realitäten (1921), en Notizen, Tagebücher, Aphorismen, Kösel, Múnich 1963].

Gibu Shimabukuro, R., Unicidad y relacionalidad de la persona. La antropología de R. Guardini, Universidad Autónoma de Puebla, Puebla (México) 2008.

Klages, L., Der Geist als Widersacher der Seele (El espíritu como contradictor del alma), 3 vols., Leipzig 1929-1933.

Kierkegaard, S., La enfermedad mortal o De la desesperación y el pecado, Guadarrama, Madrid 1969.

López Quintás, A., Romano Guardini y la dialéctica de lo viviente, Cristiandad, Madrid 1966.

—, El triángulo hermenéutico, Editora Nacional, Madrid 1971.

—, El poder del diálogo y del encuentro, BAC, Madrid 21997.

—, La verdadera imagen de Romano Guardini, Eunsa, Pamplona 2001.

—, Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, BAC, Madrid 42003.

—, Descubrir la grandeza de la vida, Desclée de Brouwer, Bilbao 2009 (2009a).

—, Cuatro personalistas en busca de sentido, Rialp, Madrid 2009 (2009b).

Rahner, K., Pieper, J., Wisser, R. y otros, «Folia humanística» (Homenaje a Guardini), Glarma, Barcelona 34 (1965) 769-864.

Schelling, F.: Vom Ich als Prinzip der Philosophie (Sobre el yo como principio de la filosofia), Frommann-Holzboog, Stuttgart 1980.

Tilliette, X., Castellote, S., López Quintás A., Romano Guardini, Diputación Provincial, Santiago de Compostela 1988.

Von Baltasar, H. U., Reform aus dem Ursprung, Múnich 1971.

—, La verdad es sinfónica. Aspectos del pluralismo cristiano, Encuentro, Madrid 1979 (Die Wahrheit ist symphonisch, Johannes, Einsiedeln 1972).

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López Quintás, Alfonso, Romano Guardini, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/archivo/2009/voces/guardini/Guardini.html

Información bibliográfica en formato BibTeX: alq2009.bib

Digital Object Identifier (DOI): 10.17421/2035_8326_2009_ALQ_1-1

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