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San Vicente Ferrer

Vicente Ferrer, San

Autor: José Ángel García Cuadrado

La figura de San Vicente Ferrer (1350-1419) ocupa un lugar de particular relieve en la agitada vida intelectual y religiosa del siglo XIV. Son bien conocidas sus extraordinarias dotes de taumaturgo y predicador infatigable (era conocido por “el apóstol de Europa”); hábil mediador político en el compromiso de Caspe; confesor del papa Luna en la corte de Avignon hasta que le retiró su apoyo contribuyendo así a la solución del cisma de Occidente. No obstante, la obra de Ferrer como lógico y filósofo sólo fue redescubierta a principios del siglo XX. La novedad de su propuesta a la teoría medieval de la suppositio, especialmente su tratamiento de la suppositio naturalis, no ha pasado inadvertida a los historiadores de la lógica medieval, y se han señalado las aportaciones de la semántica ferreriana a la moderna filosofía del lenguaje. En todo caso, es preciso destacar que los planteamientos de la lógica de Ferrer son fruto de una original aplicación de los principios gnoseológicos y metafísicos realistas, frente a las posturas nominalistas de su tiempo.

1. Vida y escritos filosóficos

Vicente Ferrer nació en Valencia en 1350. A los 17 años ingresa en el convento de los dominicos de Valencia. Durante su noviciado estudia Lógica, primero en Valencia y después en Barcelona. Posteriormente seguirá sus estudios de Filosofía y enseñará Lógica durante dos años en Lérida. En el curso 1372-73 estudia Teología, Sagrada Escritura y hebreo en la Universidad de Barcelona. En 1376 se traslada a Toulouse para especializarse en Teología. Regresará a Valencia donde desempeña el cargo de lector en Teología durante cinco años, hasta que en 1389 el capítulo de la Seo de Urgel le nombra predicador general. En 1394 es llamado por Pedro de Luna –elegido Papa con el nombre de Benedicto XIII– a la corte de Avignon donde desempeñó el cargo de Maestro del Sagrado Colegio, confesor papal y capellán penitenciario. En 1399, después de una grave enfermedad y tras una experiencia mística, deja el palacio papal y se embarca en una amplia labor evangelizadora bajo la dependencia inmediata del General de su Orden. Progresivamente fue retirando el apoyo al papa Luna, al comprobar cómo su negativa a renunciar al Papado dañaba gravemente a la unidad de la Iglesia. Durante muchos años recorre la Península Ibérica, Francia, Suiza y los Países Bajos, así como el Norte de Italia. En los últimos años de su vida predicó en Normandía y Bretaña. Muere en Vannes en 1419 [Gorce 1933; Gorce 1950: 3033-3045; Garganta-Forcada 1956].

Las dos obras filosóficas del dominico valenciano se sitúan entre los años 1371 y 1375; probablemente las compusiera en Lérida durante su estancia como profesor de Lógica [García Miralles 1955: 279-284; Forcada 1973: 60-65]. La Universidad de Lérida en esa época gozaba de cierto esplendor: allí las corrientes nominalistas habían arraigado con fuerza, al igual que en otras muchas universidades europeas. Ferrer conoció de primera mano los tratados de Ockham y también la respuesta de Burleigh: su postura equidista tanto del conceptualismo nominalista como del realismo extremo, aplicando de un modo original los principios ontológicos y gnoseológicos de Tomás de Aquino.

Brettle llega a poner en duda la autoría de estos tratados porque según él hasta 1484 no se comenzaron a atribuir a Vicente Ferrer, siendo además desproporcionada la originalidad de su contenido con la corta edad del dominico valenciano [Brettle 1924: 33]. Pero la cuestión de la autenticidad de estos tratados parece quedar definitivamente zanjada con los estudios de Lechat y Gorce, que aducen a su favor el hecho de que ya en la biografía del proceso de beatificación de San Vicente, redactada por Ranzano en 1455, se reconoce explícitamente su autoría [Lechat 1926: 217-218; Gorce 1933: 2; Carreras Artau 1943: 453-456].

La historia de la recepción de los tratados filosóficos de Ferrer cuenta con una intrincada evolución. Ranzano le dedica grandes elogios al De Suppositionibus [Forcada 1973: 64]. Por otro lado, biógrafos del santo (Teixidor y Baltasar Sorió) y los catálogos de escritores del reino de Valencia de estos años mencionan estas obras juveniles de Vicente Ferrer. Así pues los tratados ferrerianos fueron conocidos y usados en mayor o menor medida a lo largo de los siglos XV y XVI. Nos han llegado testimonios de lógicos de la época en los que se cita alguna de sus obras lógicas. En concreto Ángel Estanyol en su Opera Logicalia (1504) y Petrus Nigri en el Clypeus thomisticarum (1504) lo mencionan expresamente. Del mismo modo Mengo B. Faventino en su Comentario a las Súmulas de Pablo de Venecia (1520) y más adelante Juan Sánchez Sedeño en la Lógica (1600) [Muñoz Delgado 1972: 55-56]. Sin embargo, a partir de los primeros años del siglo XVII, las obras lógicas de Vicente Ferrer parecen haber caído en el olvido y se daban por perdidas. Sólo en 1909, el P. Fages hace volver a la luz los manuscritos que se consideraban perdidos. Esta primera edición impresa, a pesar de los numerosos errores que contenía, hizo posible redescubrir la doctrina de estas obras. Con todo, hasta algunos años más tarde no encontramos una exposición detallada de los opúsculos de Vicente Ferrer; se la debemos al P. Gorce, que dedica gran atención a estas obras en la voz “Realisme” del Dictionnaire de Théologie Catholique [Gorce 1937: 1864-1869]. Los filósofos neoescolásticos, a excepción de Maritain, no lo citarán a pesar de compartir los mismos presupuestos lógicos. A mediados del siglo XX ha comenzado a ser estudiada con más atención su obra lógica, especialmente a partir de la publicación de la edición de Trentman tanto del Tractatus de Suppositionibus [Trentmann 1977] como de la Quaestio De Unitate Universales [Trentmann 1982]. Recientemente se ha descubierto un interesante manuscrito redactado en hebreo que contiene una versión más extensa de la Quaestio de Unitate Universalis [Zonta 1997]. Por último debemos mencionar la traducción castellana realizada por la Provincia Dominicana de Aragón [Forcada-Robles 1987].

2. La noción de suppositio

La noción de suppositio más comúnmente aceptada entre los lógicos medievales es aquella que podemos denominar “semántico-sintáctica”, tal como la concibe Pedro Hispano y Guillermo de Ockham, según la cual la suposición se define por la acepción del término por la cosa en un contexto proposicional. Se trata de una relación entre el término que significa y la cosa real significada: de este modo “suponer” sería equivalente a stare pro (“estar por algo”). En otras palabras, la suppositio es la propiedad que tiene un término dentro de la proposición de “estar por la cosa” significada.

Ferrer rechaza explícitamente esta definición, siguiendo a Shyreswood y Burleigh, definiéndola como “la propiedad del sujeto en orden al predicado en una proposición”. De esta manera Ferrer se mantiene más fiel a los orígenes gramaticales del término, donde suppositio era equivalente a sub-ponere (“poner debajo de”). Según esta descripción, es posible advertir que se establece una relación sintáctica entre los dos elementos proposicionales: sujeto y predicado; y la suposición se refiere a las diversas predicaciones o descripciones de hechos en el mundo.

De la definición de Ferrer se deduce que la suposición es una propiedad que compete de modo exclusivo al sujeto y nunca al predicado. De este modo se aparta de la tradición terminista, según la cual tanto sujeto y predicado “suponen” dentro de la proposición. Así se zanja la cuestión acerca del tipo de suposición que posee el predicado, fuente de discusiones entre nominalistas y realistas en su tiempo. Para Ferrer, al predicado le compete la propiedad de la apelación, correlativa a la suposición dentro de la proposición. Sin embargo, Ferrer no desarrollará la noción de appellatio, sin la cual nos parece difícil determinar de modo definitivo la naturaleza y estructura de la proposición según el dominico valenciano. Así pues, la suposición es una propiedad esencial del sujeto, ya que sólo supone el sujeto, todo sujeto y siempre (con lo que excluye además la existencia de proposiciones de sujeto no suponente).

Por otro lado, Ferrer distingue entre subiectio y suppositio. En esta distinción se puede encontrar un primer intento de delimitación de las nociones de sujeto lógico (al que le corresponde la propiedad de la suppositio) y sujeto gramatical (al que le correspondería la subiectio). Por su parte, la significatio es la consideración del término de modo absoluto, esto es, fuera del contexto enunciativo [Trentman 1972]. Todo término posee una significatio previa a su uso proposicional (y por consiguiente a la determinación de su suppositio), que viene expresada mediante un término común (homo) o discreto (Sócrates o hic homo) [Ducrot 1976: 227].

Así pues, según Ferrer la enunciación es la expresión de la predicación que realiza el entendimiento al juzgar. En la lógica de su tiempo se desarrollaron fundamentalmente dos explicaciones acerca de la estructura proposicional: 1ª) Teoría de la identidad (o de los dos nombres) cuyo mejor representante es Guillermo de Ockham: la predicación sería la yuxtaposición de dos nombres distintos que se aplican a una misma cosa. La verdad de la predicación consiste en la identidad de la referencia del sujeto y del predicado; 2ª) Teoría de la inherencia: la predicación es una relación entre dos términos heterogéneos (sujeto y predicado). La verdad de la proposición depende de la verdadera inherencia del sujeto en el predicado. Ferrer se inclina por este tipo de análisis proposicional en donde el sujeto es un término categoremático con un significado completo, mientras que el predicado es un sincategorema porque necesita del sujeto para tener un sentido completo. La propuesta de Ferrer parece anunciar la de Frege a propósito del carácter “saturado” del sujeto e “insaturado” del predicado [Trentman 1966; Beuchot 1986].Por otro lado, la relación entre el sujeto y el predicado viene expresada mediante la analogía de la composición real entre materia y forma: “El sujeto se toma a modo de materia y el predicado a modo de forma”. Es decir, así como la materia viene determinada por la forma, de modo análogo el predicado determina al sujeto.

3. Clasificación de la suppositio

Otro aspecto original de la lógica ferreriana es el criterio clasificatorio adoptado para determinar los distintos tipos de suposición. En primer lugar él establece que toda suposición se clasifica atendiendo a la naturaleza del predicado y no por las cosas significadas. Es decir, los diferentes tipos de suposición se determinan por los diferentes tipos de predicación que se pueden realizar del sujeto, y no por las cosas significadas por el mismo, tal como lo hacían Pedro Hispano y Guillermo de Ockham, y con ellos la mayoría de los tratadistas lógicos. Atendiendo al tipo de predicación encontramos una predicación esencial -que dará lugar a la suposición natural- y una predicación accidental -que dará lugar a las suposiciones simple y personal.

Para adoptar este criterio clasificatorio Ferrer se remite explícitamente al De Ente et Essentia de Tomás de Aquino, en donde se trata de un triple “estado” de la esencia: en la realidad (suposición accidental-personal), en la mente (suposición accidental-simple) y de modo absoluto, es decir, independiente tanto de su realización efectiva real y de su representación mental (suposición natural). Por el contrario en los lógicos del XIII no encontramos nada parecido a la explicación de un criterio clasificatorio. No obstante, Ockham, de hecho, propone implícitamente un criterio clasificatorio basado en el carácter significativo o no significativo del término. Para Vicente Ferrer este criterio discriminatorio no posee ningún valor, porque para él toda suposición es previamente significativa, mientras que para Ockham, sólo es significativa aquella suposición que hace referencia a los individuos (o “está por ellos”).

Así pues los tipos de predicación es el criterio fundamental de la clasificación de la suppositio. Pero éste no es el único criterio clasificatorio para Ferrer, puesto que también cabe una diversificación por el modo de significación de los términos. En efecto, el término puede designar a la cosa mediante su esencia, y ésta puede encontrarse de modo determinado y concreto, como el término “Sócrates” o “este hombre”: en este caso el término posee suposición discreta. Pero la esencia puede encontrarse también significada de modo genérico e indeterminado mediante un término común, como “hombre”: entonces el término tiene suposición común.

De la combinación de los dos criterios apuntados (tipo de predicación, tipo de significación) surgen diversos tipos de suposición. En efecto, tanto la suposición discreta como la común se pueden dividir a su vez en suposición natural, simple y personal, pues tanto el término común como el discreto designan la esencia, y esta es susceptible a su vez de poseer una suposición esencial (suposición natural) o accidental (suposición simple y personal) [García Cuadrado 1994a: 131-172]. Por otro lado, encontramos en Ferrer una clara jerarquía en los tipos de suposición, donde la suposición natural es el analogado principal. Se sitúa por tanto en un ámbito distinto de las discusiones entre realistas (exagerados) y nominalistas. Los primeros proponen como analogado principal a la suposición simple; los segundos a la suposición personal. No obstante, en la suposición discreta (determinado por el modo de significación discreta) reconoce Ferrer que el analogado principal es la suposición personal, puesto que es el tipo de suposición al que de modo más principal le compete el “modo de significar” determinado, propio de la suposición discreta.

Ferrer parece admitir hasta un tercer criterio secundario de clasificación (al menos en la suposición natural y personal): la determinación del sujeto por un signo cuantificador, tal como se proponía en los tratados lógicos de sus predecesores. De este modo, la suposición natural se divide en “definida” e “indefinida” (si se encuentra afectada o no por el signo cuantificador), mientras que por su parte la suposición personal se subdivide en “determinada” y “confusa” atendiendo al mismo criterio.

4. La suposición natural

Sin duda la aportación más original de la propuesta ferreriana radica en la suposición natural. El dominico valenciano adopta la denominación de Pedro Hispano, pero trasformándola: mientras que en Hispano es un tipo de suposición que posee el término fuera del contexto proposicional, y con un carácter extensional (por ejemplo “hombre” utilizado fuera de la enunciación tiene valor por todo hombre), en Ferrer se sitúa dentro de la proposición y pose un carácter intencional (rasgos característicos de la esencia “hombre”).

La suppositio naturalis en la lógica del XIV había caído en el desuso: o bien se da la primacía a la suposición personal (nominalismo) o a la suposición simple (realismo extremo). Los nominalistas proponen que lo primeramente significado por el término común es el individuo real, de modo que cuando decimos “hombre” nos referimos principalmente a “Sócrates” o “Platón” o a “este hombre” (suposición personal). Los realistas extremos por el contrario afirman que lo primeramente significado por el término es la forma mental de “hombre” (suposición simple). Pero en tal forma mental no se distingue suficientemente entre la esencia como tal (naturaleza de la cosa) y la esencia en cuanto conocida (el concepto). Ferrer propone que con el término común (“hombre”) la esencia o naturaleza absolutamente considerada es lo primero significado por el término; es decir, cuando digo “hombre”, me refiero a la esencia del hombre en cuanto tal, independientemente de su realización en este hombre o en aquel otro (suposición personal); independientemente también de la intentio puramente mental (suposición simple).

En su tratamiento, Ferrer mantiene sin grandes variaciones las características de la suposición personal de Ockham y la suposición simple de Burleigh, pero cuidando de no interferir el ámbito de la suposición natural con la simple y la personal. Ockham había propuesto que el sujeto posee suposición personal tanto en las proposiciones del tipo omnis homo currit como en las del tipo omnis homo est animal. Vicente Ferrer se cuida mucho de diferenciar ambas: en la primera se realiza una predicación accidental, y se refiere a “todo hombre existente” (suposición personal); mientras que en la segunda se está llevando a cabo una predicación esencial, y se refiere a la esencia humana como tal, independientemente de la realización existencial del hombre (suposición natural). De otra parte, Burleigh concede suposición simple tanto a homo est dignissima creatura como a homo est species. Ferrer, sin embargo, distingue la suposición de estas dos proposiciones: la primera tiene suposición natural pues hace una predicación esencial de la naturaleza humana en cuanto tal (suposición natural); la segunda considera la esencia en cuanto que conocida (suposición simple) [García Cuadrado 1998a].

También, dentro de la suposición natural hay que destacar que Ferrer otorga a la cópula est un valor atemporal frente al valor omnitemporal de Buridan. Esta característica es del todo original del dominico valenciano, y permite que no se requiera la existencia de los individuos para la verdad de la proposición, haciendo posible además el descenso a los casos singulares [De Rijk 1971; 1973].

5. Suposición material y suposición formal

Siguiendo la tradición lógica, Ferrer distingue también entre la suposición material y formal. Ésta última ha sido la expuesta hasta el momento, y expresa el contenido significativo al que remite el signo; mientras que la suppositio materialis se detiene en la misma materialidad del signo lingüístico y no en lo significado por él. Así, por ejemplo, en la proposición “hombre tiene dos sílabas” es evidente que el término “hombre” se refiere a la palabra como tal (y por eso posee suposición material), y no al hombre concreto, ni a la esencia hombre, ni a la idea de hombre (todas ellos corresponderían a la suposición formal). Para Ferrer la suposición material es también suposición significativa, a diferencia de lo que proponen los principales tratadistas del XIII y XIV (Shyreswood, Burleigh, Ockham). El valor significativo de esta suposición proviene de que también la suposición material presenta algo al entendimiento, aunque lo presentado sea el mismo signo y no la cosa significada. Ciertamente el signo en cuanto material presenta “naturalmente” (es decir, sin un acuerdo convencional) al entendimiento su propia esencia; tenemos entonces la suposición material. Pero de modo accidental y arbitrario, por nuestra convención, hacemos significar a ese término por algo distinto a su materialidad, dando lugar de este modo a la suposición formal.

Según el dominico valenciano, la suposición material se puede dividir a su vez en todos los tipos expuestos anteriormente: suposición discreta y común; y dentro de éstas, la natural, personal y simple. Y este constituye otro aspecto novedoso de la lógica de su tiempo, y que anuncia además la distinción entre el nombre de una clase de signo y el nombre de cada elemento de esa clase de signos. Esta distinción la llevará a cabo en la lógica moderna Peirce mediante la distinción entre las nociones type-sign y token-sign [Bochenski 1966: 178; Pinborg 1984: 153, López García 1989: 394-395]

6. Presupuestos gnoseológicos de la teoría de la suposición

Como es fácil advertir la teoría de la suposición de los términos de Ferrer no es una mera herramienta técnica de análisis lógico, sino que ella misma contiene diversas concepciones ontológicas (muy ligadas al problema de los universales) y gnoseológicas (principalmente frente al nominalismo). Por esta razón es posible llevar a cabo una lectura de los diversos tipos de suposición atendiendo a diversas operaciones intelectuales: juicio y simple aprehensión.

De este modo, la distinción entre la suposición discreta y la común es una distinción de modus significandi, que en último término parece responder a dos aspectos de la misma operación intelectual: la simple aprehensión. En efecto, la suposición común significa la esencia de la cosa, en cuanto universal y común a muchos individuos, como resultado del proceso abstractivo que tiene por objeto la esencia o quididad de la cosa. Por su parte, la suposición discreta, significa también la esencia de la cosa, pero en cuanto singular y determinada en un individuo. Esta consideración no sería posible sin la reflexión que supone la conversio ad phantasmata.

En cuanto a la suposición natural, personal y simple, hemos intentado establecer cómo se relacionan con los distintos tipos de predicación; de tal modo que los distintos tipos de suposición se corresponden –en la teoría del lógico valenciano– con los diversos tipos de predicación. Ahora bien, a cada tipo de predicación le corresponde un determinado tipo de abstracción, previa al acto de juzgar. En la suposición natural el entendimiento abstrae de las condiciones individuantes; pero se trata de una abstracción no total. Más bien es una “cierta negación” (abnegatio) en la que el objeto es considerado en su esencia absoluta, es decir, sin tener en cuenta su realización concreta en éste o aquel individuo. En la suposición personal, el entendimiento efectúa una abstracción, pero al realizarse la predicación se considera la esencia en cuanto al ser que posee en los individuos. De este modo, la predicación tiene por objeto a los individuos y no a la naturaleza en cuanto tal. Por lo que se refiere a la suposición simple, Ferrer reconoce que se da una abstracción total de todas las condiciones individuantes, de tal modo que la suposición versaría sobre el contenido mental; esto es, sobre la esencia en cuanto poseedora de un cierto esse intentionale en el intelecto y no en un esse reale, extramental. Estos tipos de suposición (personal y simple) podrían ser interpretados como la expresión de la reflexividad acerca del fundamento del esse (real o mental) que se da en el juicio. Así como en la suposición natural se expresa la forma en general, en la personal y en la simple se manifiesta una cierta dimensión reflexiva mediante la cual nos preguntamos por el ser fundante de la forma. Si la forma se funda en un esse real posee suposición personal; si se funda en un esse intencional tiene suposición simple [García Cuadrado 1993].

7. Teoría de la suposición y el objeto de la ciencia

La teoría de la suposición fue además una herramienta conceptual para determinar el tipo de enunciados válidos para el discurso científico. También aquí es posible advertir las controversias entre realistas y nominalistas acerca del objeto propio de la ciencia y del tipo de enunciados válidos para el discurso científico. En la tradición aristotélica era común aceptar que el objeto adecuado del verdadero conocimiento científico son “las cosas necesarias” y no lo contingente: que el hombre esté sentado o esté de pie es un hecho contingente, pues no se deriva necesariamente de su modo de ser; en cambio, ser racional o mortal sí habla de una necesidad derivada de su esencia. En la filosofía nominalista se tiende a eliminar la necesidad de las esencias porque éstas limitarían la ominipotencia divina: las cosas no son necesarias, sino totalmente contingentes, pues dependen totalmente del arbitrio divino. Por eso, en la lógica del siglo XIV se tiende a considerar que el objeto de la ciencia no pueden ser las cosas individuales, pues son contingentes y corruptibles. La necesidad propia de la ciencia no está en las cosas, sino en los enunciados: y más concretamente en las proposiciones (hipotéticas y condicionales), que bajo unas determinadas condiciones sí pueden poseer un contenido verdadero necesario. De esta forma, en la lógica nominalista, no se puede afirmar que “el hombre es animal”, pues no hay una necesidad intrínseca entre la esencia humana por la que Dios necesariamente debería crear hombres que sean animales: Dios podría haber hecho hombres no animales. Pero una vez creados los hombres éstos necesariamente son animales: en otras palabras “si el hombre existe, el hombre es animal”. La cosa misma no es necesaria, pero sí lo es la proposición hipotética.

Para Vicente Ferrer, el objeto de la ciencia son las cosas mismas, pero consideradas no en su individualidad y contingencia, sino en su universalidad y necesidad. Esta consideración es posible gracias a un conocimiento abstractivo que tenga por objeto a la esencia absolutamente considerada; es decir, considerada de modo independiente a sus realizaciones concretas, tanto reales como mentales. Este tipo de consideración se encuentra sólo en las oraciones categóricas con suposición natural.

La eternidad de la verdad (que Aristóteles había establecido como requisito necesario para el verdadero conocimiento científico) se ha de entender no en un sentido omnitemporal (tal como lo entiende Buridan), sino atemporal. Esta “eternidad” de la verdad se consigue gracias a la abstracción que prescinde de la existencia concreta de los individuos, para considerar sólo la esencia de modo absoluto y atemporal. Por tanto, para la verdad de las proposiciones científicas no se requiere, en cada momento, de la existencia de los singulares; se requiere y basta solamente la verdadera unión del sujeto (con suposición natural) y del predicado. Por eso, afirmar que “el trueno es un ruido que acontece en las tormentas” es una proposición científica, aunque ahora no haya ni truenos ni tormentas. Al igual que “la rosa es olorosa” es verdadera también en invierno cuando no hay rosas [García Cuadrado 1998b].

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García Cuadrado, J. A., Vicente Ferrer, San, en Fernández Labastida, F. – Mercado, J. A. (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/archivo/2008/voces/ferrer/Ferrer.html

Información bibliográfica en formato BibTeX: jagc2008a.bib

Digital Object Identifier (DOI): 10.17421/2035_8326_2008_JAGC_1-1

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